La Iglesia «no es de este mundo» pero vive en el mundo y no es ajena a los aconteceres de este. En el 1965 el mundo vivía una tensión extraordinaria con la guerra fría y la posibilidad de una guerra nuclear real entre el Pacto de Varsovia y la OTAN. Se podría decir que la mitad del mundo en 1965 se encontraba bajo la regla de Voltaire y la otra mitad bajo el comunismo ateo.
Después de la gran victoria comunista de 1945 en que este sistema se extendió en poco tiempo por medio mundo, los comunistas se dieron cuenta que no podían acabar con la Iglesia católica a tiros. El método utilizado en España en 1936 no se podía usar para acabar con la Iglesia y los gobernantes comunistas lo sabian. De ahí nació una cierta semi-tolerancia para que las iglesias abrieran con muchísimas restricciones. La muerte de Stalin en 1953 fue muy importante pues los nuevos gobernantes se dieron al juego diplomático y esta tendencia de pseudo tolerancia aparente hacia la Iglesia se incrementó en los países católicos esclavizados por los comunistas.
La Iglesia Católica, el Papa y el Magisterio, navegaban por la finísima línea de defender la Fe (ejercer la misión Divina) por un lado, y de moverse por un mundo cruel y hostil dominado tanto por los rabiosos modernistas Volterianos como por el Comunismo ateo. En un ambiente hostil y enemigo se movía la Iglesia para los 60s ya sin grandes patrones o ejércitos católicos de los que depender para emergencias como en siglos anteriores.
Si bien es cierto que los Comunistas permitieron abrir las iglesias y se dieron cuenta que no podían acabar con la metralla y las pistolas la Fe Católica, también es cierto que los católicos en los países comunistas vivían bajo constante persecución y durísimas condiciones. Los papas hacían maniobras diplomáticas y políticas sin fin para que los católicos en países comunistas, rehenes de facto, no sufrieran en su carne o pagaran con sus vidas ante la furia de los gobiernos comunistas.
Cuando llega el 1965 y el Concilio Segundo Vaticano tiene que abordar el tema del comunismo, la Iglesia se ve en un dilema: la misión divina de la Iglesia exigía una condena/anatema al Comunismo, pero el bienestar de millones de católicos en Polonia, Lituania, Eslovaquia, Cuba, Vietnam, Ucrania, Croacia, etc., etc., exigía no enfurecer a los gobiernos comunistas. Aquí tenía que actuar la Iglesia con gran cautela y diplomacia y llevar a cabo su misión Divina, pero teniendo en cuenta su misión Diplomática/Política (el gran Félix Sardá y Salvany explico en el capítulo XXX de su obra maestra, «El Liberalismo es Pecado» estas dos misiones de la Iglesia: la Divina y principal de anunciar doctrina y la secundaria, pero necesaria de jugar el juego político y diplomático con el mundo en el que vive).
Ante esta situación, la Iglesia decidió hacer lo siguiente en 1965 para con los documentos del Segundo Concilio Vaticano: condenar enérgicamente la doctrina Comunista pero no nombrar específicamente el nombre de los gobiernos comunistas que aplastaban a los católicos.
Esta estrategia respondía a la necesidad de condenar una doctrina errónea que era una obligación que la Iglesia tenía que cumplir, pero tenía en mente la misión política-diplomática de la Iglesia al no sobre irritar a los gobiernos comunistas que mantenían bajo su poder a millones de católicos que podían sufrir en su carne propia la furia de estos gobiernos
El resultado más claro se ve en los documentos del Concilio, con una condena enérgica de la ideología, pero sin mencionar gobiernos concretos por su nombre. El documento Dignitatis Humanae nos recuerda hacia qué tipo de gobierno estaba el documento dirigido y pensado: aquellas dictaduras comunistas que perseguían a la Iglesia y obligaban al ateísmo de estado a sus ciudadanos:
–DIGNITATIS HUMANAE (Segundo Concilio Vaticano, 1965): «Pero no faltan regímenes en los que, si bien su Constitución reconoce la libertad de culto religioso, sin embargo, las mismas autoridades públicas se empeñan en apartar a los ciudadanos de profesar la religión y en hacer extremadamente difícil e insegura la vida de las comunidades religiosas.»
