Cuando he leído lo que han acordado Pedro Sánchez y Albert Rivera no he podido por menos de recordar Lucas 23,11-12: “Herodes con sus soldados, lo trató con desprecio (a Jesús) y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes andaban enemistados entre sí”. Ambos políticos se pusieron de acuerdo en matar a Jesús, como hoy muchos políticos se ponen de acuerdo en los crímenes del aborto y de la eutanasia.
Entre los puntos que se han puesto de acuerdo Sánchez y Rivera están: el aborto, considerado como un derecho. Es cierto que no son sólo el PSOE y Ciudadanos, sino también Podemos, el PP y todos los Partidos con representación parlamentaria, quienes opinan así. Y es que estamos asistiendo al triunfo del relativismo ético, que caracteriza muchos aspectos de la cultura contemporánea. “Es cierto que en la historia ha habido casos en que se han cometido crímenes en nombre de la ‘verdad’. Pero crímenes no menos graves y radicales negaciones de la libertad se han cometido y se siguen cometiendo también en nombre del ‘relativismo ético’. Cuando una mayoría parlamentaria o social decreta la legitimidad de la eliminación de la vida humana aún no nacida, inclusive con ciertas condiciones, ¿acaso no adopta una decisión ‘tiránica’ respecto del ser humano más débil e indefenso” (San Juan Pablo II, Encíclica “Evangelium vitae” nº 70). “Quien se elimina es un ser humano que empieza a vivir, es decir lo más inocente en absoluto que se pueda imaginar” (EV nº 58). La condena del aborto es una constante en la Historia de la Iglesia. La última ha sido del Papa Francisco en su viaje de vuelta de Méjico, donde lo ha calificado de crimen y de mal absoluto.
Si al aborto eufemísticamente se le llama “interrupción voluntaria del embarazo”, que tiende a ocultar su verdadera naturaleza y a atenuar su gravedad, algo semejante sucede con la eutanasia, que se pretende hacer colar llamándola “muerte digna”. “Por eutanasia en sentido verdadero y propio se debe entender una acción o una omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor” (EV nº 65). En ese mismo número se nos dice también: “Ya Pío XII afirmó (Discurso a un grupo internacional de médicos, 24-II-1957) que es lícito suprimir el dolor por medio de narcóticos, a pesar de tener como consecuencia limitar la conciencia y abreviar la vida ‘si no hay otros medios y si, en tales circunstancias, ello no impide el cumplimiento de otros deberes religiosos y morales’. En efecto en este caso ni se quiere ni se busca la muerte, aunque por motivos razonables se corra ese riesgo. Simplemente se pretende mitigar el dolor de manera eficaz, recurriendo a los analgésicos puestos a disposición por la medicina. Sin embargo no es lícito privar al moribundo de la conciencia propia sin grave motivo”.
Personalmente me gusta mucho el Testamento Vital de la Conferencia Episcopal Española, publicado en Diciembre del 2000, que dice así:
Testamento vital de la Conferencia Episcopal Española
A mi familia, a mi médico, a mi sacerdote, a mi notario:
Si me llega el momento en que no pueda expresar mi voluntad acerca de los tratamientos médicos que se me vayan a aplicar, deseo y pido que esta Declaración sea considerada como expresión formal de mi voluntad, asumida de forma consciente, responsable y libre, y que sea respetada como si se tratara de un testamento.
Considero que la vida en este mundo es un don y una bendición de Dios, pero no es el valor supremo absoluto. Sé que la muerte es inevitable y pone fin a mi existencia terrena, pero desde la fe creo que me abre el camino a la vida que no se acaba, junto a Dios.
Por ello, yo, el que suscribe ............ pido que si por mi enfermedad llegara a estar en situación crítica irrecuperable, no se me mantenga en vida por medio de tratamientos desproporcionados o extraordinarios; que no se me aplique la eutanasia activa, ni que se me prolongue abusiva e irracionalmente mi proceso de muerte; que se me administren los tratamientos adecuados para paliar los sufrimientos.
Pido igualmente ayuda para asumir cristiana y humanamente mi propia muerte. Deseo poder prepararme para este acontecimiento final de mi existencia, en paz, con la compañía de mis seres queridos y el consuelo de mi fe cristiana.
Suscribo esta Declaración después de una madura reflexión. Y pido que los que tengáis que cuidarme respetéis mi voluntad. Soy consciente de que os pido una grave y difícil responsabilidad. Precisamente para compartirla con vosotros y para atenuaros cualquier posible sentimiento de culpa, he redactado y firmo esta declaración.
Firma:
Fecha:
Recuerdo un par de casos en los que utilicé este Testamento Vital. En uno la esposa me preguntó si podía hacer fotocopias para dar a sus amigas. Y en otra, que ya se había producido el fallecimiento, la persona que le atendió me dijo: “por puro sentido común, he actuado así”.