¡Ojalá escuches hoy su voz!

¡Ojalá escuches hoy su voz!

Todo lo que ocurre encierra un mensaje de Dios. También la epidemia actual. Un mensaje que interpela e invita a reaccionar, que nos urge a tomar posición y a convertirnos.

Nada es casualidad o fruto del azar. La Biblia nos enseña que todo tiene un sentido, que en todo hay un propósito de Dios (cf. Rom 8,28), aunque no siempre se perciba de manera fácil e inmediata.

Dios habla a través de los acontecimientos. Los autores sagrados intentan descifrar a la luz de la fe lo que ocurre a su alrededor. Cuando –milagrosamente- logran salir de Egipto, confiesan: «El Señor nos sacó de la esclavitud y nos dio la tierra prometida» (Dt 26,6-9). Cuando el reino de Israel cae, conquistado por los asirios, proclaman: «Son nuestros pecados los que nos han conducido al desastre» (2Re 17,7-23).

Jesús reprocha a sus contemporáneos –y a nosotros- que pueden discernir si va a llover o va a hacer calor, pero no saben leer el mensaje de Dios en los acontecimientos: «¡Hipócritas! Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo?» (Lc 12, 54-56).

Todo lo que ocurre encierra un mensaje de Dios. También la epidemia actual. Un mensaje que interpela e invita a reaccionar, que nos urge a tomar posición y a convertirnos.

Cada uno debemos escuchar personalmente esa voz de Dios. Porque su mensaje puede ser diferente para cada persona, según sus circunstancias y su historia particular. La pregunta es: ¿Qué me dice Dios a mí con esta epidemia?

A nivel general apuntemos al menos esto. El mundo de hoy se ha ido sintiendo más seguro de sí, de su ciencia y de su progreso, de sus avances médicos y de sus logros económicos, hasta el punto de creer no necesitar de Dios.

Pero ha bastado un virus para trastocar todo, para poner en cuarentena nuestras seguridades. Dios nos grita que somos frágiles, que nuestra vida es como la hierba del campo que brota por la mañana y por la tarde se seca (Sal 90,5-6; Is 40,6-8), que dependemos de Él, que le necesitamos. Nos invita a apoyar nuestra vida en Él y no en nuestras falsas seguridades (cf. Jer 17,5-8).

La epidemia ha evidenciado el pánico a la muerte, una realidad que ningún fármaco nos puede ahorrar, puesto que llegará inexorablemente, más pronto o más tarde. La muerte se ha convertido en nuestro mundo actual en un tabú, en algo en lo que es mejor no pensar ni hablar. Sin embargo, el verdadero creyente no tiene miedo, pues posee la promesa de la vida eterna. De hecho, Cristo vino a «libertar a cuantos por miedo a la muerte estaban de por vida sometidos a la esclavitud» (Hb 2,15).

Dios te está hablando a través de esta epidemia. A ti personalmente. ¡Ojalá escuches hoy su voz y no endurezcas tu corazón! (Sal 95,7-8).

2 comentarios

JUAN.
AMÉN, HERMANO...

¿QUÉ ME DICE A MÍ ESTA PANDEMIA?: "DE LA CRUZ (de la epidemia y el pecado), A LA LUZ (de la conversión personal y recibir la gracia, la Vida Eterna del Resucitado)"
31/03/20 6:20 PM
jose 2 católico español no castellano
Querido D. Julio:
El Señor como Rey del Universo hace lo que quiere y nos dará la Vida Eterna, después de este valle de lágrimas.
Efectivamente hay que escuchar su voz siempre y más ahora en Madrid.
Los que estamos vivos porque el virus no ataca donde tenemos los achaques, sabemos que esta situación es incomprensible para los jóvenes que se creían tenían derecho a todo y sin esfuerzo.
Así que oida la Voz para que a mayor gloria suya los que lleguen al siglo XXII sepan que tienen que escucharlo.
QDLB.
2/04/20 12:35 AM

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