Próximos a terminar el año, la Iglesia recuerda un misterio central de nuestra fe: el Señorío Universal de Jesucristo sobre la entera creación, «porque en Él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por Él y para Él» (Col 1,16). La Palabra de Dios es explícita en afirmar que Cristo debe reinar no sólo en el corazón de los hombres, sino también en el corazón de la misma sociedad, es decir, en todos los ámbitos en los que se desarrolla la vida de los cristianos.
Cuando Pilato pregunta a Jesús: «¿Luego tú eres Rey», responde: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz» (Jn 18,37). La respuesta de Cristo deja en claro que lo que Él piensa de su Reino no coincide con lo que podría pensar un hombre como Pilato. Por eso dice el Señor: «Mi Reino no es de este mundo» (Jn 18,36). Cristo no viene a establecer un Reino según los criterios de aquel mundo que «yace en poder del Maligno» (1 Jn 5,19). El Reino de Cristo consiste en que el mundo creado bueno por Dios, pero que gime a causa del pecado de nuestros primeros padres y de nuestros propios pecados (ver Rm 8,22), sea redimido, restablecido en su bondad original y elevado a un nuevo orden por la gracia.
Por eso el Señorío de Cristo está vinculado a la verdad y a la escucha de su Palabra (ver Jn 18,37). Es un Reino «de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de justicia, amor y paz». Cristo reinará en el mundo y en sus instituciones humanas cuando todos los hombres y los pueblos lo acepten por la fe, lo confiesen públicamente e impregnen con el Evangelio toda la realidad social.
El Papa Francisco decía que Cristo es un Rey que «no es de este mundo», no porque «Cristo sea Rey de otro mundo, sino que es Rey en otro modo: la fuerza del reino de Cristo es el amor. Por esto, la majestad de Jesús (…) nos libera de nuestras debilidades y miserias, animándonos a recorrer los caminos del bien, de la reconciliación y del perdón».
+ Francisco Javier