Luego de sancionada la Ley de Acceso a las Técnicas de Fecundación Artificial en nuestro país, más la sanción del nuevo Código Civil, era esperable que los diputados no dejaran pasar mucho más tiempo ni esperaran el fin de su mandato y, previo a los comicios de 2015, terminaran el camino de desprecio hacia la vida naciente. He aquí la muestra de ello.
Ahora legislan sobre las propias técnicas de reproducción humana y asistimos a una nueva victoria de los «lobbies mercantilistas» de la reproducción humana y de la manipulación genética, por encima del derecho a la vida de los niños no nacidos. No estamos en contra de que se legisle en la materia. Lo que rechazamos es que sea sólo para el interés de los «lobbies mercantilistas» que se dedican a ello, con desprecio absoluto de la vida humana en estado embrionario. Esto se pudo hacer bien respetando al embrión, su vida, su identidad. Pero parece más fácil hacerlo mal, realmente mal.
La República Argentina protege la vida desde la concepción, aunque el embrión no esté implantado. Así puede verse en la interpretación de las normas constitucionales que hiciera la Corte Suprema de Justicia en el caso «Portal de Belén». A pesar de ello, el proyecto que se aprestan a votar casi todos los partidos políticos representados en el Congreso Nacional es una iniciativa absolutamente deshumanizante, en la que el embrión recibe un trato de «cosa».
Parece que en este proyecto de ley la humanidad del embrión es una falsa promesa que sólo se hará verdadera cuando los profesionales médicos, como nuevos dioses de la técnica, consideren a los embriones como aptos y dignos de vivir, o cuando sea «apto o viable» para quienes lo pretenden como hijo, sólo si cumple con las condiciones que pusieron, o si tiene la suerte de ser implantado previo a la separación o divorcio de sus padres. Y si nadie lo quiere, será irremediablemente destruido o utilizado para la investigación.
El proyecto manifiesta buscar «la protección del embrión no implantado», aunque en su contenido propone prácticas propias de un proceso productivo y no de una relación familiar: descartar lo que «no sirve», seleccionar lo mejor de entre lo producido, destruir lo que resulte mal y, en su caso, investigar el producto para el futuro.
En el ánimo de producir, se olvidaron de la promesa del artículo 1º, en el que dijeron que protegerían a esos niños. Ya no sólo se cosifican en la técnica propiamente dicha sino que, a falta de «utilidad» como hijos, se habilita su «utilidad» como cosas, como material genético investigable. Y, cuando no se le encuentra «utilidad», se procede a su descarte.
Parece que dejan su conciencia tranquila al reconocerlos seres humanos dignos, personas (artículo 19 del Código Civil) y, por otro, en una «ley especial» los llaman de otro modo, los tratan como cosas, al arbitrio de los nuevos dioses, al arbitrio de un deseo y, por supuesto, de un «mercado reproductivo».
Al votar esto, recuerden a los «nazis» cuando establecían sus «leyes especiales» para los judíos. Una democracia no se construye con leyes especiales, sino con leyes que protejan por igual a todos los seres humanos.
Aurelio García Elorrio
Publicado originalmente en La Voz