Malos tiempos corren para los que defienden los principios de la moral católica.
Los Cardenales son asaltados a la entrada de los templos por feministas radicales, los párrocos corren el riesgo de en que sus Misas irrumpan abortistas que solo buscan provocar, un Obispo fue denunciado por proclamar la doctrina de la Iglesia sobre los actos homosexuales, otro Obispo fue declarado persona non grata por predicar con fidelidad al Magisterio de la Iglesia sobre la homosexualidad y el aborto. Son solo algunos ejemplos recientes, pero se podrían citar decenas de ocasiones en que se intenta acosar a los católicos. No han faltado las bombas, como las que hubo el año pasado en la Catedral de la Almudena de Madrid y en la Basílica del Pilar.
En Europa no andan las cosas mejor. En Francia un anciano de 84 años acaba de ser condenado por entregar un par de zapatitos de bebé a una mujer embarazada que ingresaba a una clínica abortista. ¿El motivo de la condena? En Francia es delito obstaculizar el aborto física o psicológicamente. El agravio comparativo es insultante: si defiendes el aborto es una provocación criminal que te entreguen un par de patucos, pero si estás en contra del aborto, tienes que aguantar que te arrojen a la cara prendas femeninas íntimas, porque si protestas el provocador eres tú.
Con todo, estos actos no tendrían mayor importancia si los mecanismos del Estado de derecho funcionaran y se castigara a los que atentan contra la libertad religiosa. Lo que me parece preocupante es que en los últimos años el Estado y las instituciones internacionales han asumido la función de imponer una moral y una visión de la vida. Lamentablemente, los poderes públicos han renunciado a ser neutrales y se han puesto al servicio de unas ideologías concretas. Un ejemplo se ve en la rapidez con que la Fiscalía General actuó en las declaraciones del Cardenal electo Fernando Sebastián, supuestamente homófobas. Ya querría yo que el mismo órgano judicial hubiera actuado al menos con la misma celeridad en cada profanación de iglesias por las activistas de Femen.
También los organismos internacionales han caído en la misma trampa. El reciente informe de las Naciones Unidas que acusa a la Santa Sede de ocultar la pedofilia es una muestra. Si ese documento aludiera solo a este problema, la cuestión acabaría ahí. Pero el asunto de fondo es que la ONU pretende que, además de solucionar esa supuesta ocultación, la Iglesia revise su doctrina sobre la homosexualidad, el aborto y la familia.
Estos organismos internacionales no dudan en aplicar sofocantes presiones para imponer su ideario, porque en estas cuestiones el principio de soberanía no sirve para nada. El Comité de Derechos Humanos, órgano dependiente de la ONU, presiona sobre Bolivia, Argentina, Costa Rica y otros países de Latinoamérica para que amplíen el aborto. Hungría se enfrenta a sanciones de la Unión Europea por aprobar una Constitución que defiende el derecho a la vida, las raíces cristianas de la nación y el modelo de familia de un varón y una mujer. Rusia ha sido boicoteada en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Sochi por aprobar una ley contra la propaganda homosexual...
Es un tópico decir que la sociedad actual no tiene valores o que está dominada por el relativismo. Pienso que eso era correcto hace unos años, porque actualmente la sociedad -o al menos la cultura dominante- tiene unos valores muy claros que no son cristianos; y rechaza el relativismo: los principios que sustenta a la cultura son muy claros y están siendo promocionados por los poderes públicos. Los Estados actuales son confesionales, pero al revés que antes.
¿Cómo veo el futuro? Miro el porvenir con esperanza, porque ellos dominan los resortes del poder y la prensa y no tienen escrúpulos para imponer su ideología, pero no tienen la verdad. Ya pueden inventar leyes, noticias, sentencias o comités internacionales, que no podrán hacer que su doctrina sea verdadera. Siempre que sea contrastada su ideología con la realidad, se mostrará como mentira, y eso no lo puede cambiar ningún parlamento ni ningún juez. La verdad se acabará imponiendo.
Además, como cristiano estoy convencido de la omnipotencia divina. Dios no nos dejará solos. Y además nos premiará a los que luchemos por la verdad.
Pedro María Reyes Vizcaíno, sacerdote
Editor de iuscanonicum.org