Se publicaron en el diario nacional Ahora y en los catalanes La Veu de Catalunya y La Publicitat, y han sido recopilados por la editorial El Acantilado en dos volúmenes: El Huevo de la Serpiente. Crónicas desde Alemania (1922-1924) y Crónicas desde Berlín (1930-1936).
Los hechos y circunstancias que registra Xammar son los ocurridos en Alemania durante la República de Weimar: el paro, la hiperinflación, la inestabilidad política, los problemas territoriales derivados del Tratado de Versalles y la culminación de todo ello, el ascenso de Adolf Hitler. Estuvo presente en el Golpe de Estado de Munich de 1923, cuando Hitler perpetró el llamado Putsch de la Cervecería, putsch que relata con una gracia sin igual, y junto con Josep Pla lo entrevistó pocas horas antes del sonado y charlotesco acontecimiento, cuando el futuro Führer pasaba por histrión.
De sus crónicas no se desprende un especial sentir o fervor religioso cristiano, pero capta bien el ambiente de la época. En especial, cómo el nacionalsocialismo iba rebasando su carácter político y social hasta constituirse en una siniestra religión, y como tal, incompatible con el cristianismo. Cómo iba exigiendo para el César lo que era de Dios. Extraigo aquí un párrafo de su artículo fechado en 1935 sobre el homenaje a los nazis muertos el día del putsch:
«No es raro encontrar en la prensa del partido nacionalsocialista esquelas mortuorias con esta mención: «Murió confortado por la fe inquebrantable en Adolfo Hitler.» A cada nuevo acto solemne del partido gobernante queda trazado con más firmeza el perfil religioso del movimiento nacionalsocialista. Algunos jefes aseguran todavía en discursos poco meditados que el nacionalsocialismo no es una religión. Se equivocan. El día en que los alemanes, en lugar de saludarse en nombre de Dios empezaron a saludarse en nombre de Hitler, nació en Alemania un nuevo culto. Los objetos de este culto son el «Führer», la raza y los muertos por la causa, que, como ya hemos visto, empiezan a resucitar. Su liturgia es de orden militar y de formas espectaculares.» (10 noviembre de 1935)
Su crónica sobre la entronización de un tal doctor Müller, hitleriano, como arzobispo nacional de la iglesia evangélica alemana reunida (sic), autor de una modificación del Padrenuestro en que se pedía a Dios que hable «al pueblo y hable al Führer», y promotor de una iglesia independiente de Roma que reuniera a los cristianos alemanes evangélicos y católicos, termina así:
«Recientes están las declaraciones de un jefe de las Juventudes Hitlerianas, afirmando que los jóvenes nacionalsocialistas se consideraban libres del pecado original, y que, por consiguiente, no necesitaban la gracia para nada.
Exageración manifiesta. La gracia -un poco de gracia, cuando menos- le sienta bien a todo el mundo.» (23 septiembre 1934)
De este modo ve la incompatibilidad natural entre el cristianismo y el nazismo, que algunos alemanes, empezando por el tal Müller, no quisieron reconocer, y deja constancia de la oposición episcopal católica a la política hitleriana:
«Si los conceptos del cristianismo y germanismo, de universalidad y nacionalismo racista, son -y lo son- antagónicos, es natural, inevitable, que el Papa y su Iglesia, Hitler y su partido, se encuentren frente a frente. Todos los concordatos tácitos no podrán atenuar en nada el conflicto esencial.
Por el momento, el episcopado católico en todo el país es el grupo más refractario a la doctrina nacionalsocialista y el único que para hablar claro dispone de cierta libertad y se atreve a hacer uso de ella. Un día el cardenal Bertram, arzobispo primero de Breslau, que en vísperas de las elecciones se dirige a los católicos y les dice que voten «según conciencia»; otro día, el arzobispo de Múnich, cardenal Fulhaber, se lía la púrpura a la cabeza y con el nombre de sermones de Adviento pronuncia desde el púlpito cinco violentas filípicas contra la política antisemita del Gobierno. Y, finalmente, el nuevo obispo de Berlín, doctor Barés, el día de Viernes Santo hizo del sermón de las Siete Palabras un discurso de mitin, acusando al nacionalsocialismo nada menos que de querer descristianizar al pueblo alemán para sepultarlo de nuevo en los horrores del paganismo. El Gobierno, por su parte, tasca el freno.» (8 abril de 1934).
En la entrevista a Hitler en 1923 a la que he aludido unos párrafos más arriba, después de que éste advirtiera a Xamamr del peligro que conlleva su semítica nariz, que le haría acreedor de algún que otro puñetazo hasta que advirtiera que el titular de la misma no es judío, sino español, se queja de que el gobernador de Baviera tenga las manos atadas para la expulsión de los judíos no bávaros residentes en aquel Estado alemán. Eugenio Xammar y Josep Pla le preguntan:
«-¿Por quién, si se puede saber?
