Una pregunta que está latente en toda la cuestión del aborto y a la que hay que contestar si queremos tener ideas claras, es la siguiente: ¿el aborto tiene alguna consecuencia psíquica para la mujer, o es sencillamente inofensivo?; es decir, ¿el tercer supuesto por el que la actual ley española despenaliza el aborto, por razón de la salud psíquica, que es la causa alegada en la inmensa mayoría de los casos, es un motivo real o mas bien una gran mentira? Las estadísticas indican que los así llamados abortos terapéuticos se hacen en su gran mayoría invocando razones de salud mental de la madre, defendiendo los centros abortivos que el hecho de que una mujer quiera abortar ya supone un peligro para su salud psíquica si no aborta, con lo que de hecho ha sido prácticamente libre, sin ni siquiera límite de tiempo.
Pero la realidad es que el aborto no cura ninguna enfermedad física ni psíquica, sino por el contrario, las agrava. Un detalle interesante a tener en cuenta es que, al poco tiempo de descubrirse que varios centros abortistas incumplían descaradamente la ley, y por tanto su actuación era delictiva, se ha empezado a trabajar para reformar la ley y que uno de los efectos del cambio de legislación, va a ser proteger a los centros abortistas para que no puedan tener sustos legales.
Desde luego mi experiencia personal y lo que oigo y leo en los profesionales de la salud que hablan de estos temas es que el aborto es una solución desastrosa, con gravísimos traumas psíquicos y morales, que van haciéndose mayores con el paso de los años, y que por supuesto no cura ninguna enfermedad, sino mas bien las origina o agrava. La realidad es que ninguna enfermedad y menos una enfermedad psíquica puede curarse mediante un aborto, que, por el contrario, ocasiona graves daños, al ser un acto contra el instinto natural de ser madre.
Nuestros actos son a menudo irreversibles y sus consecuencias están con frecuencia fuera de nuestro alcance. Antes de hacerlo las mujeres deben ser informadas de las secuelas y repercusiones del aborto, porque el aborto hiere en lo más profundo del ser, va en contra radicalmente de lo que somos, suele destrozar literalmente las vidas de quienes lo llevan a cabo, ya que matar a un hijo o a un ser humano inocente conlleva un sentimiento de culpa, por lo que sufren graves depresiones, autorreproches, remordimientos, insomnio, pesadillas y trastornos de conducta como la promiscuidad o el alcoholismo, quedando con frecuencia marcadas con un síndrome postaborto, que se presenta antes o después a lo largo de la vida, independientemente de ideologías o creencias, y se expresa con problemas graves de personalidad, inestabilidad emocional, agresividad contra el médico que les ha inducido y a quien no quieren volver a ver, o contra el marido o compañero con un número muy elevado de separaciones y divorcios en el primer año tras el aborto, pues se quejan, en la inmensa mayoría de los casos con razón, de no haber recibido información veraz y completa acerca de las consecuencias físicas, y sobre todo psicológicas, que ese aborto tendría para ellas el resto de sus vidas, y es que es más fácil sacar al niño del seno de su madre que de su pensamiento. Es obvio que toda mujer que aborta queda profundamente afectada por ello, aunque no quiera o no pueda reconocerlo. Desde el punto de vista de la mujer, el aborto es un acto que va totalmente en contra de sus sentimientos e instintos más profundos, aunque algunas intenten justificarse haciéndose sus decididas defensoras. Y es que el problema no es ser madre o no serlo, sino ser madre de un hijo vivo o de un hijo muerto. Tener un bebé nunca, nunca, será tan duro a la larga como tomar la decisión de no tenerlo, no curando el tiempo el problema, sino por el contrario, agravándolo. Por todo ello, hay que insistir en que el aborto no supone el final del problema, sino, por el contrario, el inicio de un nuevo, duradero y gravísimo problema.
Y es que la naturaleza no perdona. Si el simple aborto natural suele ocasionar una depresión en la madre, un acto tan antinatural y tan contra el instinto materno como el aborto provocado lleva consigo un muy serio problema emocional, incluso cuando no se es consciente de ello. En este punto hay que recordar que todo proceso biológico tiene su registro psicológico. La mujer registra en su inconsciente tanto el embarazo cuanto su impedida anidación y posterior pérdida.
Si es normal en la mujer vivir la menstruación como un fracaso de la procreatividad, si bien en forma inconsciente, cuánto más vivirá como pérdida significativa o duelo la caída de la célula huevo a la que se ha impedido anidar.
En psicoterapia se observa muchas veces en tratamientos con mujeres que van bien en su proceso terapéutico, que de pronto éstas manifiestan una significativa caída anímica. Estos microduelos o pequeñas depresiones aparentemente sin motivo tenían a los terapeutas desconcertados hasta que se comenzó a interrogar qué método anticonceptivo usaban, la fecha de la última menstruación etc., siendo en su casi totalidad el método utilizado el DIU, pues la mujer registra su aborto y ello le provoca un daño psíquico.
Además, la presencia constante de un elemento extraño en el interior del propio cuerpo, en el centro de la gestación, le genera una contradicción vital que le provoca una tensión, una irritación difusa constante, un subterráneo enojo con la pareja, un sentimiento de culpa y muchas veces depresión. Esto le provoca un rechazo del matrimonio.
Todo ello hace necesario con frecuencia el correspondiente tratamiento médico psiquiátrico de quien lo realiza, a fin de poder asumir, también humanamente, las consecuencias de su acto, sacando a la luz sus sentimientos de culpa y hablando de este tema a fondo con alguien que sepa escucharles, experimentando muchas la necesidad de que alguien superior les perdone. Pero además de ese tratamiento psiquiátrico, como es también un problema de conciencia y de pecado, puesto que se trata ciertamente de una mala acción, creo que el mejor medio para recuperar la paz interior es el arrepentimiento sincero con la absolución sacramental que garantiza el perdón de un Dios que sí quiere perdonarnos y nos ayuda a convertirnos. Me parece que en casos así es de recomendar como el mejor modo de perdonarse a sí mismo y reparar el mal hecho la posterior y activa militancia en asociaciones en favor de la vida.
Pedro Trevijano, sacerdote