Es evidente que ni la adolescencia ni la juventud nunca se han caracterizado por ser edades fáciles. Pero también es cierto que la idiotez y, en algunos casos, la maldad de los mayores, contribuye a ponerles las cosas más difíciles.
Que desde muchos años a esta parte, ha habido un deterioro de la Enseñanza que se ha hecho más perceptible a partir de la llegada de los socialistas al poder. Con su LOGSE y leyes sucesivas, me parece innegable esta pérdida de calidad de la Enseñanza, que avalan los informes Pisa. Recuerdo que un profesor de Universidad, de las más prestigiosas de España, me comentaba que la Universidad era un Secundario un poco avanzado y que sus alumnos no tenían ni idea de cosas elementales de cultura, como la Guerra de la Independencia. No sabían ni en qué siglo fue y muchos ni siquiera contra que país. Se ha atacado la cultura del esfuerzo, cuando es innegable que cualquier cosa que valga la pena, requiere saber sacrificarse. Se ha creído que dando a los alumnos los estímulos requeridos, los chicos iban a responder adecuadamente, olvidándose del pequeño detalle de la libertad humana y ni se les ha ocurrido plantearse qué hacer con los chicos, que por estar en edad de escolarización tienen que estar en clase, pero no tienen la más mínima gana de estudiar. Curiosamente fue un ministro laborista inglés de Educación el que empleó la fórmula que puede hacer que las escuelas y colegios vuelvan a ser escuelas y colegios serios: «Creo en la disciplina, en una aritmética sólida, en aprender a leer y escribir con corrección, en deberes para casa». Para los profesores ideologizados, en cambio parece que lo único importante es liquidar la enseñanza concertada, sin darse cuenta que la contrapartida es que el Estado meta muchísimo más dinero en Educación, ¿de dónde?, o rebajar los sueldos de los profesores de la Pública.
Pero no sólo es el plano intelectual el que está averiado, sino también el moral, tan importante a la hora de construir personas. Conozco algún ateo que decía: «oigo tales burradas sobre lo que está pasando, que voy a dar a mis hijos una educación basada en los valores cristianos, que me parecen serios y pueden servir de freno para no hacer disparates». En efecto, ¿qué se puede esperar de gente, como Zapatero, que son capaces de decir cosas como que la Ley Natural es una reliquia ideológica y un vestigio del pasado, y de aquéllos que una u otra vez le dieron su voto, en algunos casos conscientes de los disparates que estaban votando, pero que anteponían y anteponen la disciplina de Partido a su conciencia?
Llevamos bastantes años asistiendo a una ofensiva contra los valores cristianos y, en consecuencia, contra los valores humanos, porque los cristianos creemos que la Gracia perfecciona la Naturaleza, pero ni se la inventa, ni, mucho menos, la destruye. Hemos asistido a unas leyes, como la del divorcio exprés, que lo que intentan es simplemente destruir la familia, para así destruir a los niños el habitat que necesitan para su crecimiento en todos los órdenes de la vida, y en especial, el afectivo, tomándonos por idiotas a todos al intentar hacernos creer que un niño está mejor en una familia con dos padres o dos madres, que en una familia normal con un hombre y una mujer que se quieren. La Asociación Española de Pediatría es contundente: «Un núcleo familiar con dos padres o dos madres es, desde el punto de vista pedagógico y pediátrico, claramente perjudicial para el armónico desarrollo y adaptación social del niño»(La Razón 4-VI-2003, 27). La Congregación para la Doctrina de la Fe nos dice: «Como demuestra la experiencia, la ausencia de la bipolaridad sexual crea obstáculos al desarrollo normal de los niños eventualmente integrados en estas uniones. A éstos les falta la experiencia de la maternidad o de la paternidad»(31-VII-2003, nº 7). Y no hablemos de la ideología de género a la que el Papa Francisco, siendo cardenal, califica con toda razón de demoníaca. Y ya sabemos que el Demonio no es precisamente partidario del Bien.
Siempre he creído que en Educación la única receta universalmente válida era querer profundamente a los educandos. Busquemos por tanto ante todo el bien de los educandos, utilizando nuestra inteligencia y nuestro cariño para el bien de ellos, a fin que ellos puedan ver en nosotros modelos y referentes sobre cómo realizarse como personas.
P. Pedro Trevijano