-Se va a quedar de piedra. El defensor principal de los judíos en Baviera es el arzobispo de Múnich, cardenal Faulhaber. Un gran hombre, sabio, virtuoso, nacionalista y monárquico. Pero cardenal: ¿comprende? Cardenal y arzobispo y, por tanto, obligado a ejecutar las órdenes del Vaticano, es decir, de los judíos. El Vaticano es el centro de las intrigas internacionales judías contra la liberación de la raza germánica. A nosotros esto nos consta positivamente, y, si le pudiera explicar todo lo que sé, vería visiones.» (noviembre de 1923).
El mismo Faulhaber que años después «se lía la púrpura a la cabeza»... Como se ve, la inquina de Hitler contra la Iglesia venía de lejos. Sus desvaríos sobre la conspiración judeo-vaticana eran antiguos, y en el fondo tenía cierta razón: la Iglesia era su enemigo natural, y Xammar, que no era tonto, lo advirtió con facilidad.
Sin embargo, y a pesar de todo lo escrito anteriormente, no es en eso sobre lo que quería incidir. Leer a Xammar escribiendo sobre la Alemania nazi es como ver al malo del guiñol amenazando al héroe desde la penumbra: lo ven todos los espectadores, todos gritan para advertir al protagonista ignorante de la amenaza pero éste no se da cuenta. Puede valer esa comparación, o la de las películas de terror donde el antagonista (vampiro, fantasma, monstruo o psicópata) avanza hacia la víctima a la vista de todos excepto de ella misma. Claro, nosotros, lectores del siglo XXI, conocemos la Historia, y por eso a medida que leemos al catalán queremos decirle: «¡cuidado, eso no es una broma!».
Tras la entrevista con el entonces orador saltimbanqui Hitler, los periodistas dicen que «sus ideas sobre el problema judío son claras y divertidísimas». Ya victorioso el nazismo en 1935, Xammar considera la campaña antisemita contra los comercios judíos sólo «un procedimiento para calmar las impaciencias y el descontento de la masa de extremistas del partido gobernante».
Prever la monstruosidad que ocurriría al poco de todo esto no se le podía exigir a nadie, aunque algunas personas sí dieron el grito de alarma.
Al grano. Lo que quiero decir es que al menos han muerto 100 millones de personas por culpa de comunismo. 6 millones de judíos a manos del nazismo. No nos quedemos mirando y sonriendo cuando en las pasadas elecciones europeas la izquierda antisistema irrumpió con fuerza en España y la ultraderecha pagana ganó en Francia. No nos hagamos los despistados y pensemos que lo que acaba de ocurrir «no es para tanto», y unas cuantas declaraciones contra la libertad de expresión por aquí, o bravatas racistas contra los inmigrantes por allá sean sólo una pose.
Cuidado. Creo que la Humanidad ya ha sufrido bastante con esta clase de bromas. Esperemos que de estos polvos no vengan aquellos lodos... otra vez.
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Que la Flor de las Flores de Israel, la Santísima Virgen María, nos evite otro capítulo oscuro de la Historia.
Y que el Beato Clemens August graf von Galen interceda por nosotros para saber alzar la voz en defensa de los oprimidos frente a los opresores.
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Imágenes de algunos obispos mencionados
Xammar no cita en ninguna de sus crónicas al que se ha considerado el gran obispo anti-nazi, elevado a los altares como Beato por Benedicto XVI en 2005 y al que tengo especial devoción: Clemens August graf von Galen, llamado «El León del Münster», cuyas homilías sobre la política hitleriana contra los discapacitados han sido recogidas en el libro Un Obispo contra Hitler, de Stefania Falsca, editorial Palabra. Tampoco cita a su primo Konrad graf von Preysing, Obispo de Berlín, que llegó a decir en 1933, cuando Hitler llegó al poder: «Hemos caído en las manos de criminales y locos». Sin embargo es de justicia mencionarlos aquí (por cierto, graf es el equivalente en español a «Conde»; ambos eran nobles, aunque no sólo de sangre como se ve).
Michael von Faulhaber (1869-1952)
Arzobispo de Múnich de 1917 a 1952
Adolf Bertram (1859-1945)
Arzobispo de Breslau de 1930 a 1945
Johann Konrad Maria Augustin Felix graf von Preysing
(1880-1850)
Obispo de Berlín de 1935 a 1950
Clemens August graf von Galen (1878-1946)
Obispo de Münster de 1933 a 1946
Su lema episcopal fue «Nec laudibus nec timor»:
«Ni la alabanza ni el temor me separarán del camino del Señor»
De Faulhaber, el que «se lió la púrpura a la cabeza» según Xammar para predicar contra la política antisemita de Hitler, añado además esta foto. Está tomada en 1951, un año antes de morir, mientras ordena sacerdotes a varios jóvenes en la Catedral de Freising.
Impone las manos sobre un muchacho de 24 años que tiempo después contaría así ese momento: «Cuando el anciano arzobispo impuso sus manos sobre las mías, un pajarillo -tal vez una alondra- se elevó desde el altar mayor y entonó un canto alegre; para mí fue como si una voz del Cielo me dijese ´Va bien así, estás en el camino justo´».
Un tal Joseph Ratzinger.
Por Isael Pla Martorell en "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?"