Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
En nuestro mundo aturdido por tantas palabras, voces, gritos, necesitamos aprender el arte de escuchar. Somos parte de una sociedad en la que cada espacio, cada momento, cada instante parece que se ha de llenar de iniciativas, actividades, sonidos, y no nos queda tiempo para escuchar atentamente y dialogar con serenidad.
Hemos de aprender a hacer silencio dentro y fuera de nosotros, para percibir la voz de Dios, que se asemeja al «susurro de una brisa suave» (1 Re 19,12), y para percibir la voz de quienes están a nuestro lado y escuchar, incluso, a los que no tienen voz, pero necesitan comunicarse con nosotros.
Según San Gregorio Nacianceno «es mejor prestar un oído atento antes que mover una lengua ignorante».
Hemos sido creados para la escucha, el diálogo, la comunicación y la comunión. La oración de Israel se centra en estas palabras: «Escucha Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,4-5).
El ser humano vive de la palabra que sale de la boca de Dios: «no sólo de pan vive el hombre, sino que vive de todo cuanto sale de la boca de Dios» (Dt 8,3). Y Dios espera una respuesta. Pero, para poder responder, hay que escuchar.
Cada mañana, el Señor despierta nuestro oído. El profeta Jeremías recuerda lo que Dios mandó a Israel cuando lo sacó de Egipto:«Escuchad mi voz. Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo. Seguid el camino que os señalo y todo os irá bien» (Jr 7,23). Sin embargo, Israel no escuchó. Por eso, el Señor se lamenta: «Pero no escucharon ni hicieron caso. Al contrario, caminaron según sus ideas, según la maldad de su obstinado corazón. Me dieron la espalda y no la cara» (Jr 7, 24).
La Carta de Santiago nos exhorta: «que toda persona sea pronta para escuchar, lenta para hablar» (St 1,19).
Escribe San Benito en su Regla: «Escucha, hijo, los preceptos de un maestro e inclina el oído de tu corazón, acoge con gusto la exhortación de un padre bondadoso y ponla en práctica, a fin de que por el trabajo de la obediencia retornes a Aquél de quien te habías apartado por la desidia de la desobediencia».
¿Cuándo ha sido la última vez que hemos escuchado, sin gestos de impaciencia y sin incomodidad interior, las palabras de un anciano? ¿Cuánto tiempo hace que no hemos escuchado las sorprendentes preguntas de un niño y sus sorprendidas respuestas? ¿Escuchamos a los jóvenes o hemos interrumpido la conversación con ellos? ¿Prestamos atención a lo que nos dicen las personas con las que convivimos, a su tono de voz, al ritmo de su comunicación?
Necesitamos hacer silencio, curarnos de tanta prisa, desprendernos de tanto agobio, detenernos en nuestro interior, sincerarnos con nosotros mismos, sentir la vida a nuestro alrededor, sintonizar con las personas, escuchar la llamada silenciosa de Dios. No se trata de buscar el silencio por el silencio, sino de aprender a escuchar a Jesús, hacernos discípulos estando con Él, escuchar al que es la fuente de la vida.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+ Julián Ruiz Martorell, Obispo de Huesca y de Jaca