Más contundente aun lo fue Gaudium Et Spes, detallando el mayor mal del comunismo ateo y la cortina de hierro, que para 1965 esclavizaba a media humanidad:
–-GAUDIUM ET SPES (Segundo Concilio Vaticano, 1965): «Con frecuencia, el ateísmo moderno reviste también la forma sistemática, la cual, dejando ahora otras causas, lleva el afán de autonomía humana hasta negar toda dependencia del hombre respecto de Dios. Los que profesan este ateísmo afirman que la esencia de la libertad consiste en que el hombre es el fin de sí mismo, el único artífice y creador de su propia historia. Lo cual no puede conciliarse, según ellos, con el reconocimiento del Señor, autor y fin de todo, o por lo menos tal afirmación de Dios es completamente superflua. El sentido de poder que el progreso técnico actual da al hombre puede favorecer esta doctrina.
Entre las formas del ateísmo moderno debe mencionarse la que pone la liberación del hombre principalmente en su liberación económica y social. Pretende este ateísmo que la religión, por su propia naturaleza, es un obstáculo para esta liberación, porque, al orientar el espíritu humano hacia una vida futura ilusoria, apartaría al hombre del esfuerzo por levantar la ciudad temporal. Por eso, cuando los defensores de esta doctrina logran alcanzar el dominio político del Estado, atacan violentamente a la religión, difundiendo el ateísmo, sobre todo en materia educativa, con el uso de todos los medios de presión que tiene a su alcance el poder público.
La Iglesia, fiel a Dios y fiel a los hombres, no puede dejar de reprobar con dolor, pero con firmeza, como hasta ahora ha reprobado, esas perniciosas doctrinas y conductas, que son contrarias a la razón y a la experiencia humana universal y privan al hombre de su innata grandeza.»
No solo los documentos del Segundo Concilio Vaticano reprobaban con firmeza «esas perniciosas doctrinas» sino que más aun nos indicaban el camino a seguir y con qué exactamente reemplazar el comunismo ateo por un lado y los sistemas Volterianos masónicos por el otro. Y aunque era el 1965, la Iglesia nos repetía otra vez su doctrina eterna e inmortal cual Bossuet o Donoso Cortes, cual León XIII o Pio IX. El documento Apostolicam Actuositatem nos repetía la doctrina inmortal de la Iglesia y el reemplazo perfecto al comunismo ateo:
–APOSTOLICAM ACTUOSITATEM (Segundo Concilio Vaticano, 1965): La obra de la redención de Cristo, que de suyo tiende a salvar a los hombres, comprende también la restauración incluso de todo el orden temporal. Por tanto, la misión de la Iglesia no es sólo anunciar el mensaje de Cristo y su gracia a los hombres, sino también el impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico. Por consiguiente, los laicos, siguiendo esta misión, ejercitan su apostolado tanto en el mundo como en la Iglesia, lo mismo en el orden espiritual que en el temporal: órdenes que, por más que sean distintos, se compenetran de tal forma en el único designio de Dios, que el mismo Dios tiende a reasumir, en Cristo, todo el mundo en la nueva creación, incoactivamente en la tierra, plenamente en el último día. El laico, que es a un tiempo fiel y ciudadano, debe comportarse siempre en ambos órdenes con una conciencia cristiana…
Todo lo que constituye el orden temporal, a saber, los bienes de la vida y de la familia, la cultura, la economía, las artes y profesiones, las instituciones de la comunidad política, las relaciones internacionales, y otras cosas semejantes, y su evolución y progreso, no solamente son subsidios para el último fin del hombre, sino que tienen un valor propio, que Dios les ha dado, considerados en sí mismos, o como partes del orden temporal: «Y vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno» (Gén., 1,31). Esta bondad natural de las cosas recibe una cierta dignidad especial de su relación con la persona humana, para cuyo servicio fueron creadas.
Plugo, por fin, a Dios el aunar todas las cosas, tanto naturales, como sobrenaturales, en Cristo Jesús «para que tenga El la primacía sobre todas las cosas» (Col., 1,18).»
Es importante tener en cuenta lo que la Iglesia decía para el 1965 en la altura máxima de la guerra fría y enfrentamiento entre la Unión Soviética y Occidente (holocausto nuclear posible incluido), y como lo decía, por medio de los documentos del Segundo Concilio Vaticano. Es importante también tener en cuenta, que, tanto en el siglo XIX, como en el 1965, como hoy día, la misión Divina y principal de la Iglesia, no está en el vacío sola, o aislada, pero va mano a mano con la misión secundaria, diplomática y política de esta.
Roniel Aledo