La reciente absolución del cardenal australiano Pell me ha llenado de alegría, aunque una vez más hemos visto la tendenciosidad de muchos de nuestros medios de comunicación, que nos informaron ampliamente de las condenas al Cardenal por pederasta y ahora ni mencionan la noticia u ocultan el hecho que la absolución ha sido por unanimidad del Tribunal Supremo australiano. Pero no puedo por menos de preguntarme: ¿Cómo es posible que una acusación tan absurda, basada en un único testimonio, con veinte testigos en contra y en unas circunstancias, en lugar público, donde hay un montón de gente, como es la sacristía de una catedral justo después de la Misa del Obispo, éste todavía revestido, haya habido dos Tribunales que hayan dado la razón al acusador? La única razón que se me ocurre es que los jueces de esos dos tribunales que condenaron al Cardenal, se dejaron llevar por su sectarismo y su odio a la Iglesia Católica. Y es que así como a mí me enseñaron en Filosofía que contra el hecho no valen argumentos, en todo el mundo nos encontramos con gente que prima su ideología sobre la realidad, y llegan a decirte que la Verdad es lo que conviene a su Ideología o a su Partido.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice: «el odio a Dios tiene su origen en el orgullo; se opone al amor de Dios cuya bondad niega» (nº 2094); Satán actúa en el mundo por odio contra Dios y su Reino y su acción causa graves daños de tipo espiritual, pero también de naturaleza física, induciendo al hombre a desobedecer a Dios (cf. nº 394-395). De hecho el odio a Dios es el pecado más grave, peor aún que el rechazarle. Sucede que, por una misteriosa hostilidad hacia Dios (en la que el creyente puede descubrir la presencia del Adversario), algunos hombres y mujeres cultivan un verdadero odio al Señor, a todo lo que evoca y a todos cuantos lo invocan (Catecismo para adultos francés nº 548), odio contra el Señor del que ya nos advierte Éxodo 20,5, pero que se da, también, contra los otros seres humanos (Lev 19,17; Dt 19,11), y ,por supuesto contra la Iglesia de Jesucristo, de la que San Pablo nos dice en Efesios que somos «el cuerpo de Cristo»(4,12). El Concilio Vaticano II nos advierte: «A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final» (GS 37).
La acción tentadora del diablo se desarrolla sobre todo en el campo de la inteligencia. Pensemos en los muchos errores teóricos sembrados en las conciencias para erradicar los principios de la fe. A mí me llamó mucho la atención cómo unas charlas claramente inspiradas en el New Age, fenómeno claro de neopaganismo, llenaban en mi ciudad un auditorio de más de setecientas personas a diez euros la entrada. Tampoco olvidemos a la Masonería, sobre la que un exmasón, Sergio Abad-Gallardo, publicó un libro titulado «Serví a Lucifer sin saberlo», pues en ella se exalta a Lucifer, es decir al demonio como portador de luz. ¿Y qué decir de las ideologías hoy tan de moda, que se presentan como modernas y progresistas, pero que en realidad tratan de llevar a cabo los tres grandes principios satanistas: «puedes hacer lo que tú quieras», «nadie tiene derecho a mandarte» y «sé tú el dios de ti mismo», que acompañan además a una Moral basada en el egoísmo y al servicio del poder, del dinero y del sexo?
Ahora bien, estas doctrinas perversas, detrás de las cuales está el Diablo, como ha denunciado en repetidas ocasiones el Magisterio de la Iglesia, saben perfectamente que su gran adversario es la Iglesia Católica, y por tanto la combaten con todas sus fuerzas. Por dos motivos: porque es la Iglesia fundada por Jesucristo y porque es la Iglesia que, aunque pecadora y débil en sus miembros, su doctrina está firmemente anclada en las enseñanzas de Jesús. Y como lo que Diablo pretende es erradicar a Dios de nuestros corazones y nuestra Sociedad, corrompiéndonos como personas, sabe que para ello el gran paso decisivo es erradicar nuestra fe en Dios y en su Iglesia.
¿Cuál será el resultado de esta lucha? La Iglesia cuenta con la promesa de Cristo «el poder del infierno no la derrotará» (Mt 16,18), aunque hemos de permanecer vigilantes, porque siempre son posibles derrotas parciales, como la descristianización de varios países en nuestra época.
Pedro Trevijano, sacerdote