Notoria ha sido la molestia e inquietud de dirigentes políticos de la Nueva Mayoría por el hecho de que el recién designado Ministro del Interior, en su primera intervención pública, haya invocado la prudencia como virtud clave en la vida y en la política. Pensando benévolamente, como ordena el Catecismo, atribuiremos tal molestia e inquietud a la ignorancia de lo que esa virtud significa.
Y es que a la prudencia le han fabricado una careta que la convierte en caricatura. Los adolescentes la detestan. Para ellos es sinónimo de astucia camaleónica, coartada para eludir todo compromiso. Los reformistas a ultranza la malentienden y violentan, urdiendo bajo su nombre estrategias pragmáticamente eficaces y maquiavélicamente cínicas. Y los alérgicos a todo cambio apelan a ella (y a los avisos del tránsito) para asegurar que todo camine muy despacio, con mucho disco «PARE», profusión de lomos de toro y prohibición de virar a la izquierda.
La tan vilipendiada (porque no estudiada) cultura medieval calibró magistralmente el valor de la prudencia. Comenzó por reafirmar su estatus de virtud «cardinal», es decir eje, gozne articulador de toda otra virtud. Luego la bautizó como «auriga virtutum», la cochera o conductora, la que lleva las riendas de las demás. Y tenía razón.Fortaleza sin prudencia es insana temeridad, audacia suicida. Justicia sin prudencia es crasa injusticia, abuso de la letra de la ley, fundamentalismo castigador. Esperanza sin prudencia es frescura, patudez: me siento a esperar que caigan en mi boca el maná del cielo y el bono de invierno. Fe sin prudencia es ceguera, fanatismo, frivolidad.Templanza sin prudencia es… anorexia. Hasta el amor, y sobre todo el amor se nutre de la prudencia. El amor no es ciego. El amor es inteligente. La prudencia no es sino el amor que con inteligencia investiga, delibera y escoge lo que dadas las circunstancias más conviene al amor.
Que lo sepa el adolescente: nadie es más prudente que el que, tras madura deliberación, escoge el martirio, culmen sangriento de su fe comprometida. Que el reformista a ultranza no prostituya a la prudencia: es una noble dama, cuya inteligencia lúcida se inspira en el amor y planifica todo para asegurar el amor. Y quienes adoran, nostálgicos, y bregan por congelar un pasado óptimo que nunca existió, observen a diario cómo el circular lento y el frenar a destiempo provocan trágicas colisiones por alcance. Que nadie invoque la prudencia para excusarse de pensar con inteligencia, prever y precaver con clarividencia, ponderar todas las circunstancias y luego, oída la íntima voz del corazón, presionar el «ENTER» sagaz y comprometido.
Hace años tuvimos expuesta en Chile una réplica de «El Pensador» de Rodin. Un chileno se la robó. Urge recuperarla. Pensar es pesar, cuestionar, escuchar, razonar. Sin prudencia pensante y dialogante, el bus no tardará en colisionar.
P. Raúl Hasbún, sacerdote
Publicado originalmente por Revista Humanitas