Pudiera parecer sorprendente que lo más santo y sagrado, con tanta carga de sacralidad, devoción y espiritualidad como es la liturgia, pudiera secularizarse, pero así ha ido sucediendo.
El proceso de secularización ha sido tan persistente que ha penetrado por las ventanas de la Iglesia y ha alcanzado a la misma liturgia pervirtiéndola. Un grave mal que hoy se padece es la secularización interna de la Iglesia, y como la liturgia es epifanía de la Iglesia, su manifestación visible, una Iglesia secularizada se reflejará en su liturgia igualmente secularizada.
Detengámonos en ver los rasgos e intenciones de esta secularización y comprenderemos mejor el alcance que tiene en la liturgia.
1) La secularización detesta lo religioso y sus expresiones, y quiere en todo caso reducirlo a la conciencia privada de cada cual.
2) La secularización, de la mano del relativismo, piensa que no existe la Verdad y por ello todo son opiniones igualmente válidas. Es la dictadura del relativismo que denunció Benedicto XVI.
3) La secularización sustituye a Dios o por el hombre o por el progreso social o por los valores de moda (ecología, solidaridad, paz…)
4) La secularización sólo respeta de la religión aquello que puede servir a su proyecto: las obras asistenciales y de caridad y la enseñanza que se acomoda a sus postulados de sólo valores, sólo lo «políticamente correcto».
5) La secularización ignora la trascendencia y lo superior, y quiere volcarlo todo en lo terreno, en lo temporal, en el aquí y ahora.
La Iglesia misma, que no es ajena a la cultura del momento sino que recibe su influjo, ha padecido un largo proceso de «secularización interna», apartándose de su Tradición, tomando una lectura exclusivamente social del Evangelio hasta convertir el cristianismo en una ideología por el cambio social. La secularización interna de la Iglesia adopta, acríticamente, el pensamiento del mundo y en lugar de evangelizarlo, se mimetiza con el mundo, se hace igual al mundo. Se ha vaciado la Iglesia de sí misma para convertirse en una asociación civil, o en una ONG, o algo semejante.
Por supuesto, en todo este proceso, la liturgia no ha salido indemne, sino muy perjudicada, porque se ha manipulado la liturgia, se ha abusado de ella y cualquiera cree que puede modificarla a su propio criterio. Se ha degradado. Ha perdido su estilo. Se ha vulgarizado.
1) Si la secularización detesta lo religioso y lo arrincona, hoy la liturgia es terriblemente antropocéntrica y con poco espíritu religioso. Por ejemplo, un solo ejemplo, las nuevas iglesias que se construyen apenas parecen lugares de culto católico –ni en la fachada ni en la distribución de los espacios litúrgicos- sino edificios que pasan inadvertidos, disimulados, y por dentro, un gran salón multiusos.
2) Si la secularización se ha aliado con la dictadura del relativismo, negando la Verdad, hoy en la liturgia la predicación católica apenas aborda los grandes contenidos dogmáticos de la fe, o, si lo hace, cualquiera se cree con derecho para predicar sus opiniones particulares y las reinterpretaciones que se le ocurran. Ese relativismo valora la celebración litúrgica como algo que no es fijo e inmutable, sino que va a gusto del celebrante, del equipo de liturgia o de la comunidad. El relativismo secular aquí es que nada es verdadero o intocable y por tanto la liturgia hay que reinventarla siempre.
3) Si la secularización sustituye a Dios por el hombre, la liturgia secularizada también. Un protagonismo excesivo del hombre relega a Dios a un pretexto por el que los fieles se reúnen: aquí lo importante son los hombres, no Dios. Se multiplican las intervenciones para que haya más protagonistas humanos: más moniciones, más peticiones (¡leídas cada una por un lector!), más ofrendas con más moniciones (ofrendas «simbólicas» para destacar «nuestro» compromiso, «nuestra» entrega), supuestos «testimonios» que se introducen en la homilía, discursos de «acción de gracias» después de la comunión, etc., etc. Es la subversión secular de la liturgia que ya no celebra a Dios, sino que se celebra al hombre. Es muy elocuente, por ejemplo, que se afirme tranquilamente que en la Misa «los protagonistas fueron los jóvenes de Confirmación», «los protagonistas fueron las parejas de los cursillos prematrimoniales», etc.
