En julio de este año 2018 se cumplirá el cincuenta aniversario de la promulgación de la encíclica Humanae Vitae de Pablo VI, importantísimo documento magisterial sobre la apertura a la vida en el matrimonio y que aborda sin tapujos el tema de la regulación de la natalidad y define la doctrina católica sobre el aborto y los métodos anticonceptivos, ambos terminantemente prohibidos en cualquier supuesto, así como otros aspectos relativos a la moral conyugal.
El texto que subraya los dos significados inseparables del acto conyugal, el significado unitivo y el significado procreador, prohíbe expresamente todo tipo de control artificial de la natalidad, desató en su época la más furibunda rebeldía del sector más progresista de la Iglesia, rebeldía que sigue hasta nuestros días espoleada por sectores que parece que permanecían agazapados.
La encíclica Humanae Vitae provocó una de las mayores controversias en la Historia de la Iglesia de los últimos siglos. La disensión fue muy clara y manifiesta en diferentes documentos oficiales y un gran número de publicaciones muy críticas con la encíclica. De hecho, le daban la vuelta para interpretar lo contrario de lo que allí se decía.
Siguiendo el análisis que realizó Romano Amerio vamos a hacer un breve resumen sobre la gran división que provocó la recepción de la encíclica en su momento, en el que incluso conferencias episcopales enteras se opusieron frontalmente a ella confundiendo a muchas almas, ciertamente desnortadas como ovejas sin pastor.
La encíclica fue duramente criticada por algunas de las principales revistas religiosas de aquel tiempo. Escandalosa fue la oposición que realizó el jesuita Giacomo Perico. Escribía en Amica (con una tirada de 700.000 ejemplares) sobre la nueva encíclica: “No es exacto hablar en sentido absoluto de nuevas orientaciones. Puede decirse al contrario que algunos hombres de Iglesia dieron en el pasado interpretaciones demasiado restrictivas de la moral conyugal. Ha sido un error”. Cuando dice algunos hombres de Iglesia se refiere a todos los Papas y a toda la Tradición.
El P. Perico continuó difundiendo esa tergiversación de la Humanae Vitae en cursos de 'aggiornamento' para el clero y en el Giornale del Popolo del 22 de marzo de 1972. El jesuita transforma sutilmente una frase del papa: la frase dice los cónyuges no deben recurrir nunca a técnicas contraceptivas. Él cambia el no deben, por el no deberían minimizando por completo el sentido tajante de la prohibición.
Por su parte el Cardenal Dopfner, arzobispo de Munich y defensor de los anticonceptivos declara: “Ahora me pondré en relación con los demás obispos para estudiar la forma de ofrecer ayuda a los fieles” (Corriere Della Sera, 30 de julio de 1968). Da la impresión que para el arzobispo los fieles deben ser ayudados contra la encíclica y que ésta es un acto de hostilidad hacia el género humano.
La reacción fue muy adversa en Estados Unidos, donde parece que anticipándose engañosamente a la dirección del Papa los obispos pusieron en marcha un programa de asistencia anticonceptiva. Contradiciendo a su propio obispo, el cardenal O' Boyle, la universidad católica de Washington, en una declaración apoyada por doscientos teólogos, no sólo rechaza la doctrina, sino que impugna la autoridad papal por haber rechazado el parecer de la mayoría y no haber consultado al colegio episcopal.
El episcopado alemán, en general partidario de los anticonceptivos, se adhirió a la enseñanza de la encíclica; pero argumentando que con el carácter no infalible del documento se concede a los fieles la posibilidad de disentir en la teoría y en la práctica y les remite en última instancia a la luz individual de la conciencia.
Pero el conflicto con la Iglesia de Alemania tuvo una manifestación más clamorosa todavía en el Katholikentag de Essen en septiembre de 1968: la asamblea discutió y votó por abrumadora mayoría (5000 contra 90) una resolución para la revisión de la encíclica ante la presencia del legado Pontificio (Card. Gustavo Testa) y de todo el episcopado nacional entre voces que pedían la dimisión del Papa. Ante tan grave acto de rebelión respondía el OR el 9 de septiembre con un mensaje del Papa en el que se pedía a los católicos alemanes fidelidad y obediencia.
