Desde hace algún tiempo, es frecuente que una parte importante de miembros de la jerarquía eclesiástica, en todos los niveles, responda a las más diversas cuestiones y problemas con una limitada relación de palabras, reiteradamente repetidas; son conceptos elevados, indiscutiblemente virtuosos, pero, en mi opinión, de dudosa utilidad, desconectados de la realidad, cuando no negadores de la misma y, por pura reiteración, tienden a crear en quien escucha la sensación de vacuidad.
En una reciente entrevista, realizada por Álvaro Sánchez de León, en el Confidencial Digital, a uno de nuestros obispos, se le plantean una serie de cuestiones; para todas ellas, sea cual sea su naturaleza, las respuestas son similares: hemos de aprender de todos, no tengo enemigos, o no quier verlos, escuchar mucho, misericordia, salir fuera, defender la paz, unión de todas las religiones. ¿Quién podría no suscribir esos deseos?; pero, conscientes de que se trata de una utopía: la realidad es muy diferente. Tiene enemigos, implacables, además; muchos de los que alaban sus palabras, lo son.
En todo caso esas son sus manifestaciones; yo deseo que fueran realidad: querría que la Iglesia, ni ninguno de sus representantes jerárquicos. ni sus fieles, tuvieran enemigos; pero no es así: la doctrina de la Iglesia ha suscitado, y suscitará siempre, enemigos irreconciliables. Ya sé que nosotros debemos orar por ellos y por su conversión, pero no podemos dejar de verlos.
Quien Es la Misericordia, al enviar a sus discípulos, les advierte que les envía como ovejas en medio de lobos y les recomienda: «sed sagaces como las serpientes y sencillos como las palomas» (Mt. 10,16). Y ante sus enemigos, de los que se protegió con humana prudencia hasta que llegó su hora, después de fustigar sus defectos, les calificó, sin ambages, como «serpientes, raza de víboras» (Mt. 23, 33).
Fue la Misericordia al perdonar la debilidad de Pedro, que le negó, pero «salió fuera y lloró amargamente» (Lc. 22, 62); pero no a Judas, que también sintió remordimientos, pero «fue y se ahorcó». (Mt. 27, 5). Distinguió bien a sus enemigos: no respondió palabra a Herodes, ni tampoco a los Príncipe de los Sacerdotes, salvo para proclamar su divinidad, pero no tuvo inconveniente en razonar con Pilatos sobre la Verdad (Jn. 18, 33-38).
No es, quizá, hoy el momento de hablar del Sínodo de la Familia del que el entrevistado arzobispo asegura ha alcanzado conclusiones que «están muy bien recogidas en el documento post sinodal y las veremos también en la exhortación del Papa que estamos esperando…». Espero que, efectivamente, esa Exhortación sea clarificadora. Hasta ahora, yo, que indudablemente carezco de la información de que dispone el entrevistado, no he visto sino una Asamblea preparatoria fuertemente dividida, un Sínodo, que tuvo como prólogo el envío al Santo Padre de una carta firmada por trece cardenales, advirtiendo de lo que ellos consideran serios peligros, con unas sesiones de las que apenas ha trascendido alguna información, un documento post sinodal que no dice nada, pero tampoco lo contrario, y un discurso pontificio que reconoce que las diferentes opiniones en el Sínodo se han expresado libremente «por desgracia a veces con métodos no del todo benévolos».
En un momento de esta entrevista, el obispo, a la pregunta, «¿Qué aprende un católico de Podemos?, responde: «Mucho …. Quizá Podemos nos abre los ojos a una determinada sensibilidad social de la que debemos aprender todos». ¿Qué podemos aprender de una ideología que parte de la no existencia de Dios, desconoce la dignidad de la persona, explica la historia como lucha de clases, ha dado vida a regímenes políticos que cuentan en su haber millones de muertos, torturados y deportados, y ha sido un estruendoso fracaso político y económico?.
Podemos aprender algo de aquella ideología que ha provocado tantos mártires por el simple hecho de profesar una religión; tantos millones de ellos merecen mayor consideración por nuestra parte, ignorados muchos de ellos, otros con relevantes nombres. Para no mencionar nada inmediato a nosotros, puedo recodar al cardenal Mindszenty, perseguido por el nazismo, y encarcelado y torturado por el régimen comunista húngaro.
Desde sus orígenes la Iglesia ha defendido la dignidad humana, ha tratado de humanizar las costumbres y moralizar las relaciones entre los hombres, y ha asistido a los más débiles. ¿Tenemos que aprender algo de sensibilidad social de ese grupo político?. No, rotundamente no: tenemos otras fuentes de doctrina social. Dejando aparte la inmensa labor social de la Iglesia durante siglos, hablando solo de la modernidad, la Iglesia tuvo en León XIII, y en su encíclica Rerum novarum», de 15 de mayo de 1891, una adecuada respuesta a los problemas planteados por la revolución industrial, el problema obrero, la justicia social, las relaciones laborales, la propiedad privada y el socialismo.
Y aquél documento ha sido actualizado y desarrollado, especialmente, por Pío XI, en su Quadragesimo anno, por Juan XXIII y su Mater et Magistra, y, al cumplirse un siglo de aquél primer documento, por Juan Pablo II en su encíclica Centesimus Annus. Y además por un dilatado y luminoso magisterio ejercido por la jerarquía durante estos ciento veinticinco años.
Esta fascinación por quienes sostienen ideas antagónicas, inconciliables, con nuestra Verdad revelada, con el Magisterio, con nuestra antropología y nuestras normas morales solo a ellos les proporciona lo que califican como «compañeros de viaje» (utilizo el término más presentable de los que emplean para designarles), y a nosotros, a los suyos, provoca desconcierto y desaliento. Y a algunos, quizá, desafección.
Vicente Ángel Álvarez Palenzuela
Catedrático de Historia Medieval en la Universidad Autónoma de Madrid