Está compuesto de varias cartas que Juan Pablo I dirige a otros tantos personajes muy conocidos, históricos y de ficción: Charles Dickens, San Bernardo, Pinocho, el Rey David... y al propio Jesucristo. Aún lo tengo entre manos, pero me gustaría compartir este texto de la misiva que dirige a Gilbert Keith Chesterton porque me parece muy acertado para estos tiempos tan laicistas, tan alérgicos a según qué símbolos Atención a la conclusión del novelista inglés.
‘Querido Chesterton:
En la pantalla de la televisión italiana apareció hace pocos meses el padre Brown, original sacerdote-detective, creatura típicamente tuya. Lástima que no hayan aparecido el profesor Lucifer y el monje Miguel. Los habría visto con sumo agrado tal y como tú los describes en La esfera y la cruz, viajando en avión, sentado uno junto al otro, Cuaresma junto a Carnaval.
Cuando el avión vuela sobre la catedral de Londres, el profesor suelta una blasfemia contra la cruz.
«-Estoy pensando si esta blasfemia te ayuda en algo -le dice el monje.- Escucha esta historia:
Conocí a un hombre como tú; él también odiaba al crucifijo; lo eliminó de su casa, del cuello de su mujer, hasta de los cuadros; decía que era feo, símbolo de barbarie, contrario al gozo y a la vida. Pero su furia llegó a más todavía: un día trepó al campanario de una iglesia, arrancó la cruz y la arrojó de lo alto.
Este odio acabó transformándose primero en delirio y después en locura furiosa. Una tarde de verano se detuvo, fumando su pipa, ante una larguísima empalizada; no brillaba ninguna luz, no se movía ni una hoja, pero creyó ver la larga empalizada transformada en un ejército de cruces, unidas entre sí colina arriba y valle abajo. Entonces, blandiendo el bastón, arremetió contra la empalizada, como contra un batallón enemigo.
A lo largo de todo el camino fue destrozando y arrancando los palos que encontraba a su paso. Odiaba la cruz, y cada palo era para él una cruz. Al llegar a casa seguía viendo cruces por todas partes, pateó los muebles, les prendió fuego, y a la mañana siguiente lo encontraron cadáver en el río».
Entonces el profesor Lucifer, mordiéndose los labios, mira al anciano monje y le dice: «Esta historia te la has inventado tú». «Sí, responde Miguel, acabo de inventarla; pero expresa muy bien lo que estáis haciendo tú y tus amigos incrédulos. Comenzáis por despedazar la cruz y termináis por destruir el mundo».’
Por Isael Pla Martorell en «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?»