La experiencia que hoy os quiero transmitir es impactante y aunque relataré cosas tristes, quiero que sepáis que Dios no se queda mudo ante el sufrimiento. Tiene una respuesta y esta respuesta es nuestra esperanza. En este Adviento Dios pasa y nos entregará a su hijo, su respuesta definitiva.
Todavía con el buen sabor en la boca de nuestra anterior peregrinación a Nairobi y el encuentro con el Papa Francisco, emprendimos este segundo viaje. Esta vez sería al santuario Mariano de Ruanda de Kibeho y después acudiríamos al encuentro vocacional con Kiko Argüello en Kigali, la capital del país.
Los preparativos se hicieron, como siempre, a contra reloj: catequesis sobre el santuario, historia de Ruanda y el genocidio del `94, pasaportes, cartilla de vacunación, reunir el dinero para pagar transporte y estancia. Fue una locura que a veces nos daba ganas de tirar la toalla. Mover a tantos hermanos nunca es tarea fácil.
Los jóvenes empezaron la peregrinación 2 días antes que los adultos y los matrimonios. Noemí y Maria José, dos chicas en misión, irían con los jóvenes y Maria y yo con los adultos. Todos sabíamos que sería un viaje largo. Desde Arusha, Tanzania, hasta Kigali, Ruanda hay como 2 días en autobús por carreteras bastante precarias.
El día 5 de diciembre salimos a las 06:00 am hacia allá. Rezamos laudes y cantamos canciones. Un ambiente alegre se alternaba con la pesadez de estar sentado tantas horas en un autobús bastante incomodo.
Mi mujer empezó a encontrarse muy mal del estómago y por delante teníamos 22 horas de viaje. Tuvimos que parar porque no podía soportar el dolor. La cosa no mejoraba. Al final hicimos noche en otro lugar distinto al que estaba previsto porque era necesario llevarla a un hospital. Era un hospital público y no voy a hacer hincapié en los detalles. Todo estaba muy sucio y lleno de moscas. Lo último que uno desea en África es ponerse enfermo porque acabar en uno de estos hospitales da pavor. La ingresaron por deshidratación y le pusieron hasta 4 goteros. En la habitación del hospital, estábamos Maria, Leonarda, (una hermana que quiso quedarse despierta toda la noche junto a Maria) y yo. Leonarda la trataba con un cuidado exquisito. Le daba la medicina cuando tocaba y la acompañaba al baño cada vez que María lo requería.
A la mañana siguiente, mi mujer se vio con fuerzas para proseguir. Nos recogió el autobús y reemprendimos el viaje a Ruanda. María estaba más animada y soportaba el viaje como una campeona. Ya de noche, pasamos la frontera. Allí nos juntamos con el autobús de los hermanos que venían de Dodoma, la capital de Tanzania.
Cuando entras desde Tanzania, hay un largo tramo de carretera en el que la velocidad máxima es de 40 km por hora. Esto se debe a que la conducción cambia del carril izquierdo en Tanzania al derecho en Ruanda y es peligroso circular porque hay muchos camiones. A esa velocidad calculamos que llegaríamos a la 1 de la madrugada a Kigali, así que la gente se puso a dormir.
Sobre las 11:00 pm, rebasado ya el tramo en el que se circula a 40 km/h,un camión venía de frente a gran velocidad e invadió nuestro carril. Yo estaba sentado en el asiento de delante del autobús y maría dormía en mi regazo. Pude ver las luces del camión acercándose. El conductor pegó un volantazo, el camión golpeó secamente la parte lateral posterior del autobús y nos hizo caer a la cuneta. Yo no percibí aquello como un golpe preocupante: no dimos vueltas de campana ni empezamos a dar bandazos. Simplemente caímos a la cuneta. Salí corriendo por la puerta del conductor para ver un poco qué había pasado pensando en qué pasaría ahora. ¿Hacer papeles? ¿Esperar en medio de la oscuridad a que alguien pudiese recogernos? De repente empecé a oír lloros y gritos de dolor. Poco a poco fui tomando conciencia de la gravedad del accidente. Algunos heridos salían por su propio pie. Los que no teníamos ninguna herida nos movíamos como zombis sin saber qué pasaba en realidad. Los lugareños testigos del accidente enseguida reaccionaron y ayudaron a sacar a la gente. Recuerdo la impotencia y la estupefacción. Me pasaron un teléfono para hablar con alguien de la organización. Sólo pude decir que necesitábamos ayuda, que no sabía si había muertos y que no sabía dónde estábamos. Al momento me di cuenta de que una hermana de la Parroquia de Santa Teresa murió en el acto y también el responsable de mi comunidad, que había recibido un fuerte impacto en la cara murió a los pocos minutos. Había muchos heridos, algunos de ellos de gravedad.
