«Dios ha creado el mundo y permite todas sus transformaciones para modelar santos».
Esta frase, que leí hace años en una biografía del rey Balduino de Bélgica, nos recuerda una verdad esencial de la fe cristiana: «Todo concurre para bien» (Rom 8,28).
«Pero, ¿qué bien?», dirán algunos; «si solo vemos sufrimiento y muerte…»
No pretendo tocar ahora el problema del mal. Solo deseo arrojar luz para la situación presente desde una afirmación de santo Tomás de Aquino, injustamente olvidada, verdaderamente revolucionaria, y supongo que escandalosa para muchos: «El bien de gracia de uno solo es mayor que el bien de naturaleza de todo el universo» (la cito en latín para los deseosos de precisión: Bonum gratiae unius maius est quam bonum naturae totius universi: I-II, q.113, a.9, ad 2).
Escandalosa, digo, por la epidemia de naturalismo que nos invade. En efecto, ¿cuántos se paran a pensar en el bien sobrenatural –y por tanto eterno- que surgirá con ocasión de la presente crisis?
Personas que se sienten movidas a orar, que hacen actos de confianza en Dios, que se arrepienten de sus pecados, que hacen balance de su vida ante la posibilidad de que haya llegado su hora… Actos heroicos de caridad y de servicio, relativización de cosas y tareas inútiles y atención a las eternas… Solo Dios sabe. Los ángeles deben estar anotando cada detalle en el libro de la vida. Y nosotros un día contemplaremos –deslumbrados- el inmenso bien eterno que ha brotado con ocasión de esta pandemia.
Sí, es la hora de Dios. No lo dudes. Para el cristiano no hay tiempos buenos ni malos. Todo tiempo es bueno, pues está regido invisiblemente por la mano providente de Dios.
Sí, es la hora de Dios. Desde esa certeza, el creyente no se queda en cuestiones accesorias o relativas. Busca entender el plan de Dios, procura interpretar sus signos para dejarse interpelar por ellos y actuar en consecuencia.
La pregunta decisiva es: ¿Qué bien quiere realizar Dios en mi vida con ocasión de esta pandemia? Tal vez suscitar un santo. Si esta crisis sirve para que tomes con decisión el camino de la santidad, el mal habrá sido sumergido en un bien infinitamente mayor: eterno y divino.
Julio Alonso Ampuero