La educación sexual es uno de los problemas más serios con los que nos enfrentamos padres y educadores. Prácticamente todos estamos de acuerdo en su necesidad, aunque hay enormes diferencias en cómo tratar el asunto. El concilio Vaticano II afirmó en su Decreto sobre la Educación Cristiana: “Los niños y jóvenes deben ser instruidos, conforme avanza su edad, en una positiva y prudente educación sexual” (GE 1). Por su parte, la Organización Mundial de la Salud dice: “La educación sexual enseñará al niño y al joven a distinguir el libertinaje de la verdadera libertad y a conocer y a apreciar en su valor la dignidad humana”.
Pero en España el problema es que la educación sexual o mejor dicho la instrucción sexual, depende del Ministerio de Sanidad, cuyas campañas son literalmente destructoras, como se ve en el aumento de embarazos de adolescentes y abortos, y por mucho que las cifras muestren su equivocación, siguen en la misma línea. Antes de jubilarme, logré asistir a una clase de los del “póntelo pónselo”. Vinieron a mi Instituto a enseñar a usar el preservativo, que regalaban, y nos decían que su enseñanza era objetiva, neutral y científica, y que les merecía tanto respeto el chico, o la chica, que se acostaba como la que no se acostaba. Hoy, hemos seguido progresando y los disparates son cada vez mayores. Tengo en mis manos un folleto, subvencionado por dicho Ministerio, cuyo título es “Condonéate. Placer sin riesgos” y recientemente han hecho una campaña con el lema “Tronco, yo no corono rollos con bombo”. Mientras en muchos países la enseñanza sexual se basa en el famoso método ABC, es decir A de abstinencia, que puede ser también continencia o castidad, B (be faithful), es decir fidelidad, C, condón y por ese orden, en España, como nuestros gobernantes no creen en los principios morales, porque para algo son relativistas, ni en la libertad, ni en la posibilidad de dominar los instintos y encauzar la sexualidad al servicio del amor, han prescindido del A y B y se han ido directamente al condón, del que por supuesto no explican que, a pesar de todo, como no es absolutamente seguro, ella puede quedar embarazada, y los dos contraer enfermedades de transmisión sexual. Para colmo, la sexualidad es así enfocada en muchos programas de televisión y en bastantes contenidos de Internet, aunque aquí hay para todos los gustos.
La educación sexual es parte importante e integrante de la educación en general y de la educación progresiva al amor, del que debe descubrir su belleza, así como el valor humano del sexo. Educar al amor y a la sexualidad es enseñar a conocerse y aceptarse en toda su realidad corporal, sexual, genital, psicológica, espiritual y, a su vez, aceptar a los demás en sus diferentes realidades, ayudándole a ver en lo relacionado con su desarrollo sexual la manifestación del plan de Dios sobre él. Dar a niños, adolescentes y jóvenes una recta educación sexual es una obligación urgente y grave de los padres y educadores cristianos. La responsabilidad inicial de la educación sexual recae sobre los padres, siendo esto su derecho y deber, ya que son los primeros educadores del niño y por ser la familia el lugar más adecuado para la creación de un clima afectivo que difícilmente puede lograrse en otros ambientes. Pero los padres deben ser conscientes de que la educación sexual es educar para el amor, y que nadie quiere a los hijos más y mejor que ellos.
En familia la educación sexual no tiene por qué programarse; debe hablarse de ella en el momento adecuado, siendo con frecuencia el diálogo personal entre padres e hijos y la enseñanza ocasional lo más eficaz, aunque los padres han de ser conscientes de que muchas veces sus hijos maduran antes de lo que ellos creen, por lo que corren el riesgo de dar sus primeras informaciones demasiado tarde. Es muy importante que los hijos se sientan libres de preguntar a los padres, que éstos estén dispuestos a escucharles y en consecuencia no les desilusionen. En los primeros años, aunque suele hacerlo la madre, cualquiera de los padres puede cumplir esta tarea; cuando se acerca la pubertad y en años posteriores, el más indicado es el padre del propio sexo.
Pero no siempre los padres están preparados para esta tarea. Aunque deseosos de ayudar a sus hijos, muchos no son capaces por falta de preparación, dejación o timidez, por lo que no se atreven, o lo hacen muy tarde. Si no saben responder lo mejor es que lo digan francamente y pidan a sus hijos un plazo breve de tiempo para informarse y poder contestarles. Educar es comunicar y transmitir un conjunto de valores que hacen que la vida tenga sentido. Son los padres los que deben proporcionar a sus hijos los modelos básicos de conducta, enseñándoselos especialmente a través de su comportamiento y actitudes. La mejor escuela para aprender lo que es el amor y a amar, es ver cómo los padres se quieren.
Hoy he hecho referencia a lo que no se debe hacer en la educación sexual y al clima de servicio al amor que debe tener toda educación sexual. Pero falta algo tan importante como qué contenidos concretos ha de tener la educación sexual, a lo que haremos referencia en otros días.
Pedro Trevijano, sacerdote