Este mes de marzo, la Pastoral de Educación de nuestra Administración Apostólica ha organizado un simposio sobre el creacionismo y el evolucionismo, consistente en una serie de cuatro conferencias, además de la presentación de varias películas con debates sobre el tema, para los profesores de esta área específica. Vamos a hacer un breve resumen de lo presentado en el simposio.
La Iglesia Católica no está en contra de la ciencia. Los errores que se han cometido en la historia fueron personales y ocasionales. De ningún modo implican una orientación perenne de la Iglesia. Y si hubo fallos, se corrigieron después. La Iglesia no ha dejado de «deplorar ciertas actitudes que, por no comprender bien el sentido de la legítima autonomía de la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios cristianos; actitudes que, seguidas de agrias polémicas, indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia y la fe»(Gaudium et spes, 36). Cabe recordar que 70 de los miembros de la Pontificia Academia de Ciencias del Vaticano son ganadores del Premio Nobel.
El papel de la Iglesia no consiste en intervenir en el debate científico, pero sí anima a sus fieles a promover la ciencia y a cooperar ampliamente con los hombres de ciencia. La Iglesia encomia los esfuerzos de todos aquellos que tratan de profundizar en el misterio de la aparición de las especies vivas y reconoce el interés de las teorías de la evolución en esta materia. No obstante, distingue cuidadosamente entre lo que se refiere a la ciencia y lo que a veces es, en realidad, una toma de posición filosófica y teológica, aunque pretenda presentarse en nombre de la ciencia.
Es necesario distinguir entre la teoría de la evolución, defendible y aceptable, y el evolucionismo, es decir, la ideología materialista que propone una evolución completa en ausencia del Creador (Marx y Engels, por ejemplo, utilizaron la teoría de la evolución de Darwin para difundir el materialismo ateo del comunismo). Del mismo modo, hay que distinguir entre el creacionismo, la ideología que defiende erróneamente una interpretación literal de la Biblia como parámetro de la ciencia y por lo tanto no se ajusta a la doctrina católica, y la doctrina de la Creación, que es la verdad que la Iglesia defiende y enseña.
La Iglesia rechaza toda forma de fundamentalismo que mezcle ámbitos diferentes y reivindique una lectura literal de la Biblia, sin tener en cuenta su naturaleza o sus condicionamientos históricos.
Con respecto al hombre, en particular, la Iglesia niega la validez del punto de vista materialista, que reduce al ser humano a sus componentes materiales. El catolicismo enseña, en primer lugar y en el plano filosófico, que existe un alma inmaterial creada directamente por Dios, lo que no impide en modo alguno que el cuerpo del primer hombre fuera el resultado de una evolución de las especies vivas anteriores.
El Papa Francisco afirmó, en un discurso del 27 de octubre de 2014, que «la evolución de la naturaleza no se contrapone a la noción de creación, porque la evolución presupone la creación de los seres que evolucionan». Y continuó diciendo que Dios «creó los seres y los dejó desarrollarse según las leyes internas que Él dio a cada uno, para que se desarrollase, para que llegase a la propia plenitud. Él dio autonomía a los seres del universo al mismo tiempo que les aseguró su presencia continua, dando el ser a cada realidad». En otras palabras, Dios creó el mundo y lo acompaña con las leyes que Él mismo creó. Es lo que llamamos la Divina Providencia.
+ Fernando Arêas Rifan