He de confesar que la reacción de algunos círculos políticos y medios de comunicación ante los pronunciamientos de la Iglesia Católica y, más en particular, del Papa, me trae a la memoria a la niña de la película “El exorcista”, que veíamos allá por 1973, cuando todavía el flequillo nos tapaba la frente. Recuerdo con viva impresión aquellas escenas en las que una niña, de nombre Regan, convulsionaba de forma violenta sobre la cama, levitaba, echaba espumarajos por la boca, se le entornaban los ojos y hasta giraba completamente su cabeza… ¡Y todo porque habían derramado sobre ella unas “inocentes” gotas de agua bendita!
Bromas aparte, tras las declaraciones de Benedicto XVI en una rueda de prensa, en la que se limitó a afirmar que la pandemia del SIDA no puede ser vencida exclusivamente por el recurso al preservativo, sino que se requiere una educación en una sexualidad responsable; hemos sido testigos de unas respuestas absolutamente desproporcionadas, injustificadas y muy reveladoras del “misterio” de fondo que se esconde tras estas reacciones “convulsivas”...
“Vendrán tiempos en que no se soportará la sana doctrina…”
Ya que estamos dentro del Año Paulino, en el que conmemoramos el dos mil aniversario del nacimiento del apóstol de los gentiles, creo que nos conviene considerar sus proféticas palabras dirigidas a Timoteo, que son una prueba viva de que no han cambiado tanto las dificultades a las que la Iglesia se enfrenta, en la tarea de la evangelización: “Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, argumenta, reprende y exhorta echando mano de toda tu paciencia en enseñar. Porque vendrán tiempos en que no se soportará la sana doctrina, sino que, para halagar el oído, quienes escuchan se rodearán de maestros a medida de sus propios antojos, se apartarán de la verdad y darán crédito a mitos. Pero tú permanece siempre alerta, proclama el mensaje de salvación, desempeña con esmero el ministerio” (2 Tm 4, 2-5).
Benedicto XVI ha tenido la “osadía” de recordarnos lo que es de sentido común… El problema está en que mientras que nuestras autoridades no tienen inconveniente en pedirnos que dejemos de fumar o que moderemos la velocidad de nuestro vehículo, por poner un ejemplo; sin embargo, por influjo de una obsesión pansexualista, son incapaces de reconocer la gran ayuda que la vivencia de la castidad presta a la salud pública. Se produce la paradoja de que en algunas materias se puede reclamar –incluso, ¡exigir!- cambios de conducta a los ciudadanos, más allá del uso de cinturones de seguridad o de filtros de nicotina; mientras que en lo tocante a la sexualidad, no sólo permanecemos ciegos ante el problema moral, sino que nos revolvemos violentamente contra quien ponga el dedo en la llaga…
¿Fobia anticatólica?
No cabe duda de que estamos sumergidos en un ciclo cultural marcadamente anticatólico. No se trata de un fenómeno nuevo, aunque en los últimos años se haya acelerado, especialmente en algunos países como España. Un indicio muy significativo lo tenemos en la proliferación, en las últimas décadas, de filmografía de temática anticatólica. Sin ir más lejos, para este mismo mes está anunciado el estreno en el Festival de Cannes, de una película que se encuadra plenamente en este género (“Angeles y Demonios”). Sin embargo, en el cine y la literatura contemporánea, difícilmente encontramos tanta crítica amarga contra otras religiones…
Personalmente, me caben muy pocas dudas de que el factor determinante que explica este fenómeno, no es otro que la unidad y la coherencia de la fe católica, inmune a ser absorbida por la dictadura del relativismo dominante. Si redujésemos nuestra predicación a algunos puntos comunes de amplio y vago consenso, entonces, ¡hasta podríamos llegar a resultar simpáticos en Hollywood! Eso sí, ¡tan simpáticos como insignificantes!
+ José Ignacio Munilla, obispo de Palencia