La familia, urgencia inexcusable

Luchar contra la delincuencia juvenil, contra la droga o la violencia, o contra la prostitución de la mujer y favorecer al mismo tiempo el descrédito o el deterioro de la institución familiar, basada en el matrimonio único e indisoluble entre un hombre y una mujer, o trivializar y desfigurar la verdad y grandeza de la sexualidad, y la unión esponsal del hombre y de la mujer, es cuando menos una ligereza y en todo caso una contradicción y una desfiguración de lo verdadero.

Acabamos de celebrar este domingo pasado la fiesta de la Sagrada Familia. Esto me da pie para hablar de nuevo sobre la familia: el futuro de la humanidad y del mundo se fragua en la familia y pasa a través de ella, porque es el ambiente fundamental del hombre y fermento de progreso humano y moral. El bien del hombre y de la sociedad está profundamente vinculado a la familia. A ella debe la sociedad su propia existencia. Es una exigencia fundamental e imprescindible salvar y promover la verdad que constituye y en la que se asienta la familia, así como los valores y exigencias que ésta presenta. Todos los pueblos y naciones de la tierra son deudores de la institución familiar, verdadera medida de la grandeza de una nación, del mismo modo que la dignidad del hombre es la auténtica medida de la civilización y de una genuina cultura que haga justicia a la verdad y grandeza de la persona humana y su vocación. La familia es el primero y más importante camino del que no puede alejarse ningún ser humano.

Si hay que hablar, por ello, de una renovación o de una regeneración de la sociedad humana, y también de la misma Iglesia, hay que comenzar por la renovación, regeneración, fortalecimiento y consolidación de la familia, asentada sobre el matrimonio único e indestructible, entre un hombre y una mujer, abierto a la vida, institución fundamental para la felicidad de los hombres y la verdadera estabilidad social. Esperar una renovación de la sociedad en sus valores sin una profunda renovación de la familia constituye un espejismo o una quimera sin base. Por esto mismo es necesario luchar y hacer lo imposible para que la familia no sea suplantada ni debilitada por nada ni por nadie, ni por falsas concepciones ni por intereses o políticas que no amparen y salvaguarden su verdad, ni por otros tipos de uniones que la suplantan y que no hacen justicia a lo que es la familia en su misma entraña. Esto lo requiere no sólo el bien privado de toda persona, sino también el bien común de toda sociedad, nación o Estado de cualquier continente.

Nos encontrarnos en unos momentos cruciales para el futuro de la familia. Se requiere no sólo el fortalecimiento interno y espiritual de la familia, sino también una política adecuada y verdadera que favorezca la familia tanto en los aspectos económicos y sociales como en los jurídicos e institucionales; tanto en lo que se refiere a la necesaria formación humana y moral de la adolescencia y juventud, como en lo que se refiere a la previsión y servicios sociales, vivienda, tratamiento fiscal, condiciones necesarias para propiciar el ejercicio de la maternidad y la educación de los hijos. La sociedad tiene la grave responsabilidad de apoyar y vigorizar la familia, y su fundamento que es el matrimonio único e indisoluble entre un hombre y una mujer, abierto a los hijos y empeñado en su educación. La misma sociedad tiene el inexorable deber de proteger y defender la vida, cuyo santuario es la familia, así como dotar a ésta de los medios necesarios –económicos, jurídicos, educativos, de vivienda, trabajo– para que pueda cumplir con los fines que le corresponden a su propia verdad o naturaleza, y asegurar la prosperidad doméstica en dignidad y justicia. Así mismo ha de garantizar los derechos de los hijos a nacer, crecer, educarse en el interior de la familia en el sentido indicado.

Desde los diversos sectores de la vida social hay que apoyar, por tanto, el matrimonio y la familia, facilitándoles todas aquellas ayudas de orden económico social, educativo y cultural que hoy son necesarias y urgentes para que puedan seguir desempeñando en nuestra sociedad sus funciones insustituibles, incluso creando el ambiente social y cultural que proteja a la familia y la fortalezca en su verdad más propia. La familia, por el bien de todos y por el futuro de la sociedad, ha de ser objeto de atención y de apoyo decidido por parte de cuantos intervienen en la vida pública. No ayudar debidamente a la familia constituye una actitud irresponsable y suicida que conduce a la humanidad por derroteros de crisis, deterioro y destrucción de graves e incalculables consecuencias. Algunas posiciones están jugando con fuego, y ya nos estamos quemando. La Iglesia, por amor y servicio al hombre al que se debe, a través de los Papas, de los Obispos, proclama y defiende a tiempo y destiempo el Evangelio de la familia, y denuncia en ocasiones, algunas de esas posiciones que tienen que ver con muchos aspectos con la verdad del hombre y de la mujer, con lo que es el amor y el matrimonio, con lo que es la verdad y la grandeza de la sexualidad, con lo que es la vida y las fuentes de la vida, con lo que es la dignidad de la persona humana, con lo que son las exigencias de justicia social, y con tantas y tantas cosas que señala en su magisterio.

