En ciertos sectores poco benévolos hacia el catolicismo resuenan aún los ecos del discurso de Benedicto XVI ante la ONU. Si a los que profesamos la fe católica nos impresionó la intervención brava y animosa de nuestro Papa, hay quienes, por el contrario, manifiestan su enojo por la osadía de algunas palabras pronunciadas por el Santo Padre. Semejante reacción se entiende conociendo al detalle las ideologías y los planes que, en los últimos años, vienen siendo predominantes y prioritarios en las políticas emanadas de Naciones Unidas.
Baste recordar que en el proyecto definitivo de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre de 1948, que cumple su sesenta aniversario, elaborada por la ONU, no se recogió la petición brasileña de que constara “que los hombres han sido creados a imagen y semejanza de Dios”. Dicha ausencia fue toda una declaración de principios, luego cubierta bajo ese nebuloso espíritu de armonización de pueblos, razas y religiones allí representadas. Pero el tiempo ha evidenciado que las iniciativas surgidas de la ONU obedecen al deseo de políticos de visión corta y horizontes partidistas que quieren llevar a sus sendas estrechas el gran juego de la política internacional. Por no hablar del campo de experiencias antirreligiosas de socialismo radical y netamente masónico en que se han convertido muchos proyectos de Naciones Unidas. Un dato. La UNESCO es un organismo oficial de la ONU, que viene a significar Organización de las Naciones Unidas para la Educación la Ciencia y la Cultura. Tiene por fin, como indica su ambicioso título, dar normas con carácter general sobre la educación de los pueblos. En la UNESCO tienen papel preponderante la masonería y el progresismo radical, atentos, como siempre, a socavar la doctrina de la Iglesia, en este caso, bajo la máscara de un “universalismo cultural”.
Lo que ha molestado a esas mentes materialistas y sectarias que maquinan en la ONU es que el Papa les haya dicho en su mismísimo laboratorio que la dignidad humana es el fundamento y el objetivo de la responsabilidad de proteger, idea fuerza precursora de la creación de la ONU; que nunca se debe optar entre ciencia y ética, sino adoptar un método científico que respete realmente los imperativos éticos; que es preciso redoblar los esfuerzos ante las presiones para reinterpretar los derechos humanos con el fin de satisfacer meros intereses, con frecuencia particulares; y que la Declaración Universal fue adoptada como un "ideal común" y no puede ser aplicada por partes separadas, según tendencias u opciones selectivas que corren el riesgo de contradecir la unidad de la persona humana y por tanto la indivisibilidad de los derechos humanos.
Estas “osadías” del Papa han hecho que muchos onusianos se agiten en sus asientos. A los católicos nos corresponde permanecer atentos ante este organismo internacional sin menospreciar el posible peligro latente en el mismo. Estemos, pues, ojo avizor.
Raúl Mayoral Benito