«La peor presencia del secularismo en la celebración litúrgica ha sido, pensando que era preciso cambiar radicalmente el culto para adaptarse a la mentalidad secularizada del hombre moderno, pasar de celebrar el misterio de Cristo y la adoración a Dios a celebrar una ideología o una realidad personal o social, convirtiendo la liturgia en una autocelebración» (Rodríguez, P., La sagrada liturgia, 302).
4) Si la secularización sólo valora lo asistencial de la Iglesia y los valores, una liturgia secularizada se despreocupará de todo lo que no sea hablar y potenciar los valores, el compromiso y las tareas terrenas. La liturgia secularizada es pura ideología que se dedica a grabar consignas en los fieles según el estilo del mundo: es un nuevo moralismo, horizontalista. Esto se ve en la proliferación de palabras en la liturgia, o sea, el verbalismo, en muchas moniciones innecesarias y en homilías, igualmente largas, que sólo tratan de «valores», justicia, transformación del mundo, ser felices y hacer felices a los demás.
«Hay que recordar que el cristianismo europeo ha pasado por la grave crisis de la Ilustración, que intentó despojar al cristianismo de los elementos sobrenaturales, reduciéndolo a un vago deísmo, a una religión sin dogmas, sin revelación, sin la gracia y sin el pecado, racionalizado, o a un mero sentimiento religioso; en consecuencia, enfatizó el aspecto moralizador. Las consecuencias para la liturgia fueron negativas, pues se eliminó de ella el culto de Dios o la adoración a Dios y, en consecuencia, el amor que da la vida por el prójimo… En este sentido, se explica el racionalismo, el subjetivismo, el sentimentalismo, el didactismo, etc., que caracterizan algunas formas litúrgicas actuales» (Fernández, P., La sagrada liturgia, 103).
5) Si la secularización ignora la trascendencia, una liturgia secularizada se convierte en fiesta humana, entretenida, arrinconando el sentido religioso y sagrado. Tres ejemplos lo pueden ilustrar. El primero es la ausencia de silencio en la liturgia. Se omiten los silencios previstos en el acto penitencial, tras el «Oremos» de la oración colecta, después de la homilía, después de la comunión. El silencio sagrado se vuelve un invitado extraño y ajeno a la liturgia secularizada. Un segundo elemento: la música y el canto. Ya no se puede calificar de «canto litúrgico». Se buscan ritmos e instrumentos atronadores que impidan el recogimiento orante y gestionen mejor una psicología grupal y sus emociones; las letras son expresiones sentimentales muy ajenas a la Tradición de la liturgia y sus himnos, y además no se respetan los contenidos fijos cuyo texto es invariable (Gloria, Credo, Sanctus, Padrenuestro). Y un tercer elemento: se arrinconó la adoración y culto a la Eucaristía fuera de la Misa. La exposición del Santísimo, que permite el encuentro con Cristo y la adoración contemplativa, no tenían lugar en la liturgia secularizada: ¡sólo la Misa convertida en un festival con discursos moralistas! Y, por extensión, el abandono de la Liturgia de las Horas, que muchos de los actores secularistas (sacerdotes y religiosos) arrinconaron por no encontrarle valor a la oración litúrgica, contemplativa y adorante.
Las descripciones son claras para que se comprenda bien lo que es una liturgia secularizada y el problema grande que representa para la vida de la Iglesia:
«Con frecuencia nos encontramos con celebraciones litúrgicas que adolecen de carencias pastorales. Por ejemplo, celebraciones que, asemejándose más a meros encuentros sociales, carecen del recogimiento que favorece el encuentro con Dios, es decir, la verdadera oración, o celebraciones cuyas homilías de sacerdotes católicos pudieran ser pronunciadas lo mismo por un pastor protestante, o cantos ejecutados durante la liturgia que invitan a mover el cuerpo, mas no mueven el alma. Y sabemos que si la celebración litúrgica no es oración y oración devota, transmitiendo en un contexto sagrado y solemne la verdadera fe, es un fraude, que ofende a Dios y engaña a los hombres» (Fernández, P., La sagrada liturgia, 291).
Vemos así el panorama de una liturgia secularizada que no es más que una burda caricatura de la liturgia católica.
P. Javier Sánchez Martínez, sacerdote