De vez en cuando me gusta repasar los artículos que he escrito y los comentarios de los blogueros, tanto más cuanto que a veces plantean problemas de verdadero interés. Así ha sucedido, por ejemplo, en mi artículo “El ateísmo de los jóvenes”, en el que me he encontrado con algunas objeciones de ateos sobre las que vale la pena reflexionar.
Uno de ellos escribe: “La diferencia entre ateos y creyentes, es que los creyentes están dispuestos a aceptar cualquier cosa por ilógica y absurda que sea, y los ateos, no”. Doy por supuesto que uno de los grandes problemas humanos es si hay algo más allá de la muerte, pero la solución que le demos a esto, depende de otro problema previo: ¿Existe Dios, sí o no? Ante todo algo elemental, si Dios existe, ya pueden decir los no creyentes lo que quieran, que Dios por eso no va a dejar de existir, pero si Dios no existe, ya podemos los creyentes decir lo que queramos, que no por eso va a existir. Está claro que uno de los dos tiene razón y el otro está equivocado, como también la existencia o no de Dios no depende en absoluto de lo que pensemos los humanos.
Recuerdo haber oído a un conocido filósofo, que al final de su vida no era tan extremista, decir la siguiente idiotez: “no se puede ser creyente y persona inteligente”. En el mundo científico, hay muchos creyentes y otros muchos que no lo son. Prominentes científicos sostienen que la ciencia tiene mucho espacio para Dios. Mendel y Lemaìtre eran sacerdotes y es incontrovertible que las dos disciplinas que buscan la verdad como la esencia de la investigación humana son la ciencia y la religión. Para el Nobel Joshua Lederbag: “No hay nada que pueda probar la falsedad de lo divino” y para el genetista Francis Collins: “¿Por qué no pudo Dios utilizar el mecanismo de la evolución para crear?”. Por supuesto, y respondo así a otra objeción, creemos que la narración bíblica de la Creación contiene verdades de fe como que Dios es Creador y la creación es fundamentalmente buena, pero no es una narración científica, sino seguramente un himno con el que se celebraba el inicio del año.
Otra de las objeciones ha sido; “Creen que los ateos no tienen una respuesta al sentido de la vida, pero no se dan cuenta que los creyentes tampoco la tienen”. Desde luego si todo termina con la muerte sería en tantos casos el triunfo de la injusticia y de los verdugos sobre las víctimas, pero los creyentes y por supuesto yo, creemos que la vida la puedo llenar de sentido haciendo el bien y buscando mi felicidad a base de amar al prójimo. Después de esta vida nos espera la felicidad eterna, sobre la que San Pablo nos dijo: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó nada semejante”. En cambio el gran problema del ateísmo es la falta de esperanza. No puede dar una respuesta última al problema del sentido de la vida. Una esperanza puramente terrena, para esta vida y sin que haya otra, lo siento mucho, pero no me llena, como tampoco llenó a los que vivían en países comunistas que ellos lo iban a pasar mal, pero sus tataranietos bastante mejor. Seguro que muchos pensarían: “mis tatarabuelos no me interesan en absoluto, como mis tataranietos tampoco”. Pero el que yo intente pasarlo bien en esta vida, siempre está amargado por el recuerdo del sufrimiento y de la muerte.
Quiero terminar diciendo lo que entiendo por creyente y no creyente. Creyente es aquél que, aunque no crea expresamente en Dios, su vida tiene como objetivo la realización de un valor absoluto, como puede ser el Bien, la Verdad o la Justicia, mientras no creyente es quien, aunque nos diga que cree en Dios, tiene como objetivo de su vida un valor no absoluto, como puede ser el poder, el placer, la raza, el partido o el dinero. Y quiero recordar que la Iglesia dirige sus enseñanzas a quienes libremente las acepten con espíritu de fe personal. Dios quiere salvarnos a todos, pero respeta nuestra libertad. Pero lo que no deja de llamarme la atención es que gente que no es católica, que pasa olímpicamente de la Iglesia y de su Magisterio, se preocupen tanto de ir contra quienes, desde cualquier punto de vista, incluido el suyo, están haciendo uso de la libertad de expresión.
Pedro Trevijano