Siempre he pensado que el matrimonio y la familia son instituciones fundamentales de nuestra sociedad, incluso su núcleo básico, y desde luego son el ambiente más adecuado para la crianza y educación de los hijos, pues éstos necesitan una vida de familia con la certeza de fondo que sus padres constituyen un eje afectivo estable y duradero, pues el sentirse querido es una de las necesidades prioritarias del ser humano. La política familiar debe apoyar y proteger a la familia normal, es decir la constituida por el matrimonio y sus hijos y, en ocasiones, algún o algunos ascendientes. Todo niño tiene derecho a tener un padre y una madre que se amen y le amen profundamente. Son las madres las que fundamentalmente acompañan a sus hijos en las primeras etapas de su desarrollo, transmitiéndoles un cariño que los niños saben percibir y les da serenidad y tranquilidad. Pero no nos olvidemos de la importancia del padre, con una entrega también total, aunque su cariño hacia los hijos tenga características diversas, si bien complementarias, con el de la madre. Los niños además necesitan del padre del propio sexo como modelo y referencia y del otro como contraste.
A lo largo de la historia la familia ha tenido una función acogedora y educativa, no conociéndose todavía, y creo que nunca la habrá, ninguna alternativa mejor, por lo que el bien de la familia y de la sociedad reclama la protección del matrimonio y de la familia, con su reconocimiento legal y social, diferenciándolos claramente de parejas de hecho, parejas homosexuales y otras formas de convivencia que puedan darse. El pretender que estas presuntas formas de familia son iguales o equivalentes a la familia normal es una idiotez propia de la ideología de género y de lo políticamente correcto, pero no deja de ser una idiotez. No nos olvidemos que las grandes víctimas de las familias rotas o desestructuradas son los niños, aunque incluso haya algún país en que las parejas homosexuales tienen ventaja sobre una familia normal a la hora de adoptar niños, ¡porque no tienen que demostrar, como las otras, que son estériles! En cierta ocasión leí una frase que me gustó mucho: «¡Ay de las sociedades que tienen que demostrar lo evidente!».
Pero por si acaso vamos a ver lo que nos dice la rama de la Medicina que está más cerca de los niños: la Pediatría. La Asociación Española de Pediatría es contundente: «Un núcleo familiar con dos padres o dos madres es, desde el punto de vista pedagógico y pediátrico, claramente perjudicial para el armónico desarrollo y adaptación social del niño» (La Razón 4-VI-2003, 27). Los pediatras italianos, se pronuncian igualmente por motivos profesionales, con un no rotundo a las adopciones por parte de homosexuales. Para ellos, aunque los niños tienen una gran capacidad de adaptación, «sin embargo, teniendo en cuenta la literatura científica disponible, viven mejor cuando pasan toda su infancia con sus padres biológicos casados». Citan también una encuesta realizada en Tejas sobre doce mil hijos de padres gays con el siguiente resultado: «Por primera vez se habla directamente con los hijos (ahora ya adultos) de padres homosexuales, y las cifras son claras: el 12% piensa en el suicidio (en comparación con el 5% de los hijos de las parejas heterosexuales), son más propensos a la traición (40% versus 13%), recurren más fácilmente a la psicoterapia (19% frente al 8%) y la asistencia social se dedica a ellos más a menudo que a sus coetáneos criados por parejas heterosexuales casadas. En el 40% de los casos, han contraído una enfermedad de transmisión sexual (frente al 8%); son en general menos saludables, más pobres, más propensos a fumar y al crimen».
La Congregación para la Doctrina de la Fe nos dice: «Como demuestra la experiencia, la ausencia de la bipolaridad sexual crea obstáculos al desarrollo normal de los niños eventualmente integrados en estas uniones. A éstos les falta la experiencia de la maternidad o de la paternidad»(31-VII-2003, nº 7). Y es que, a la larga, el sentido común acaba imponiéndose, como muy recientemente ha sucedido en Eslovenia.
Pedro Trevijano, sacerdote