Desde el bautismo en una catedral argentina de una «hija», concebida por inseminación artifical de una de las componentes de una pareja de lesbis recién «casadas», con el permiso expreso –faltaría más: «tonto el último»- del señor arzobispo de esa diócesis; hasta las 500 horas de grabaciones de sexo por internet de miembros «religiosos» de distintas religiones –por cierto, todo ello en Brasil: donde las Comunidades de Base, donde los obispos y demás jerarcas que no creen en nada que no sea ellos mismos, y donde toda aberración pseudoreligiosa tiene cabida y, a partir de ahí, todo eso se nos pretende presentar y hacer creer que «la iglesia» debe ser así, y solo así-; pasando por el bochornoso espectáculo del «ex» y su circunstancia catalana: que todo lo catalán está de moda.
Todo eso no es casual. Responde a una estrategia de ese pseudomundillo -a medio camino entre lo onírico, lo avatar, lo antinatural, lo irreal, lo sexual y lo inmoral-, que no duda en pagar muy bien -¡una pasta gansa, oiga!- a las mejores empresas de marketing, que le han diseñado todo un plan, a corto y a largo plazo, a nivel «local» y a nivel mundial; y, tengo que confesarlo, les está llevando a un éxito que ni el de C’s en el mundillo político español.
Y todo, con una finalidad precisa: hacer «morder el polvo» a la Iglesia Católica, única institución que, a nivel mundial y desde siempre, ha mantenido un STOP claro, neto, decidido y valiente –sin miedo a quedarse sola en su servicio a la persona humana- frente a dicho mundillo.
Todas las demás «religiones» –salvo la musulmana, en algunos sitios y casos; en otros, no-; todos l@s polític@s de cualquier color, incluido, claro, el arcoíris –excepto en el régimen ruso, que mantiene también un férreo NO a esos planteamientos-, donde DEMOCRACIA es sinónimo de LGTBI, y de tantas otras atrocidades, como el aborto, por ejemplo; todo el pseudomundillo supuestamente «intelectual», y salvo contadísimas excepciones, ya no «conoce» –ni quiere conocer, pues lo ha repudiado- lo que significan «verdad», «bien», dignidad», «hombre», «mujer»; todo el pseudo mundillo jurídico que ha cambiado, porque ha repudiado, lo que significa JUSTICIA por lo que les manden los que les pagan –«positivismo (voluntarismo) jurídico», o «¡aquí se hace lo que yo digo: viva la democracia, muera Montesquieu!»-; todas las madres y todos los padres que han renunciado a ejercer la patria potestad que les reconocen las constituciones, han abdicado de su condición de padres, y han abandonado a sus hijas e hijos en manos de los que los corrompen, los pervierten, los convierten en «putitas» y «putitos» –carne fresca y bien lubrificada- desde críos -¡ya crecerán!-, aunque siguen quedando padres y madres que luchan porque no sea así, por supuesto; todos, todos los estamentos se han «rendido» hasta la más abyecta de las claudicaciones para hacerse esclavos de semejante ralea: ni les importa su personal dignidad, ni la de sus hijos, ni la de los hijos de los demás.
¿Y la Jerarquía de la Iglesia Católica? ¡A por uvas! ¡Se ha cumplido, nuevamente, lo denunciado por el mismo Jesucristo: «Los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz» (Lc 16, 8)! Y ahí está el pseudomundillo LGTBI, y su exitosa planificación, para demostrarlo.
¿En qué están los jerarcas (no todos, por supuesto)? Pues muy entretenidos en admitir a la Sagrada Comunión –ya casi no se oye hablar de «Sagrada» para referirse a la Eucaristía- a los que están en pecado mortal, y en situación estable de pecado y de escándalo; en que no se puede negar que «hay muchos valores en los matrimonios homosexs»; en que no soy nadie para juzgar, aunque tenga la obligación de hacerlo, para poder orientar las conciencias de todos; en las «nulidades exprés» –como si la Iglesia fuese un carrefour o un eroski como cualquier otro- de los matrimonios fracasados, por el único motivo (suficiente para el obispo de Solsona: ¡pobrecillo!) de que han fracasado, si presentan un testigo «convincente»; en la clase de religión, aunque la dé gentes que no pisan una iglesia, o no viven en católico; en que hay que admitir a los Sacramentos a todo el mundo, estén como estén esas personas, y aunque los reciban indignamente con absoluta certeza por parte de los que los administran…
Y así podríamos seguir.