La Revolución Francesa de 1789 y la Iglesia (I)

La historiografía marxista y buena parte de la historiografía liberal y la conservadora han presentado a la Revolución Francesa como una de las grandes expresiones de libertad y justicia frente al yugo del feudalismo y del absolutismo. Pero nada está más lejos de la realidad.

I. Así calló la Bastilla

La historiografía marxista y buena parte de la historiografía liberal y la conservadora han presentado a la Revolución Francesa como una de las grandes expresiones de libertad y justicia frente al yugo del feudalismo y del absolutismo. Pero nada está más lejos de la realidad. La revolución francesa no fue la explosión de libertad de un pueblo contra la tiranía ¿Qué fue realmente la Revolución Francesa?

1. Los meses de junio y julio.

Durante el mes de junio de 1789 en algunas grandes ciudades, en especial París, se vivía una situación y ambiente de disturbios dirigidos por la milicia burguesa. El papel de los miembros de esta milicia era incitar al pueblo llano a unirse a los motines y crear tumultos. Los disturbios y tumultos fueron en aumento hasta el 7 de julio, cuando se reunió la Asamblea Nacional para preparar una Constitución y Declaración de Derechos ciudadanos. Es a partir de aquí cuando se pasaría del disturbio y motín a la acción revolucionaria.

Entre el 7 y el 14 de julio París se convirtió en el centro un proceso insurreccional que llevara a derribar la monarquía. Durante estos días previos al 14 de julio se producían continuos enfrentamientos entre los burgueses y las fuerzas reales, pero también entre los burgueses y un pueblo llano que no acababa de sumarse a la revuelta burguesa. Buen ejemplo de la situación lo encontramos en los días 12 y 13 de julio.

En la jornada del domingo 12 no sólo se produjeron sucesos como las famosas cargas de las tropas de Lambesc contra los burgueses en las Tullerías o los enfrentamientos entre guardias franceses alistados con la milicia burguesa contra la Royal-Alemán junto a los cuerpos del regimiento suizo. También se produjeron fuertes enfrentamientos entre el pueblo llano y las milicias burguesas. Unos y otros se odiaban y el desprecio de clase era muy evidente. El testimonio de J. B Humbert es bien significativo de esta situación y odio entre estamentos y clases sociales. Humbert. era nada más ni nada menos que relojero del rey en la calle Hurepoix. Es decir, un ciudadano pudiente, un burgués perteneciente al respetado gremio de relojeros. Fue el primer ciudadano en tomar una torre de La Bastilla. Su relato se certificó en París, el 12 de agosto de 1789, adjuntando cinco firmas como aval de la exactitud de los hechos descritos.

Humbert escribía: "[…] el día 12 de julio, ante la noticia de que el populacho atacaba a los burgueses en vez de defenderlos, me trasladé a St-André-des-Arcs para ofrecer mis servicios, creyendo pertenecer a este distrito; el ataque a las Tullerías efectuado por el príncipe Lambesc […] había aumentado las alarmas de los burgueses y les había decidido a empuñar las armas, y yo me puse a las órdenes de los comandantes que ellos nombraban […]".

Nótese aquí el desprecio de Humbert hacia el pueblo llano utilizando la palabra "populacho". Nótese, también, el papel que nuestro protagonista asigna al "populacho": ponerse del lado de los burgueses y formar con ellos una sola parcialidad pero, eso sí, encabezada, dirigida y mandada por los burgueses. Es decir, el "populacho" sólo debía ser mera comparsa de los propósitos, designios y consignas de los burgueses. Y esto fue lo que se consiguió el día 13, posibilitando la jornada del 14 de julio y la posterior identificación de Libertad-Democracia con Revolución Francesa y nación-pueblo de Francia frente a la nobleza y la Iglesia, con su supuesto sistema feudal de Antiguo Régimen.

Además, el factor que impulsó a Humbert a unirse a la milicia no fueron los choques entre las fuerzas reales y la milicia burguesa sino, como él mismo dice, los enfrentamientos entre el "populacho" y los burgueses.