Educadores, escritores, políticos y legisladores, no pueden dejar de tener en cuenta que gran parte de los problemas sociales, y aun personales, de hoy tiene sus raíces en los fracasos o carencias de la vida familiar. Luchar contra la delincuencia juvenil, contra la droga o la violencia, o contra la prostitución de la mujer y favorecer al mismo tiempo el descrédito o el deterioro de la institución familiar, basada en el matrimonio único e indisoluble entre un hombre y una mujer, o trivializar y desfigurar la verdad y grandeza de la sexualidad, y la unión esponsal del hombre y de la mujer, es cuando menos una ligereza y en todo caso una contradicción y una desfiguración de lo verdadero. Son muchas, tal vez demasiadas, las ligerezas y contradicciones que en este sentido se han producido en nuestra sociedad durante bastante tiempo y parece que existe el empeño por parte de algunos en seguir incurriendo en ellas, agravándolas, con la difusión de modelos, concepciones o formas de vida que se difunden y aun con nuevas legislaciones que atentan a la entraña de la institución familiar.

Es particularmente necesario un renovado empeño por parte de la Iglesia y de las familias cristianas para promover una verdadera «política familiar» y una genuina educación en todo lo que contribuya a fortalecer la familia. Se requiere urgentemente aunar esfuerzos y conjuntar e impulsar múltiples iniciativas aportando ideas, propuestas, instrumentos operativos al servicio de la promoción de la verdad y el bien de la familia y de la vida. En estos momentos es muy importante favorecer la difusión de la doctrina de la Iglesia sobre la familia de manera renovada y la responsabilidad social y política de las familias cristianas, promover asociaciones o fortalecer las existentes para el bien de la familia, para la defensa de la familia y de la vida. Es preciso defender y promover los derechos de la familia. Es preciso defender el derecho a la vida. Es necesario difundir la enseñanza de la verdad y grandeza de la sexualidad humana. Son necesarias muchas cosas, y a ellas apunta el magisterio de la Iglesia, y la reflexión sobre la familia llevada a cabo en el último Sínodo.

La Iglesia tiene una especial responsabilidad en esta gran urgencia de nuestro tiempo que es «salvar y fortalecer a la familia», para el bien y futuro del hombre y de la sociedad, potenciarla y alentarla, conforme a la verdad que la constituye, que es la inscrita por su Creador en su más profunda entraña. Hemos de constatar que hoy, en España, la familia padece graves males; no hay que ocultarlos si queremos curarlos; es lo que tratan de hacer la Iglesia con su magisterio: afrontar sin complejos sus causas y soluciones. Desde aquí pido a sacerdotes, padres, educadores, asociaciones que tienen que ver con la familia, a políticos, a comunicadores y periodistas, a educadores, y a quienes me quieran escuchar, que nos adentremos en la lectura fiel del magisterio de la Iglesia, y a que con lucidez, libertad y decisión lo apliquemos en toda su extensión y hondura.

+ Antonio Cañizares Llovera

Cardenal y Arzobispo de Valencia

1 comentario

María de las Nieves
Excelente artículo.
Para tener una sociedad sana, debemos volver al origen de cada persona y necesariamente todas las personas nacemos en el seno de la familia.
Así la familia como bien necesario y común a todos los seres humanos la podemos poner como patrimonio de la Humanidad, pero en cuanto a familia no basta, así que la familia es Patrimatrimonio de la Humanidad.Es reconocerla mucho mas ampliamente y poder considerarla en lo que ya es.

Destruirla y degradarla es abocarse a una sociedad sin principios en quién y en que valores arraigarse.

Lo seres humanos hombres y mujeres estamos llamados al bien común para poder vivir armónicamente,pero este BC que se refleja en la sociedad es posible si las familias se aman, diálogan y han arraigado valores que se reflejan y siguen contemplándose en la sociedad.

No hay mejor educador que un padre y una madre que ama, y así los hijos se sienten queridos, amados, respetados, honrados, con alta autoestima, siendo solidarios con los demás y queriendo extender estos valores a las familias cercanas, a la sociedad en la que viven y al mundo.
Amor y solidaridad con los hombres desde la verdad de cada uno creciendo cada vez más y profundizando en lo que cada uno es.

La sociedad no puede sustituir lo incaculable de la familia y lo que ella aporta para el bien de todos sus miembros y esto hay que tenerlo muy en cuenta.
La Iglesia debe mimar a las familias que se unan a Dios, entre familias,creando asciaciones pequeñas de conviven
4/01/16 7:42 PM

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