Cuando se habla de la Iglesia Católica, es casi general la afirmación de que la Iglesia está anticuada. Y si insistes un poco más y preguntas en qué está anticuada la contestación que más oyes es en su concepción de la sexualidad y en su moral sexual. Por ello creo que no queda más remedio que preguntarse sobre si ello es verdad.
Por supuesto que en el campo de la sexualidad, como en cualquier otro campo, hay que procurar estar al día, en estudio y renovación constante. Empecé a dar clases de Moral Sexual en 1968, el año de la encíclica Humanae Vitae. Creo que para darse algo de cuenta de los cambios habidos, basta con dos detalles: la enfermedad del SIDA y la palabra Bioética, simplemente no existían. Y sin embargo son dos temas que al hablar de sexualidad es evidente que no se pueden soslayar, así como sus problemas conexos. En estos años además hemos visto la irrupción en nuestro mundo occidental de una revolución sexual que ha transformado notablemente nuestras costumbres.
Pienso sinceramente que la enseñanza de la Iglesia sobre la Sexualidad es la que mejor responde a las necesidades humanas y a nuestro deseo de encontrar el sentido de la vida y de satisfacer nuestras ansias de felicidad. Hay muchas novedades, pero también realidades y valores que permanecen. A mí me enseñaron, por ejemplo, que la Iglesia es madre y tiene sentido común, y que Jesucristo nos dijo que el mandamiento fundamental era el del amor. En consecuencia todo, incluida nuestra sexualidad, tiene que estar al servicio del amor, y el amor, por supuesto, no es egoísmo, sino generosidad, entrega y servicio a los demás. Y como una de las cosas más importantes que hemos de procurar es tener las ideas claras, debo expresar mi acuerdo con la idea de la sexualidad que nos da el Catecismo de la Iglesia Católica: «La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma. Concierne particularmente a la afectividad, a la capacidad de amar y de procrear y, de manera más general, a la aptitud para establecer vínculos de comunión con otro» (nº 2332).
El gran fundamento de la Moral Católica es la Biblia. Toda la moral bíblica tiene una intención positiva: la de poner al ser humano en relación de amistad con el Dios que le crea y salva. La moral del AT es una moral de Alianza entre Dios y su pueblo de Israel. Su norma primaria es la voluntad de Dios, quien va inculcando en el pueblo una fe religiosa que modifica poco a poco las concepciones morales del pueblo hasta hacerlas capaces de reflejar la fe y el amor entre Israel y su Dios.
Nuestra sexualidad forma parte de un universo creado por Dios, decaído por el pecado y rescatado por la misericordia divina. La Biblia es la narración de las iniciativas de Dios, pero, a la vez, de las maldades, fracasos y debilidades humanas. Es necesario considerar simultáneamente el sexo como obra de Dios, las consecuencias del pecado original y la redención. En el AT la descripción de las costumbres sexuales y matrimoniales no tiene nada de idílica, pero a pesar de ello nos aporta una luz indispensable para conocer lo que es la persona humana, su vocación y su dignidad, haciéndonos ver la sexualidad dentro del designio divino de salvación.
«La Sagrada Escritura se abre con el relato de la creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios (Gén 1,26-27) y se cierra con la visión de las «bodas del Cordero» (Ap 19,7 y 9). De un extremo a otro la Escritura habla del matrimonio y de su «misterio», de su institución y del sentido que Dios le dio, de su origen y de su fin, de sus realizaciones diversas a lo largo de la historia de la salvación, de sus dificultades nacidas del pecado y de su renovación «en el Señor» (1 Cor 7,39), todo ello en la perspectiva de la Nueva Alianza de Cristo y de la Iglesia» (Catecismo de la Iglesia Católica nº 1602).
Tanto el AT como el NT exigen una rectitud moral en el uso de la sexualidad, si bien podemos decir que ambos no tienen una enseñanza completa y sistemática sobre los pecados sexuales, aunque el Nuevo Testamento condena claramente toda relación sexual fuera del matrimonio.
Sin embargo las faltas contra la caridad aparecen como mucho más graves, siendo la caridad la disposición fundamental y principal del que por fe se adhiere al plan de salvación. La caridad diferencia la vida cristiana de la vida pecadora y es lo que hace posible la existencia y crecimiento de la comunidad de creyentes, mientras «que si os mordéis y os devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente. Yo os lo digo: andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne» (Gál 5,15-16). Las aportaciones más originales del NT a la moral sexual se refieren a los principios fundamentales y a los motivos: igualdad esencial entre el hombre y la mujer; indisolubilidad del matrimonio y relación íntima de éste con la unión entre Cristo y su Iglesia; valor del celibato; santidad del cuerpo, templo del Espíritu Santo, destinado a la resurrección y unido estrechamente con el Señor.
La revelación bíblica no sólo nos muestra cómo es Dios, sino que además es una gran escuela de humanidad que nos manifiesta no sólo cómo es, incluso con sus debilidades, el ser humano, sino también cómo debe ser, con el llamamiento al amor y a la perfección. El fin de la moral cristiana es la plena humanización, lo que lleva consigo el dominio de sí con vistas al respeto propio y de los demás y a la entrega en el amor. Hoy, como siempre, hemos de evangelizar enseñando el plan de salvación, la voluntad de Dios para el hombre y la mujer, la belleza del sexo y del matrimonio, y tratar de despertar en las conciencias una mayor sentido de la responsabilidad.
P. Pedro Trevijano, sacerdote