En la Misa celebrada en la Catedral de Logroño, el 11 de Marzo, por las víctimas del terrorismo, he pronunciado la siguiente homilía:
El 11 de Marzo, aniversario del bárbaro atentado de Madrid, recordamos, porque aquí sí que no se puede decir celebramos, la jornada de las víctimas del terrorismo. Aunque llevamos varios años sin muertos por causa de ETA, creo sinceramente no podemos decir que hemos vencido, cuando vemos a los amigos políticos de los terroristas y a los Partidos que les apoyan, vivir a costa de los impuestos que pagamos todos los españoles, y cuando algunos de ellos salen de la cárcel, nos encontramos con multitudinarios recibimientos y homenajes, como acaba de suceder con Otegui. Incluso el dirigente máximo de un Partido que ha sacado cinco millones de votos, se permite decir de él que es un demócrata encarcelado por sus ideas.
Nosotros, sin embargo, sabemos que tenemos razón. Cuando alguien pega un tiro en la nuca a otro, o pone una bomba con el propósito conseguido de matar niños, sabemos que es un salvaje terrorista y que hemos de esforzarnos para que la Justicia no se vea escarnecida. La Justicia no es borrón y cuenta nueva, aquí no ha pasado nada, y una postura así de los que no hemos sido víctimas, es burlarse de ellas. Al mismo tiempo hemos de evitar el odio, que es un veneno corrosivo que puede destruir no sólo nuestra paz, sino también nuestras almas, y no vamos a permitir que los terroristas nos alejen de Dios. Y por otra parte nos duele ver en nuestra Sociedad tanta gente con el alma enferma, que ya no sabe distinguir el Bien del Mal y se hacen acreedores a las palabras del profeta Isaías: “¡Ay de los que al mal llaman bien y al bien mal; de la luz hacen tinieblas y de las tinieblas luz!” (5,20).
Pero desgraciadamente con ETA no se termina el terrorismo. Cada año miles de cristianos son asesinados por su fe, especialmente víctimas del terror islamista, con muertes acogidas con general indiferencia. Todos nos enteramos y condenamos el atentado contra Charli Hebdo, pero las matanzas colectivas de cristianos, una de las últimas las cuatro monjas y doce compañeras de la Congregación de Teresa de Calcuta que hacen muy pocos días han sido asesinadas en el Yemen, no han merecido en la mayor parte de los periódicos, ni una línea.
Pero no todo termina aquí. Hay dos profesiones, de las que muchos de sus miembros son personas dignas de mi respeto e incluso de mi admiración, pero en la que en cambio otros tienen las manos manchadas de sangre. Me refiero a los políticos y a los médicos, con su aprobación del aborto. Basta mirar una ecografía para darse cuenta que eso que es matado, es un ser humano. El aborto no es un derecho, es un crimen y así hay que decirlo claramente.
Pero hay además otro peligro que afecta muy directamente a los que estamos aquí presentes. Estamos amenazados, al ser personas mayores, por la eutanasia, que no sólo es un asesinato, sino que además lo que sucede en los países que la tienen legalizada, nos indica que, con gran frecuencia,. se aplica a aquéllos que no la desean. No tengo ninguna gana de que me pase como a los ancianos holandeses, de los que muchos llevan consigo una tarjeta que dice: “si caigo enfermo, que no me lleven a un hospital”. Quiero defender mi vida y no quiero ser asesinado.
¿Qué solución tiene esto? Veo delante de mí unos cuantos uniformes, es decir gente que por salvar la vida de los demás, es capaz de poner la suya en peligro. Como cristiano rezo por las víctimas de la violencia y la conversión de sus verdugos, pero como ciudadano he de hacer todo lo que sea posible para que lo políticamente correcto sea que a los crímenes les llamemos crímenes y no derechos.
Pedro Trevijano, sacerdote