La Comisión preparatoria del Concilio preparó un texto llamado «Esquema sobre las fuentes de la Revelación», en el que el problema estaba ya en el propio título, pues se recogía una línea teológica en la que Escritura y Tradición son dos separadas y virtualmente independientes fuentes de la divina Revelación, punto de visto que chocaba con otra mentalidad teológica que sostenía que Escritura y Tradición no deben ser consideradas como independientes entre sí, sino constituyendo un todo, una única fuente de la Revelación, la Palabra de Dios, que llega a nosotros por la predicación y los libros sagrados. Su relación está expresada en el número 9 de la «Dei Verbum»: «La Tradición y la Escritura están estrechamente unidas y compenetradas; manan de la mima fuente, se unen en un mismo caudal, corren hacia el mismo fin». Ambas son Palabra de Dios, y aunque la primera transmisión de la fe fue por medio de la predicación oral, y esta transmisión aún hoy continúa por ella, incluso una vez escritos los libros sagrados, que son el otro modo como la Palabra de Dios llega a nosotros. Por la Tradición conocemos cuáles son los libros sagrados divinamente inspirados. y nos ayuda a conocer más y mejor la Sagrada Escritura, pero debe quedar claro que la transmisión oral no puede inventarse ningún dogma, porque la doctrina no es cambiable, si bien puede y debe desarrollarse.
Saber lo que contiene la Escritura es fácil: lo que nos dicen el Antiguo y el Nuevo Testamente. Pero ¿y la Tradición? Está claro que la verdad de ésta no está contenida en un único documento, sino en muchos, especialmente los libros de los Padres de la Iglesia, en la Liturgia, en la práctica de la Iglesia y en la reflexión teológica, que sirve a los fieles cristianos en su avanzar hacia el Reino.
Tradición y Escritura constituyen el depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia. Pero para que podamos tener certeza que lo que creemos es lo que dice la Iglesia, que es realmente así y no nos estamos equivocando, necesitamos la ayuda del Magisterio de la Iglesia, Y así: «El oficio de interpretar auténticamente (auténticamente significa aquí oficialmente y con autoridad) la Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado únicamente al Magisterio de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo. Pero el Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído»… «Los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas» (DV, 10).
Y es que hay cosas que son de sentido común elemental. Es indudable que si quiero ser un buen católico, tendré que procurar vivir de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia. El verdadero discípulo de Cristo trata de seguir a Jesús y sus enseñanzas. Y en este sentido el Magisterio tiene mucho que decirme, al indicarme una vía fácil y segura de buscar lo que pretenden de mí Jesucristo y la Iglesia. En cambio, si hago lo que quiero, si no me dejo orientar por la Escritura, la Tradición y el Magisterio, corro un enorme peligro de coger un camino equivocado, que puede llevarme, sea a ninguna parte, sea a despeñarme.
Pedro Trevijano,Sacerdote