Al rato vino la policía y hermanos de las comunidades de Ruanda. Se llevaron a los heridos y los dos fallecidos a distintos hospitales. Nadie llevaba teléfono móvil ruandés para poder comunicarse. Pero los hermanos de Ruanda empezaron a organizarse rápidamente y se dividieron por equipos para estar con los enfermos y ocuparse de la logística.
Al ver a estos hermanos que reaccionaron con tanta rapidez, pensé ¿Qué hay que tener en el corazón para reaccionar tan rápido ante la llamada de la misericordia? Ese corazón claramente ya la tiene que haber experimentado antes. Vi al Espíritu Santo impulsar a nuestros hermanos ruandeses. Parece que no tuvieron tiempo de pararse a pensar. Cogieron su coche en mitad de la noche y condujeron 42 km hasta donde estábamos.
Acompañamos Maria y yo a Elizabeth, la mujer de nuestro responsable que estaba muy grave a un hospital de Kigali. Una hora de coche en una ambulancia con un solo faro. Esta hermana tuvo 3 paradas cardiacas en urgencias pero sobrevivió. Hoy sigue en Ruanda en cuidados intensivos de aquél hospital. Esta ha sido la noche más larga de nuestras vidas.
En medio de todo esto, tanto Maria, yo, así como los ilesos y hasta dos de los jóvenes que acababan de perder a su padre en el accidente, pudimos asistir al encuentro con Kiko. Allí se nos anunció el kerigma y vimos que Dios no nos dejaba solos. Estaba con nosotros y poco a poco empezaba a mostrar su misericordia.
Los días sucesivos fueron muy muy complicados. Tuvimos muchas dificultades para reunir la información de donde se encontraba cada enfermo, en qué estado se encontraba y cuál sería el siguiente paso. Los hermanos ruandeses se volcaron por completo alojando en sus casas a los ilesos y ayudando con todo lo demás. Vimos como el Señor nos sostenía con fuerza a cada paso que dábamos.
El día 9 comenzábamos en la misma Kigali una convivencia anual de catequistas, familias en misión y equipos itinerantes. Aunque María y yo teníamos que salir y volver cada día para ocuparnos de los enfermos, pude recibir una palabra que me serenó y me devolvió la paz: Lc 13, 1-5 ¿Qué respondió Jesucristo ante lo incomprensible de la tragedia? ¡Convertíos!
¿Quieres que alguien te explique estas cosas? ¿La injusticia? ¿El sinsentido del sufrimiento?
¿Pero cómo vas a poder recibir cualquier respuesta si tu corazón no está puesto en Jesucristo que sufrió hasta la muerte para salvarte? ¿Cómo comprender desde tus criterios sin tener a Jesucristo como eje de tu vida? ¿Quieres comprender sin asumir la verdad de su amor?
Es más, aquellos que estaban heridos en los hospitales fueron los primeros en dar testimonio del amor de Dios. Nos sorprendió cómo hablaban de la ayuda de los hermanos ruandeses viendo a Jesucristo en cada uno de ellos. Hablaban de Dios y de su misericordia. Nadie pidió justicia. Sólo tenían palabras de consuelo y agradecimiento.
Este acontecimiento ha sido para nosotros una llamada a tomar la vida en peso. Es necesario dejar de vivir en una dimensión pequeña, reducida, superficial y pobre para entrar en la dimensión de Dios y empezar a tomar conciencia de que hemos sido creados para la vida eterna. La peregrinación es símbolo de esta vida que está avocada a la vida eterna.
El sufrimiento sigue siendo parte del misterio de Dios. Pero no es lo mismo buscar respuestas por hacer justicia que buscar respuestas con paz en el corazón. Como dije en el anterior post, mi corazón y mi razón piden respuestas a Dios. Estoy viendo, junto con mi mujer, que la voluntad de Dios es que vaya conociendo su respuesta y que pueda entrar poco a poco en la cruz de su Hijo. Vemos como a partir de una desgracia que no estaba en su voluntad, el Señor empieza a sacar frutos.
Empezamos a entrever el principio de un tiempo nuevo para la misión aquí en Tanzania. No sé cómo será ni qué ocurrirá pero tenemos muchos motivos para asumir los cambios con esperanza y con la mirada puesta en su misericordia.
Juan Pablo Trenor
Juan Pablo y María llevan un año en Arusha (Tanzania) junto con sus cuatro hijos, como familia en misión para apoyar la evangelización.