Existe un modo específico y adecuado de estar en la liturgia, de asistir y vivir la liturgia, incluso una forma conveniente de saber estar en un templo: se llama «reverencia», una actitud y un comportamiento como corresponde a un lugar sagrado (la iglesia) y una acción santa (la liturgia), al igual que hay una forma educada y propia de ir en transporte público, comer en un restaurante, ver una película en el cine, asistir a clase en un aula, aguardar en la sala de espera de un médico, acompañar a un doliente en el tanatorio.
En la iglesia, y para la liturgia más aún, la actitud se llama «reverencia», y la primera base de esta reverencia es la educación, que nos enseña a estar correctamente con los demás según los sitios y circunstancias. Sobre la base de la educación, normas de urbanidad, está el espíritu de fe ante el Misterio de Dios, el recogimiento, la devoción.
Esto afecta a todos y cada uno de los fieles, sin lugar a dudas, porque no es lo mismo estar en la calle, en un bar, en un salón de catequesis, que estar en la iglesia; y también afecta e incluye a todos los ministros de la liturgia al desempeñar en el presbiterio su oficio litúrgico, ante Dios y para Dios.
A este tema y con este fin, el beato John Henry Newman dedicó un bello sermón[1] que nos va a servir de guía y referencia. Y si ya a mediados del siglo XIX, en la Inglaterra puritana, Newman llamaba la atención sobre este punto, ¡qué no habría que decir hoy, reinando la secularización, y donde se han perdido las más elementales normas de cortesía, urbanidad y educación!
Tomando pie de cómo Samuel, desde joven, se revestía con un efod de lino para el servicio litúrgico ante el Señor, y no sus ropas comunes, Newman inculca un espíritu de reverencia, un comportamiento reverente, para vivir la santa liturgia. Predica Newman: «Así, la primera noticia que tenemos de Samuel sirviendo ante el Señor nos recuerda el decoro y la gravedad necesarias en todo momento, y para todas las personas, cuando nos acercamos a Él. ‘Servía al Señor y, por ser muy joven, vestía un efod de lino’. Su madre le hacía cada año un pequeño abrigo para el uso diario, pero en el servicio divino se ponía, no ese, sino una prenda que expresaba reverencia, al tiempo que se la imprimía a Samuel».
Decoro y gravedad: son formas tanto exteriores como interiores de estar en la liturgia; excluyen la dejadez, el desenfado, lo vulgar, los comportamientos ordinarios (como se estuviera en la calle o en el salón de casa). Mejores son el decoro y la gravedad, un estilo interior del alma al que corresponde, por tanto, la forma externa, la actitud visible.
La reverencia es la manera correcta de estar ante Dios y vivir la liturgia: «la reverencia es uno de los rasgos o notas de la Iglesia», el modo de situarse para vivir las celebraciones de la fe y la presencia del Misterio: «es tan natural la conexión entre espíritu reverencial en el culto y fe en Dios que lo realmente sorprendente es cómo alguien puede imaginar siquiera que tiene fe en Dios y al mismo tiempo permitirse irreverencias con Él».
El beato Newman, inculcando esta reverencia en el culto divino, la concreta en ejemplos muy reales: «No debemos buscar lo exterior por lo exterior sino que debemos tener en cuenta siempre dónde estamos y entonces las manifestaciones exteriores surgirán de manera natural en nuestras ceremonias. Tenemos que comportarnos en todo momento como si estuviéramos viendo a Dios; es decir, si creemos que Dios está aquí, guardaremos silencio; no reiremos, hablaremos o susurraremos durante la ceremonia, como hace mucha gente joven; no miraremos alrededor. Seguiremos el ejemplo que nos da la misma Iglesia. Quiero decir: al igual que las palabras con que rezamos en la iglesia no son nuestras, tampoco las miradas, posturas, pensamientos, deben ser los nuestros». Insiste más: «todo lo que hagamos en la iglesia sea hecho en espíritu de reverencia; sea hecho con el pensamiento de que estamos en la presencia de Dios».
Para ello, sin duda alguna, lo primero es ser muy consciente de la presencia de Dios, del Misterio, del sentido sagrado de la liturgia y disponerse a él, dejando fuera lo mundano, o los comportamientos indecorosos; ¡suscitar el espíritu de fe!: «Nuestra voz es muy débil, nuestro corazón muy terrenal, nuestra fe muy pobre. No merecemos venir aquí, desde luego que no; ved qué gran favor es que se nos permita unirnos a las oraciones y alabanzas de la ciudad del Dios viviente, siendo nosotros pecadores; no se nos permitiría en absoluto si no fuera por los méritos de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Miremos fijamente a la Cruz, esa es la prenda de nuestra salvación. Recordemos siempre el nombre sagrado de Jesús, por el que los demonios son expulsados en el pasado. Estos son los pensamientos con los que debemos venir a la iglesia».
«Si se esfuerza honradamente por obedecer a Dios, entonces su porte externo será también reverente», decía Newman. Los ministros de la liturgia deberán mostrar ese porte exterior, el decoro y la gravedad: a ello ayudan las vestiduras litúrgicas, incluye la forma de caminar, la genuflexión reposada, la manera de extender los brazos en las oraciones o tener juntas las manos, inclinaciones de cuerpo y de cabeza, el recogimiento al escuchar las lecturas, etc., ¡mil detalles!
Ese mismo espíritu reverente incluye a todos los presentes: hacer la genuflexión ante el Sagrario, vestir decorosamente y con respeto, sentarse bien en el banco, no atender llamadas del móvil en la iglesia, guardar silencio y evitar distracciones, arrodillarse en la consagración, llegar con tiempo y no siempre llegar tarde, no hacer ruido, etc…
Simplemente… ¡porque estamos en la presencia de Dios y esto es algo santo!
Javier Sánchez, sacerdote