Cuando tuve noticia de la sentencia del Tribunal de Estrasburgo he tenido una sensación de impotencia e indignación que creo he compartido con la gran mayoría de los españoles. Es cierto que en Derecho Penal las leyes no pueden ser retroactivas, pero lo que me parece el colmo de la desfachatez y de la infamia por parte del Tribunal de Estrasburgo es exigir que se indemnice a esa asesina por parte de todos los españoles, y por tanto también de las víctimas con treinta mil euros. Ahí al menos siete magistrados han mostrado con su voto en contra que les queda algo de decencia.
Pasado el primer momento de indignación, he intentado reaccionar como en mi opinión debe reaccionar un sacerdote católico. En situaciones como ésta me gusta mucho la frase de Jesús: «sed astutos como serpientes y sencillos como palomas» (Mt 10,16), es decir Jesús nos manda que por supuesto seamos buenos, pero desde luego no tontos y eso en un mundo que tiende a confundir bondad con tontería, lo que no es ciertamente el pensamiento de Jesús. Ahora bien, ¿cómo realizar esto? Creo que el primer paso es tener las ideas claras.
Sobre el terrorismo dicen nuestros Obispos: «El Magisterio de la Iglesia es unánime al declarar que el terrorismo es intrínsecamente malo» y «Tampoco es admisible el silencio sistemático ante el terrorismo. Esto obliga a todos a expresar responsablemente el rechazo y la condena del terrorismo y de cualquier forma de colaboración con quienes lo ejercitan o lo justifican, particularmente a quienes tienen alguna representación pública o ejerce alguna responsabilidad en la sociedad. No se puede se ‘neutral’ ante el terrorismo. Querer serlo resulta un modo de aceptación del mismo y un escándalo público.»
¿Cómo intentan confundirnos los terroristas? Sus grandes armas son el miedo, la mentira y el odio. Con el miedo intentan amordazar la sociedad, tratando de forzar a muchos a abdicar de sus responsabilidades. El miedo favorece al silencio, que hace que determinados asuntos no puedan expresarse en público. Recuerdo lo que me decía un profesor hace unos años: «Hoy, en los Institutos del País Vasco, hay mucho menos libertad de expresión que en los tiempos de Franco». Como dicen nuestros Obispos: «El peor de los silencios es el que se guarda ante la mentira, pues tiene un enorme poder de disolver la estructura social. Un cristiano no puede callar ante las manipulaciones manifiestas. La cesión permanente ante la mentira comporta la deformación progresiva de las conciencias». El miedo es libre, pero podemos hacer la petición que la reina Ester hizo a Dios: «A mí, quítame el miedo» (Est 14,19).
Y sobre el odio ¿qué voy a decir?: «Junto con el miedo, el terrorismo busca intencionadamente provocar y hacer crecer el odio para alimentar una espiral de violencia que facilite sus propósitos. En primer lugar, atiza el odio en su propio entorno, presentando a los ponentes como enemigos peligrosos». No nos olvidemos que el odio es lo más contrario a la doctrina de Jesucristo, doctrina basada en el mandamiento del amor. Una vida basada en el odio, no puede ser sino una vida amargada e infeliz. Tengo claro que una persona que odia es una persona desgraciada. Recuerdo lo que me dijo en una ocasión una persona que, por motivos jurídicos, tenía bastante trato con los abogados proetarras: «Si quieres ponerles nerviosos, háblales de la muerte».
Por eso mismo, y porque los etarras «tratan también de provocar el odio de quienes consideran sus enemigos», es preciso que las víctimas del terrorismo no caigan en esta trampa. El odio es un veneno potentísimo, que destruye a quienes se dejan llevar por él. Deseo a las víctimas del terrorismo que luchen por la Justicia, pero que no se dejen llevar por el odio, porque sería su destrucción como personas, y supondría conceder otra victoria a los terroristas, que ya les han hecho suficiente daño. Por nuestra parte está claro que «atender a las personas golpeadas por la violencia es un ejercicio de justicia y caridad social y un camino necesario para la paz».
P. Pedro Trevijano