No cabe duda que el acto moral propio del ser humano es el acto humano libre. Aunque la sociobiología haya descubierto en la conducta humana estructuras parecidas al comportamiento de los animales, existe una frontera cualitativa que separa con nitidez ambos mundos. Esa frontera es la libertad, que da al hombre una capacidad superior para adaptarse al ambiente que le rodea y conseguir, con su trabajo y responsabilidad, lo que no le han facilitado sus estructuras naturales. La capacidad que el hombre tiene de decidir libre y responsablemente constituye el presupuesto para la posibilidad del comportamiento moral. La libertad es lo que da moralidad al hombre, y somos seres morales porque no somos juguetes del destino. Negar la responsabilidad personal es encerrar al hombre en sí mismo y negarle la libertad. El hombre no es desde luego libre, cuando se deja llevar por la arbitrariedad y el capricho, sino que debe orientarse según normas y actuaciones racionales, sabiendo distinguir entre el Bien y el Mal, entre la Verdad y la Mentira y formando parte del concepto de responsabilidad advertir la conexión entre causa y efectos.
Hemos de defender la libertad del hombre y expresamos nuestra conformidad con los siguientes principios enumerados por Pío XII el 10-IV-1958: 1) Cualquier hombre ha de ser considerado como normal mientras no se pruebe lo contrario; 2) el hombre normal no sólo posee una libertad teórica, sino que tiene también realmente el uso de la misma; 3) el hombre normal, cuando utiliza como debe las energías espirituales que están a su disposición, es capaz de vencer las dificultades que entraña la observancia de la ley moral; 4) las disposiciones psicológicas anormales no son siempre insuperables y no impiden siempre al sujeto toda posibilidad de obrar libremente; 5) incluso los dinamismos de la inconsciencia y de la subconsciencia no son irresistibles, siendo posible en gran medida dominarlos, sobre todo por el sujeto normal; 6) el hombre normal es por tanto ordinariamente responsable de las decisiones que toma.
Por supuesto que no creemos que el hombre sea un ser totalmente libre, pues nuestra libertad tiene un ámbito y limitaciones, pero no por ello debemos negar nuestra libertad. Podemos decir que poseemos una libertad suficiente y que esta libertad a lo largo de nuestra vida podemos desarrollarla o dejarla atrofiar.
La libertad humana se realiza a través de cuatro libertades fundamentales: 1) La libertad de pensamiento, en cuanto libertad para elaborar el pensamiento y expresarlo. 2) La libertad de conciencia, es decir libertad para la decisión responsable. 3) La libertad de convicción, que me da libertad para decidir las orientaciones esenciales de la vida. 4) La libertad de religión, por la que tengo libertad para escoger la religión de mi elección o para rechazar toda religión.
Podemos decir que la libertad es esa capacidad maravillosa que tenemos de dirigir nuestra vida en la dirección que debe desarrollarse, con un poder de elección que exige lucidez, para saber ver el fin y el camino para alcanzarlo, y la fuerza para lograr caminar hacia ese fin.
Nuestra grandeza es la libertad que nos da energía para poder superar los condicionamientos que obstaculizan nuestra marcha hacia nuestro fin, al modo como un velero sabe utilizar los vientos contrarios para marchar hacia el puerto.
Pero esta libertad fundamentalmente hay que adquirirla: a) por un mejor conocimiento de nosotros mismos; b) por la adquisición de hábitos buenos; c) por el dominio del cuerpo, obtenido por el deporte, los métodos de relajación o los pequeños sacrificios; d) por la limpieza del corazón, para que el centro regulador del cerebro guarde el control de las pulsiones y no se vea desbordado por excitaciones imperiosas y desestabilizantes; e) por el aliento de un ideal, de un proyecto de vida capaz de entusiasmar; f) «Jesús manifiesta con su misma vida y no sólo con palabras, que la libertad se realiza en el amor, es decir en el don de uno mismo»(San Juan Pablo II, Encíclica «Veritatis Splendor» nº 87). Y así, aunque nuestra libertad se ve amenazada por nuestra tendencia al mal, con la ayuda de Dios y de su gracia, podemos orientar toda nuestra conducta hacia la Verdad y el Bien, para así realizarnos como personas.
Pedro Trevijano, sacerdote