Estimado Director:
Creo en las reformas, no en las revoluciones. Las primeras pertenecen a la historia de la Iglesia, las segundas no. Las primeras conducen al bien, a una renovación en la continuidad, para limpiar las impurezas; las segundas nacen de un espíritu ideológico y utópico: no se proponen la renovación sino la destrucción y la reconstrucción total, y llevan consigo, inevitablemente, violencia e intolerancia.
Por eso, como a tantos otros, me sorprende leer cada día, de parte de hombres de Iglesia o de laicos católicos de renombre, declaraciones del género: Nace la nueva Iglesia de la ternura; la Iglesia ha cambiado de rumbo; Nada será como antes; Hay aires nuevos en la Iglesia…
Estas declaraciones suenan irreales y soberbias. Mientras se condena el triunfalismo curial, mientras se predica la pobreza, mientras se proclama la modestia de los departamentos y de los automóviles (óptima cosa, debemos aclarar), se hacen simultáneamente proclamas altisonantes, orgullosas, desafinadas.
Pero quizá no haya nada nuevo. Hace cerca de cincuenta años, la Iglesia se impregnó de la idea de que se estaría viviendo un «nuevo Pentecostés», una «nueva era»; de que se habría encontrado la receta para convertir el mundo, convirtiéndose a él. Hoy, al releer aquellas declaraciones triunfalistas, mientras se observan las iglesias locales, los seminarios, los conventos de Occidente cada vez más vacíos, no se puede menos que decir: ¡qué distantes están las declaraciones soberbias de la realidad!
Mientras pienso estas cosas, releo a don Divo Barsotti, considerado el último místico del Novecento, un hombre escuchado y consultado por los papas.
En 1967 escribía:
«Un sentido de revuelta que me sacude y me eleva desde lo profundo contra la fácil borrachera de los teólogos que están clamando en el Concilio. Le han transferido su propia victoria personal, una satisfacción orgullosa que no tiene nada de evangélica. Todo lo cristiano debe lograrla «con temor y temblor»; por el contrario, aquí el triunfalismo que se acusaba como estilo de la curia (es decir, de los conservadores como Ottaviani, por ej.), se ha convertido en el único carácter de cada celebración, de cada interpretación de los acontecimientos.
Por lo demás, estoy perplejo en relación con el Concilio; la gran cantidad de documentos, su extensión, a menudo su lenguaje, me dan miedo. Son documentos que dan testimonio de una seguridad completamente humana más que de la simple firmeza de la fe. Pero sobre todo me indigna el comportamiento de los teólogos. Creeré en ellos cuando los vea verdaderamente quemados, consumidos por el celo por la salvación del mundo. …Todo lo demás es retórica. …Sólo los santos salvan a la Iglesia. ¿Y los santos dónde están? Ninguno de ellos parece creerse más que los otros.»
¿ No podrían aplicarse estas palabras a los teólogos de moda que se pavonean en los grandes periódicos, que buscan espacio cada día en el Corriere della Sera, República, La Stampa, y en Sole 24 ore (no precisamente los lugares adecuados para exponer la humildad evangélica)? ¿No podrían caber para las interminables discusiones y declaraciones verborrágicas y tortuosas de los Sínodos y congresos eclesiales de hoy?
Nuevamente Barsotti, el 22 de enero de 1968 señalaba:
«Me siento polémico, duro e intolerante. No comprendo ciertas adaptaciones; ciertas reformas me parecen sólo traiciones. No alcanzo a comprender quién es Dios para tantos teólogos, para tantos escritores, para tantos sacerdotes y religiosos. No puedo creer lo que hacen, lo que dicen, lo que escriben, derivado de una fe vivida, de una vida religiosa profunda, de la oración. ¿Cómo podría yo aceptar su discurso?»
A su alrededor los teólogos de moda se pavoneaban en los periódicos, cambiaban la teología, la liturgia, la pastoral, prometiendo «magníficos resultados y progresos» para toda la Iglesia, especialmente para la europea, alemana, francesa, belga…en fin, para las Iglesias que habían vertido sus ríos en el Tíber, de la tan vituperada Ciudad Eterna.
Decía Pablo VI: «Se creía que luego del Concilio llegaría un día de sol para la historia de la Iglesia (el triunfalismo no cristiano que señalaba Barsotti). Ha llegado, en cambio, un día nublado, de tempestad, de oscuridad.»
¿No tendremos una lección para aprender, del triunfalismo? ¿Se darán cuenta de que mientras sus tesis encuentran espacio en los medios del poder, la fe crece en cambio en tierras como África, cuyos pastores viven y hablan una vida y una doctrina completamente diferente?
Francisco Agnoli
Publicado originalmente en La nuova Bussola Quotidiana
Traducida por el equipo de traductores de InfoCatólica