El rechazo a la encíclica continuó sin embargo en el Sínodo suizo de 1972, en el sínodo germánico de Wüzgburg y en la declaración de Königstein. La división entre los católicos de Alemania y de éstos con la Sede romana continua hasta nuestros días. El Katholikentag de 1982 tuvo una contrapartida paralela con un Katholikentag de base que reunía a católicos disidentes, que reivindican la intercomunión eucarística, el sacerdocio de las mujeres, la supresión del celibato y una “Misa” distinta.
También se manifestó una profunda división en la Iglesia en Inglaterra, donde Mons. Roberts se opuso a Mons. Beck impugnando vivamente la encíclica. El entonces prestigioso The Tablet, generalmente defensor de la sana doctrina, protestó sorprendentemente contra la encíclica.
En la Iglesia holandesa, en la que había un clima de rebeldía, la oposición a la encíclica fue total. El vicario general de la diócesis de Breda declaró en la televisión que los fieles debían continuar conduciéndose según su propia conciencia sin hacer caso al documento pontificio.
Igualmente se rebelaron los obispos canadienses apelando a la fuerza última de la conciencia individual e introducen el concepto de conflicto entre deberes y dan la potestad a los cónyuges de decidir por sí mismos.
La oposición de los obispos franceses fue igualmente manifiesta contradiciendo las enseñanzas de que no es lícito jamás querer un acto intrínsecamente malo. Los obispos franceses sostuvieron que, en un conflicto de deberes, la conciencia puede buscar delante de Dios que deber es mayor en cada circunstancia. La posición del episcopado francés fue directamente reprobada con una notificación del OR del 13 de septiembre de 1968, desmintiendo que hubiese sido aprobada por la Santa Sede.
En Italia la resistencia fue un poco más suave, pero igualmente generalizada. En el semanario de los Paúles Famiglia cristiana (difusión de un millón y medio de ejemplares en todas las parroquias) el P. Bernard Häring defendía la contracepción, poniéndose del lado de los obispos franceses.
Doctrina católica prohibiendo expresamente los anticonceptivos en cualquier supuesto
Uno de los puntos más controvertidos de la encíclica fue, como hemos dicho, la total prohibición de los métodos anticonceptivos, aquellos que rompen los aspectos unitivo y procreativo. Vamos a recordar brevemente algunos conceptos básicos sobre la anticoncepción y los diferentes métodos anticonceptivos.
La anticoncepción, también conocida como contracepción, es el empleo de una serie de métodos y procedimientos con la finalidad de que no se produzca el embarazo. Existe una gran cantidad de métodos para lograr la contracepción, sin embargo, por la forma en que llevan a cabo su función, se puede agrupar en cuatro mecanismos principales, como son: 1. Impedir que los espermatozoides puedan alcanzar a los óvulos para fecundarlos. 2. Evitar que ocurra la ovulación. 3. Afectar la implantación del ovulo fecundado. 4. Producir la esterilización.
Cualesquiera de estos cuatro métodos de anticoncepción están totalmente prohibidos por la Iglesia en todos los supuestos.
El Catecismo nos recuerda en su punto 2370 que es intrínsecamente mala
“toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga como fin o como medio, hacer imposible la procreación” (HV 14):
«Al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, el anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro totalmente: se produce no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal. [...] Esta diferencia antropológica y moral entre la anticoncepción y el recurso a los ritmos periódicos implica [...] dos concepciones de la persona y de la sexualidad humana irreconciliables entre sí» (FC 32).
Quizá esta incomprensión de la Humanae Vitae muchas veces sea consecuencia del oscurecimiento del gran mensaje de amor de todo el documento y que resaltó Benedicto XVI con ocasión del 40 aniversario de la encíclica:
A 40 años de distancia de la publicación de la encíclica podemos entender mejor cuán decisiva es esta luz para comprender el gran "sí" que implica el amor conyugal. A esta luz, los hijos ya no son el objetivo de un proyecto humano, sino que se reconocen como un auténtico don, que se ha de acoger con actitud de generosidad responsable ante Dios, fuente primera de la vida humana. Ciertamente, este gran "sí" a la belleza del amor implica la gratitud, tanto de los padres al recibir el don de un hijo, como del hijo mismo al saber que su vida tiene origen en un amor tan grande y acogedor.
Javier Navascués