La fecha ha sido elegida en recuerdo del 9 de diciembre de 1905, en que fue aprobada en Francia la ley sobre la separación entre la Iglesia y el Estado. Muy probablemente cada 9 de diciembre tendremos oraciones, símbolos, premios, ceremonias, ritos, procesiones. El presidente de los obispos franceses ha afirmado que «la laicidad no es una religión que deba organizar fiestas religiosas … no veo por qué se deberían organizar procesiones el 9 de diciembre en Francia».
La cosa viene de lejos. Robespierre, el 7 de mayo de 1794, anunció 63 nuevas fiestas nacionales para cada año. El 10 de noviembre de 1793 la Comune de París prohíbe todas las manifestaciones públicas de culto según el estilo tradicional: fueron prohibidos el sonido de las campanas y las procesiones y en la catedral de Notre Dame se colocó una enorme estatua de la Libertad, para que fuera venerada en lugar de María, Nuestra Señora.
Al final acabamos siempre en lo mismo. Cuando se suprime la verdadera religión, se termina sustituyéndola con la que decide el Estado. No se realiza la laicidad, sino una nueva religión del régimen. En la novela «El amo del mundo» de Robert Hugh Benson, sucede lo mismo. El nuevo régimen masón de Julian Felsenburg cambia las festividades: la Navidad se convierte en la Fiesta de la Maternidad, en primavera se celebra la fiesta de la Vida, en lugar del Corpus Christi está la fiesta de la Solidaridad, en invierno en cambio la fiesta de la Paternidad. Los sacerdotes que abjuraban de la fe católica se convertían en los oficiantes del nuevo culto. En la Francia de Robespierre tendría que haber sido así, pero muchos sacerdotes se negaron y terminaron en Guayana o en la guillotina.
También el régimen comunista decretó sus fiestas religiosas, sobre todo la fiesta del trabajo. Ese día en Rusia los trabajadores no se quedaban en casa, sino que estaban obligados a trabajar gratis por el comunismo. Luego, y no por casualidad, la procesión del 1 de mayo en la Plaza Roja pasó de fiesta del trabajo a exhibición de poderío militar, una fiesta de la guerra, una antifiesta. Lo mismo sucedió en Alemania con el Nazismo.
Pasa siempre lo mismo, porque, como ha escrito el gran filósofo Josef Pieper en dos breves y a la vez grandes obras («Sintonía con el mundo y «Ocio y culto») la verdadera fiesta no se puede programar y establecer por decreto, sino que nace como un don que viene de Dios. No es gracias a la organización que se tiene una fiesta. Se hace fiesta cuando se percibe la plena satisfacción de la existencia humana y esto sólo es posible delante de Dios. La fiesta sin divinidad es un absurdo y enseguida se transforma en antifiesta. Hay fiestas instituidas por los regímenes -como la que ahora nace en Francia- pero ¿cómo no dudar de su carácter festivo? Para Platón, la pausa de la fiesta ha sido instituida por la divinidad como algo recibido de un origen que transciende al hombre y depende de la vitalidad de la tradición.
Las nuevas fiestas tienen naturaleza coercitiva o son una disposición legislativa o administrativa, y el cumplimiento es obligatorio. Quien no participaba en las fiestas de los regímenes comunistas estaba despachado.
La Fiesta de la Laicidad de Hollande huele a todo esto. Es una imposición artificial del régimen, es la asunción por parte del Estado de una nueva religión pública que impone a todos los ciudadanos, perdiendo así la propia laicidad. Cuando se cancelan las fiestas cristianas no se acaba en un laico terreno neutro, sino que se cae en los brazos de las antifiestas. Es una nueva prueba de que la laicidad como neutralidad es imposible. Quizá en determinados momentos pueda hacerse realidad, pero al final la lógica interna prevalece y se pasa de la laicidad a la irreligión, a la antireligión. Es igual que cuando se estudiaba filosofía y el profesor decía: en Descartes el racionalismo se plantea pero sólo con Spinoza expresa completamente su lógica interna y se hace radical. Es así también para la lógica de la laicidad, que no se queda a mitad de camino: quiere llegar hasta el final.
Durante un período estuvo en boga la expresión «laicidad abierta» y Sarkozy pontificaba en San Juan de Letrán. Después ha llegado Hollande y desde ese momento se dice laicidad pero se llama secularización.
Publicado originalmente en La nuova bussola quotidiana
Traducido por InfoCatólica