La semana recién pasada se realizó en nuestra zona un importante encuentro dedicado a analizar el proyecto de la Reforma educacional. Más allá de las discusiones técnicas de los especialistas en pedagogía, es necesario tener en cuenta que todo proyecto educativo tiene como trasfondo una específica concepción del hombre. El proyecto de Reforma ¿tendrá presente la dimensión trascendente de los alumnos? ¿Se los educa solo para esta vida o también para la eterna?
La dificultad de fondo de la Reforma es suponer que el hombre es de este mundo, para este mundo y se acaba con este mundo. Contradice el concepto de hombre que por muchos siglos primó en nuestra civilización, según la enseñanza de la Palabra de Dios, es decir, que la persona es creada por Dios a su imagen y semejanza y que, a causa del pecado, necesita de la redención de Jesucristo y la acción del Espíritu Santo para que, después de esta vida, sea eternamente feliz en el cielo.
La educación la hacen las personas y está destinada a las personas. Sin embargo, el lenguaje, los temas, las prioridades del debate en torno a la Reforma educacional no se refieren a la persona. Es cierto que hay muchos aspectos muy importantes en la educación, pero lo más importante es decir algo acerca de la persona a quien se quiere educar.
Por lo tanto, lo que está en juego en la Reforma es mucho más que el copago, la selección, la calidad o el lucro. Está en juego la verdad del hombre: si es creado por y para Dios, o simplemente es un ser que viene de la nada y termina en la nada. San Pablo advierte cuán distinta es la vida de una persona según se sepa destinada a desaparecer con la muerte o si tiene la certeza de su vocación a participar de la eternidad de Dios: «Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos. Pero no se engañen: «Las malas compañías corrompen las buenas costumbres». Despiértense, como conviene, y no pequen; que hay entre ustedes quienes desconocen a Dios. Para vergüenza de ustedes lo digo» (1 Cor 15,32-34).
Las familias tienen el derecho de exigir al Estado no solo una educación gratuita de calidad que asegure el pleno desarrollo de todas las capacidades del alumno, sino más aún tienen el derecho y el deber de elegir una escuela, financiada por el Estado, que colabore con los padres en la educación dada a los hijos en el seno del hogar. Esto es así, porque los padres son los primeros e insustituibles educadores de sus hijos. Cuando una familia cristiana opta por un determinado colegio quiere que la fe transmitida a sus hijos sea fortalecida y no debilitada, sea profundizada y no relativizada.
+Francisco Javier Stegmeier Sch.
Obispo de Villarrica (Chile)