Para más de mil doscientos millones de católicos y para innumerables millones de otros creyentes en Dios, es un don poder iniciar un nuevo año. Ello nos remite a la primera expresión de su amor a cada uno de nosotros, que queda expresado en el inicio de la carta a los Efesios: «Nos eligió, en Cristo, antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos e irreprensibles a sus ojos, por amor». No se trata de que nuestra vida no tendría sentido sin Dios, sino de que no existiríamos.
Ante la campaña que se quiere realizar en los autobuses públicos de Barcelona acerca de la no existencia de Dios, debo decir que quien no se interesa en absoluto por cualquier otro tema, no siente necesidad de publicarlo. Y sin embargo, da la sensación de que un cierto número de ateos se interesan extrañamente porque se sepa que no están para nada interesados en la idea de Dios. ¡Curioso desinterés! Como dijo De Lubac: «La pasión, disimulada bajo el desinterés, se percibe, a pesar de todo, en esta voluntad de silenciar las obras del pensamiento que conciernen a Dios». Quizás también aquí se realiza la afirmación innegable de que, por mucho que se cierren los ojos, no por eso el sol dejará de existir. Y que, sin esa fe en un Dios personal, no podríamos creer en absoluto en la inmortalidad de nuestros esfuerzos positivos, de nuestros pensamientos y de nuestra propia existencia. A la puerta del nuevo año, intentemos que, en nuestra libertad, cada vez haya más huellas de Dios. La Razón
Cardenal Ricardo Mª Carles, arzobispo emérito de Barcelona