Es evidente que a estas alturas no se puede defender a la Inquisición y que ésta es, desde luego una mancha en la historia de la Iglesia. Su origen es, a la vez, político y religioso, Aunque hasta el siglo XII apenas ha habido persecuciones contra los herejes, los reyes empiezan a inquietarse ante las herejías, pues ven en las herejías semilla de revoluciones y en consecuencia empiezan a perseguirlas. La Iglesia se deja arrastrar por la oleada de intolerancia y se confunden los motivos religiosos y políticos. Los jueces son religiosos, al ser la Inquisición un Tribunal Eclesiástico, y los procedimientos empleados eran los normales en aquella época, incluida la tortura. Pero, aunque podríamos decir bastantes cosas malas sobre la Inquisición, me voy a referir a su actitud ante la brujería, actitud que ciertamente rompe muchos esquemas.
Tengo delante dos libros; “La Sorcellerie”, de Jean Palou, de la colección Que sais-je? y “El abogado de las brujas. Brujería vasca e Inquisición española” del protestante danés Gustav Hennigsen, uno de los libros más notables que jamás he leído.
En el primero Palou acusa a la Iglesia de haber encendido muchas hogueras “salvo, aunque pueda parecer extraño, en los países españoles e italianos donde reina la Inquisición”(p. 37). A España se la liquida con el siguiente párrafo: “España. País donde la brujería corresponde a la Inquisición, hay que señalar pocos procesos exceptuado el de Logroño, donde seis brujos fueron quemados en 1610”(p. 68) Si tenemos en cuenta que en el vecino Burdeos en esa misma época el juez De Lancre envió a la hoguera a quinientas personas, entre ellas numerosas jovencitas y niños (p. 65) tenemos un buen punto de comparación. Por cierto en Lorena el juez N. Rémy (+1612) envió a la hoguera a tres mil personas (p. 64).
El segundo libro tiene una dedicatoria notable: “A la memoria de D. Alonso de Salazar Frías, inquisidor y humanista español”. Ya en el proceso de 1610, Salazar, inquisidor de Logroño, votó contra las penas de muerte. En 1611 y 1612 realizó un viaje de ocho meses por las zonas embrujadas que le hicieron decir en 1612: “no hubo brujos ni embrujados en el lugar hasta que se comenzó a tratar y escribir de ellos”. Sus métodos de investigación fueron tan concienzudos y científicos que han asombrado a los historiadores actuales, como preguntarles por separado y sin que pudiesen ponerse de acuerdo toda clase de detalles sobre el aquelarre, si bien se vio favorecido por la actitud escéptica ante la brujería de la Inquisición Suprema de Madrid, que exigía pruebas tangibles. Su conclusión fue: “No he hallado certidumbre ni aún indicios de que colegir algún acto de brujería que real y corporalmente haya pasado”(p. 275). Gracias al apoyo que encontró en la Inquisición de Madrid, en España cesó la persecución de brujas, aunque aún todavía se derramó sangre como las ocho personas quemadas por las autoridades de Pancorbo (Burgos) en 1621, hecho que Salazar calificó de “la tragedia de Pancorbo”. Peor todavía fue lo sucedido en Cataluña entre 1616 y 1619, donde las autoridades civiles ahorcaron a trescientos brujos y brujas, antes que la Inquisición lograse imponer su jurisdicción (pp. 341-342). Tengamos en cuenta que el cese de la quema de brujas fue una medida muy impopular, sólo posible gracias al gobierno centralista de Madrid y a la autoridad de la Suprema Inquisición, pero con ello España se adelantó en este punto muchos años al resto del mundo (el proceso de Salem, en Estados Unidos, con 19 ejecuciones fue en 1692).
Es lástima que a nuestra memoria histórica actual, que rinde homenaje a genocidas, no se le ocurra rendir homenaje a quienes lograron detener y terminar con un gigantesco genocidio, extendido por toda Europa y sus posesiones.
Pedro Trevijano, sacerdote