El lunes 13 y la madrugada del martes 14, Humbert formó parte del rondín del distrito St-André-des-Arcs y patrulló las calles "con espadas, por no tener fusiles el distrito", nos dice él. A las seis de la mañana Humbert ya se retiraba a su casa cuando, según relata: "supe que en Los Inválidos se entregaban armas para los distritos". A partir de aquí comienza la rocambolesca jornada del 14 de julio y de nuestro protagonista.

2. La toma de Los Inválidos.

Los Inválidos y La Bastilla tenían importancia para la milicia burguesa porque en el arsenal del primer fortín se almacenaban 40.000 fusiles, 12 cañones y un mortero. En el arsenal del segundo fortín se almacenaba pólvora. Tal como dice Humbert, había que conseguir la "ventaja de procurar armas a los burgueses", munición y pólvora, y nunca para el “populacho”.

Por lo tanto, no es cierto que el pueblo francés acabara tomando Los Inválidos y la prisión de La Bastilla por considerarla un símbolo de la tiranía real y porque se utilizaba para encarcelar a ilustrados, reformadores y enciclopedistas. Es más, en La Bastilla sólo había 7 presos comunes, ninguno de ellos político.

Además los burgueses y su milicia no tenían un sistema de comunicación e información muy eficiente que se diga. El propio Humbert dice que "supo", como por casualidad, que Los Inválidos estaba en manos de la milicia, y éstos eran los burgueses, no el pueblo de París. Y continúa: "con esta noticia regresé enseguida a avisar a los burgueses de San Andrés, que no se reunieron hasta las doce y media".

Habrá que deducir que los miembros de la milicia burguesa del distrito estaban muy poco motivados, movilizados y preparados por tardar tanto en reunirse y, seguidamente, decidir qué hacer. Por lo tanto, la atmósfera no debería ser muy angustiosa, ni de movilización y levantamiento general y, desde luego, nada que ver con una jornada sentida como decisiva por un supuesto activo pueblo de París en pos de la libertad.

Además, Los Inválidos no fue tomado en glorioso asalto armado lleno de heroísmo y valor. La Asamblea de Electores había estado reunida en el ayuntamiento toda la noche y decidió que tenía que armar a la milicia burguesa. Así que la envió allí. El ayuntamiento también mandó al procurador real, Ethis de Corny, para convencer al gobernador de Los Inválidos de que diera paso a la milicia. El gobernador Sombreuil, lejos de oponerse y defender la posición, permitió el paso y no hubo ni un solo disparo. Las tropas reales -con sus comandantes- que estaban acampadas en el Campo de Marte, tampoco intervinieron.

Pero volvamos al relato de  Humbert y veamos que nos cuenta:

“Al llegar a los Inválidos seguí a la multitud hasta llegar al sótano donde se encontraban las armas. Encontrando, en la escalera del sótano, a un hombre que llevaba dos armas, le cogí una y volví a subir; pero en lo alto de la escalera la muchedumbre era tan numerosa que todos los que subían fueron obligados a dejarse caer de espaldas hasta el fondo del sótano […] la muchedumbre se obstinaba en bajar y, como nadie podía subir, la gente se apretujó en el sótano que todos lanzaban gritos horribles propios de las personas a quienes se ahoga. Muchas personas estaban ya inconscientes. En esa situación los que estaban armados avanzaron por el sótano a bayoneta calada obligando a la multitud a subir."

Así fue la gloriosa toma de Los Inválidos. Qué fácil lo tenían las tropas reales para aniquilar a la milicia burguesa y a cualquiera que hubiese puesto resistencia. Jefferson se quedó pasmado por esta inactividad y desidia de las tropas reales. En carta a John Jay, en 19 de julio, comentó: "es de observar que ni un solo inválido se opuso y que un cuerpo de 5000 soldados […] acampados a 400 yardas no hizo movimiento alguno".

