En mi artículo de hace unas semanas «El Dios de la Fe y el Dios del Genoma» recogía esta frase de Kant: «Dos cosas me llenan de creciente admiración y sobrecogimiento, cuanto con más frecuencia y dedicación reflexiono sobre ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí». Hablemos hoy de la Ley Moral dentro de mí.
La pregunta sobre Dios, si existe o no realmente, es una de las preguntas más importantes, si no la más importante, que podemos hacernos. De su respuesta depende en buena parte cómo vivimos y a qué valores damos realmente importancia, aunque no termine con nuestras incoherencias. Es indiscutible también que la fe apenas está presente en nuestra Sociedad y que los creyentes vamos contracorriente, por lo que vivir la fe necesita coraje y determinación, mientras el ateísmo teórico o práctico está de moda. Pero Ciencia y Fe se complementan, porque las dos tienen a Dios como autor, las dos buscan la Verdad, y como decía Einstein «la ciencia sin religión es coja, la religión sin ciencia es ciega».
«La ley moral proviene de Dios y en Él tiene siempre su origen» (Encíclica de Juan Pablo II, Veritatis splendor nº 40). La ley moral necesita de un Dios que se preocupa de los seres humanos, pues tan solo el convencimiento de que hay un Dios que vela por los hombres impide hundirse en las más profundas degradaciones y atrocidades, como nos muestran las criminales ideologías nazis, comunistas, relativistas, positivistas y de género. La luz de la fe es fuente de conocimiento para el obrar moral, pues como dice el Concilio Vaticano II «fue voluntad de Dios, el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente» (LG nº 9). Por ello tanto la fe como la moral tienen una dimensión eclesial, siendo la Iglesia el lugar donde conocemos las exigencias morales divinas, tanto objetivamente en cuanto transmisora de la Revelación, como subjetivamente, demostrándonos la experiencia que las personas sin vinculación con la institución eclesial pierden fácilmente la fe. Por ello no podemos aceptar el Cristianismo como una simple, incluso grandiosa creación ética, sino que es una clara proclamación que en Jesucristo se ofrece la salvación a todos los hombres, estando las normas y leyes al servicio del ser humano, a fin de conseguir la plena realización de la persona, de acuerdo con el dicho de Jesús: «La Verdad os hará libres» (Jn 8,32). En cambio la frase tan coreada por los relativistas: «La libertad os hará verdaderos», significa que cada persona decide por sí misma lo que es moral en una situación dada, lo que no deja de ser un disparate.
Pero ¿en qué consiste la Ley Moral?, ¿dónde la podemos encontrar? Por supuesto en la Revelación, contenida en la Sagrada Escritura en el Antiguo y sobre todo en el Nuevo Testamento, aunque indudablemente hay textos y pasajes que tienen una referencia más directa con la Moral, como pueden ser el Decálogo o las Bienaventuranzas, sin olvidar el Magisterio de la Iglesia, así como las ciencias y conocimientos humanos. El objeto de la Moral es el comportamiento humano responsable y su objetivo el encuentro con Cristo dentro de la comunidad eclesial, de la que Cristo es Cabeza y nosotros sus miembros (1 Cor 12,27; Ef 1,22-23).Creer en Dios no es fácil, pero más difícil es no creer en Él, puesto que significa renunciar a que la vida tenga sentido y que sea posible alcanzar la felicidad.
La Moral nos enseña qué valores hemos de servir y realizar, si queremos actuar con responsabilidad y solidaridad. Tenemos un impulso hacia el Bien que nos lleva a pensar como primer principio moral: «lo bueno ha de hacerse, lo malo ha de evitarse». Ello presupone un Dios que verdaderamente respeta la libertad del hombre y, con ello, permite el mal. Precisamente por esa existencia del Mal es por lo que Dios se ha hecho Hombre, y con su Pasión, Muerte y Resurrección ha vencido al Mal, aunque, como se dice en Teología, si bien el Reino de Dios ya se ha iniciado, todavía no ha llegado a su plenitud. Y es que el ser humano se resiste con todas sus fuerzas a la impresión que, tras la muerte, no existe nada.
La solución final a nuestros problemas está en las tres virtudes sobrenaturales teologales. Tenemos Fe, y, en consecuencia, creemos en la otra cara de la moneda, la Esperanza, que es específico del cristiano. Y en cuanto a la Caridad, el Amor, es el compendio de todas las virtudes y, gracias a ella, alcanzaremos la salvación y la Gloria eterna. Es indudable que por nuestras propias fuerzas no podemos alcanzar estas virtudes, pero sabemos que Dios no niega su gracia a quien se la pide, y, por nuestra parte, no confiemos en nosotros, sino en su gracia que está a nuestra disposición.
Pedro Trevijano, sacerdote