Ante todo voy a decir algo: quiero hablar de la familia natural, de la familia que ha existido siempre, la compuesta fundamentalmente por padres e hijos y, en ocasiones, por algún o algunos antepasados. Y la llamo familia natural porque no estoy dispuesto a que se me manipule el lenguaje, como me he encontrado a veces con gente partidaria de la ideología de género, que para dar paso a sus concepciones de otras familias, querían que yo a esta familia le llamase familia tradicional. Familia natural, normal, punto y basta.
«El bien de la familia es decisivo para el futuro del mundo y de la Iglesia» (Exhortación Apostólica «Amoris Laetitia» nº 31). «Debemos agradecer que la mayor parte de la gente valora las relaciones familiares que quieren permanecer en el tiempo y que aseguran el respeto al otro… Muchos estiman la fuerza de la gracia que experimentan en la Reconciliación sacramental y en la Eucaristía, que les permite sobrellevar los desafíos del matrimonio y de la familia» (AL nº 38). En las encuestas, los valores familiares siguen estando muy apreciados; los jóvenes ven en la familia estable un baluarte contra las desgracias de todo tipo. Preguntar si un niño se encuentra mejor en una familia compuesta por sus padres biológicos casados en una familia monógama y estable, o si estaría mejor en una familia compuesta de padres divorciados y recasados, o formada por personas del mismo sexo, tiene una respuesta obvia, pero la ideología de género y lo políticamente correcto son capaces de llamarte reaccionario y homófobo. Lo que hace poco era delito y constituían conductas reprobadas, hoy se convierte en norma.
Y es que la Ideología de Género trata de debilitar a la familia como sociedad natural fundada en el matrimonio, facilitando, allí donde ha alcanzado el poder, como por ejemplo en España, una legislación en que el matrimonio y la familia con notas de exclusividad, indisolubilidad y apertura a la vida, termine apareciendo como una oferta anticuada en medio de muchas otras. Y sin embargo las otras, así llamadas familias por la legislación son solamente sucedáneos que cumplen su papel de una manera muy precaria y deficiente. Resulta que el padre que sólo traía dinero al hogar, culpable de desapego, que no cría a sus hijos, a los que sólo ve de tarde en tarde, ni se involucra en sus preocupaciones, es el padre que esta ideología quiere y exige.
En cambio la realidad es que el padre juega un papel decisivo en la vida familiar. Su presencia es muy importante en la educación de los hijos y en su integración en la sociedad, mientras su ausencia priva a los niños de una gran ayuda en el proceso de maduración que los hijos deben recorrer, negándoles un amor orientador que les ayude a madurar. Hay ocasiones en las que el niño pierde por muerte o abandono uno de sus padres o los dos, pero crear adrede esa carencia es de locos, y es que los hijos los necesitan.
El matrimonio es una íntima comunidad conyugal de vida y amor y la sexualidad está ordenada al amor conyugal entre el hombre y la mujer. Pero «esta unión está ordenada a la generación por su propio carácter natural. El niño que llega no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del corazón mismo de ese don recíproco, del que es fruto y cumplimiento» (AL nº 80).
Como dijo Denis Cameron, tras unas muy serias algaradas juveniles: «Si queremos arreglar nuestra sociedad rota, tenemos que empezar por la familia y por los padres. En ausencia del padre los niños tienen más posibilidad de vivir en pobreza, abandonar la escuela y acabar en prisión. No podemos ignorar esto». La pregunta que hay que hacerse es si los políticos quieren realmente arreglar nuestra sociedad o si su visión termina en las próximas elecciones. Estamos asistiendo a una glorificación de la homosexualidad, cuando la realidad es como el Colegio Norteamericano de Pediatras indica: «La investigación ha demostrado considerables riesgos para los niños expuestos al estilo de vida homosexual. La violencia en las parejas del mismo sexo es entre dos y tres veces más frecuente que entre las parejas heterosexuales casadas. Las parejas del mismo sexo son mucho más propensas a romperse que los matrimonios heterosexuales; la pareja homosexual media dura sólo entre dos y tres años. Los hombres y mujeres homosexuales son más promiscuos, con múltiples compañeros sexuales, incluso cuando mantienen relaciones ‘con compromiso’. Los individuos que practican el estilo de vida homosexual tienen una probabilidad más alta que los heterosexuales de sufrir enfermedad mental, abuso de sustancias, tendencias suicidas y esperanza de vida acortada». Por todo ello el Colegio Americano de Pediatras se declara radicalmente en contra de la homoparentalidad, por no ser el ambiente más adecuado para la correcta educación de un niño.
Por ello pienso que la familia natural es la estructura mejor para asegurar a los seres humanos la estabilidad y el confort afectivo y psicológico necesarios para su desarrollo. Además es el lugar ideal para la unión y la transmisión de valores entre las diversas generaciones. Si la familia anda bien, la sociedad anda bien. Ahora bien, preguntémonos todos qué debemos hacer para que esto suceda.
Pedro Trevijano