Una semana después de que estallara en los medios el repugnante y doloroso caso de los abusos sexuales que habría protagonizado un grupo de sacerdotes de Granada, y una vez que se han producido las primeras detenciones, conviene repasar los distintos elementos de este caso, con la mayor precisión y escasa literatura.
La sucesión de los hechos ha venido acompañada de reconstrucciones que en muchos casos tenían poco que ver con la verdad y con la defensa de las víctimas, mientras estaban determinadas por batallas ideológicas y de poder. Por otra parte estos hechos provocan un comprensible escándalo, que definió a la perfección Benedicto XVI en su inolvidable carta a los católicos de Irlanda. A este dolor inmenso se suma un pánico moral inducido por informaciones tergiversadas, en las que hemos visto mentiras clamorosas y datos retorcidos. Es natural que cueste abrirse paso en medio de la hojarasca. Por eso ofrezco estas claves que me parecen necesarias para situarnos adecuadamente en medio de esta tormenta, sin pretender cerrar lo que todavía está abierto.
1. Estamos ante un crimen y ante un pecado tremendo. El crimen debe ser investigado y juzgado por la autoridad civil, ya está en ello. El pecado supone una herida horrenda, y por eso el gesto del arzobispo Javier Martínez, postrado en tierra, representa el dolor, la penitencia y la petición de perdón de todo el cuerpo de la Iglesia, que asume el daño causado por algunos de sus hijos. Aun así, la miseria llega a calificar de acción teatral este gesto imponente.
2. La víctima estaba en su derecho de elegir el modo de denunciar este horror. Lo ha hecho por un determinado camino y de ahí se deriva el itinerario de las medidas tomadas por el arzobispado. Si Roma instó a actuar, es porque Roma supo antes.
3. La prioridad debe ser el cuidado y acogida de las víctimas: por eso en cuanto tuvo conocimiento el arzobispo le recibió y mantuvo un coloquio de dos horas con él, mostrándole toda su paternidad y acogida. Los primeros días algunos medios mintieron, diciendo que no había sido recibido.
4. El arzobispo suspendió cautelarmente a los directamente implicados con toda diligencia. No prosiguió con nuevas actuaciones por orden del juez, que estableció secreto de sumario. Cuando el proceso avance, la Iglesia decidirá las sanciones canónicas para los culpables, que son las más duras previstas.
5. El proceso canónico está sometido a secreto pontificio, razón por la que es absurdo y malicioso acusar al arzobispo de opacidad frente a la CEE o frente a otras instancias, civiles o eclesiales. Por cierto, se dijo que estaba en paradero desconocido, encastillado, cuando estaba en la plaza pública, dando la cara y respondiendo (en lo que podía) a cuantas preguntas se le formularon.
6. Esta plaga no brota de la nada, tiene que ver con modos de vida, con actitudes frente al magisterio de la Iglesia y frente a la comunión con sus pastores. En el tiempo se desvelará la posición de los acusados respecto de estas cuestiones esenciales.
7. La Iglesia ha puesto a punto protocolos y reglamentos renovados para acometer estos horrores. Pero ningún protocolo, por perfecto que sea, puede evitar que una persona realice el mal ejerciendo de manera perversa su libertad. Por eso la petición de perdón, la oración y el camino de conversión nunca se pueden dejar de lado.
Termino con un apunte personal. Cuando todo el mundo buscaría ponerse a cubierto de esta basura, el arzobispo Javier Martínez ha dicho lo más escandaloso para nuestro mundo de hoy. Que no podemos simplemente echar al mar las manzanas podridas, que no podemos decir «yo no tengo que ver con ese mal». El mal que misteriosamente surge en el cuerpo de la Iglesia nos hiere a todos. Y ni leyes ni castigos (¡siempre necesarios!) pueden sanar por completo esta llaga. La Iglesia nace y renace continuamente de la gracia de su Señor, no de los justicieros de diverso signo que estos días campan a sus anchas. El pueblo cristiano, cuyo sentido de las cosas de Dios siempre subraya el Papa Francisco, se reunió en Granada el pasado domingo como una piña en torno a su pastor.
José Luis Restán
Publicado originalmente en Páginas Digital