3. El asalto a La Bastilla.

En este punto del medio día del día 14 de julio encontramos a Humbert y a pandillas de milicianos armados y, absolutamente, incontrolados esparciéndose por las calles de París e imponiendo terror, aunque la gran mayoría no tenía pólvora ni balas. Humbert relata que intentó volver a su distrito y ponerse a las órdenes de su comandante pero no encontró a nadie y "supe por el camino que entregaban pólvora en el ayuntamiento […] dirigí allí mis pasos […] me dieron cerca de un cuarterón, pero no me dieron balas".

Es en este punto cuando, por casualidad, se produce el asalto a La Bastilla. Sigue relatando nuestro relojero que al salir del ayuntamiento "oí decir que sitiaban la Bastilla". Es decir, algo como por casualidad. Por el camino Humbert se fue encontrado, primero con cuatro soldados a quienes "invitó" a unirse al asalto, seguidamente con una mujer que pedía socorro ante la violación que sufría, después con un peluquero que -con dos telas ardiendo en la mano- se dedicaba al saqueo incendiario. Mientras Humbert luchaba con el peluquero e intentaba apagar el fuego, dos criados le arrancaron de allí y le llevaron a desalojar a un grupo de saqueadores que había entrado en una casa. Estos saqueadores se dedicaban a destruir un archivo. Ayudado por soldados, Humbert salió de allí y por fin pudo acudir a La Bastilla.

Humbert llegó al segundo patio del Arenal de La Bastilla a las 3'30. En aquel momento la situación era la siguiente: el primer puente estaba echado. Un grupo de milicianos dirigía la maniobra para entrar dos cañones en el puente, al tiempo que se distribuían varias formaciones de milicianos en columnas de cinco a seis personas. Humbert se dispuso en la primera columna.

Hasta ese momento los defensores de La Bastilla apenas habían reaccionado a los movimientos de los sitiadores. Unos y otros se habían intercambiado unos pocos tiros que dieron como resultado dos soldados muertos, cosa que sorprendió a Humbert al verlos tendidos en el suelo. Esto sugiere que la presencia de la sangre y de la muerte era algo poco habitual en aquella situación, algo singular y puntual. Sea como fuere, desde luego, la milicia había tomado posiciones sin grandes dificultades.

Ya situados en el puente, avanzó la primera columna y los cañones comenzaron a maniobrar. A Humbert se le ordenó adelantase para ver si los sitiados querían rendirse pero, mientras realizaba esta gestión, "se decidió ordenar el ataque disparando los fusiles". Humbert tuvo que regresar a su puesto y cada miliciano de esta columna disparó "unos seis tiros". Como vemos, nada de combates generalizados con grandes muchedumbres, sangre y muerte por todas partes.

A partir de aquí el relato de Humbert describe una situación cuando menos surrealista. Tras el referido intercambio de disparos, "apareció un papel a través de un agujero ovalado […] cesó el fuego". El papel se leyó en voz alta y no fue satisfactorio, por lo que se decidió hacer uso del cañón. En ese instante se bajó el último y pequeño puente levadizo tras el cual había una puerta cerrada. Varias personas -entre las que se encontraba Humbert- se acercaron y un inválido se aproximó y preguntó "qué queríamos". "Que se rinda La Bastilla, le contesté, al igual que todo el mundo, y entonces nos dejó entrar".

Y continua Humbert: "entré en el patio mayor (aproximadamente el octavo o décimo). Los inválidos estaban alineados a la derecha y a la izquierda los suizos; gritamos, abajo las armas; así lo hicieron". Y La Bastilla se rindió. Así calló La Bastilla.

Próximo capítulo: II. La revolución triunfante contra el cristianismo.

 

Antonio R. Peña Izquierdo, historiador

1 comentario

JCA
Bueno, ya se sabe que los intelectuales de la Revolución francesa distinguían entre el "pueblo" y el "Pueblo", o sea, ellos.
11/07/09 2:29 PM

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