No se trata de casos aislados. Es una corrupción generalizada. El último escándalo de Berlusconi, y cuantos van ya, es sólo una muestra más de lo que se ve todos los días y en todos los sitios.
El cambiar de mujer o de marido ya no sorprende a nadie. Y sobre todo en las más ilustres familias. Que un rey o la mujer de un presidente aparezcan in puribus en las revistas tampoco es excepcional. La rebatiña de los dineros públicos ya se produce hasta por familias o consejos de ministros. No hay día en el que el PSOE no airee un escándalo del PP y éste no le replique con otro del PSOE. Los sindicatos, los bancos, las cajas de ahorro son la cueva de Alí Babá. No se salvan los jueces ni los militares. Hemos perdido ya la cuenta de alcaldes y concejales procesados. Y así se mire donde se mire.
No cabe extrañarse de que con esos ejemplos se multipliquen en las masas los robos, las violaciones, el vender los cuerpos por dinero, los divorcios, el maltrato a las mujeres... Y si todo ello es reprobable todavía se riza el rizo de lo peor. Abortos por millones, pederastia, abusos de hijos por sus propios padres... Y hasta obispos, sacerdotes y religiosos aparecen implicados en esta repugnante exhibición de vicios.
Pues a eso lleva el desprecio de los principios morales y el abandono de la religión. Y todo ello no se arreglará, seguro que todavía empeorará, si no se vuelve a vivir como Dios manda. Ese es el único remedio.