Los valores no negociables enunciados por Benedicto XVI
Si hablamos de voto católico es por la existencia de unos valores comunes que se corresponden con la doctrina católica. Benedicto XVI los sintetizó en la exhortación apostólica postsinodal Sacramentum Caritatis, publicada el 22 de Febrero de 2007, en su segundo año de pontificado: «el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas». Benedicto XVI fue muy claro en torno a estos valores comunes que han de asumir todos los bautizados, pero en especial «quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales». Así lo manifestó:
«Estos valores no son negociables. Así pues, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana.»
La incoherencia de los políticos y la parte que nos toca a los votantes
¿Los políticos católicos demuestran en la práctica su adhesión a esos valores? Basta con conocer a los políticos católicos de España y otros países para comprobar que lamentablemente no es así en demasiados casos. Pero esa incoherencia no es sólo responsabilidad de los propios políticos, sino también de quienes la respaldan con el voto. Si un católico vota a un político o a un partido que ha apoyado una ley abortista -o que pudiendo derogar una vigente, no lo ha hecho-, entonces no sólo está fallando el político, sino también el votante.
¿Es posible una única candidatura electoral católica?
Una vez establecido ese mínimo común denominador que debería distinguir a un político católico, hay que plantearse otra pregunta: ¿se puede establecer una única opción electoral con esos valores no negociables? Por poder, se puede, claro. Otra cosa es que tenga éxito. Cuando uno vota a un partido está confiándole su apoyo para algo más que defender la vida, la familia, la libertad de enseñanza y el bien común. Hay católicos que son monárquicos y otros que son republicanos; los hay demócrata-cristianos, conservadores, liberales (que no relativistas), tradicionalistas e incluso socialistas (y no hablo de un socialismo progre al estilo del PSOE); los hay partidarios de la democracia y los hay que han perdido la confianza en ella; algunos son partidarios de un Estado aconfesional, y otros de la confesionalidad estatal; los hay que creen en los partidos y los hay que han perdido toda fe en ellos. Entre los católicos identificados con esos valores no negociables hay una gran variedad de opciones políticas, algunas casi opuestas. En esto pasa como en la propia Iglesia: hay carismas para todos los gustos. No he conocido a nadie que pretenda la unificación de todas ellos, pues esa diversidad enriquece la Iglesia (siempre que esa riqueza crezca desde el respeto a la doctrina católica).
¿A qué se deben los resultados de los partidos que defienden esos valores?
Basta con repasar la lista de partidos políticos que se identifican con esos valores, tanto en España como en otros países, para darse cuenta de que no es fácil plantear un voto católico uno. Esa diversidad es difícilmente simplificable, ni siquiera en un escenario electoral como el de España, en el que ninguno de esos partidos consigue acercarse al 1% de los votos. ¿Han hecho algo mal para obtener ese resultado? Ciertamente, el planteamiento político de un partido e incluso la actuación de sus dirigentes puede atraer o generar rechazo en los votantes católicos, pero eso no explica por sí solo esos resultados. Si esos partidos no obtienen mejores resultados es porque no logran conectar con una parte significativa del electorado. ¿Por qué? Pues sobre todo por falta de apoyo mediático, por falta de líderes conocidos, por falta de recursos económicos para darse a conocer, por falta de una organización y una militancia que sostengan el enorme esfuerzo que tiene que hacer un partido sin representación para obtener un diputado, pero también porque entre los propios católicos no existe una demanda seria de partidos que defiendan esos valores no negociables.
Esto que acabo de decir puede escandalizar a algunos, pero es la triste realidad. Repasemos cualquier barómetro del CIS o cualquier otro sondeo de opinión pública para comprobar cuáles son los temas que más preocupan a los españoles, un pueblo que por amplia mayoría se dice católico. ¿Figuran entre ellos los relacionados con los valores no negociables que señalaba Benedicto XVI? No con la importancia que merecen las cuestiones relacionadas con ellos, me temo. Se habla del paro, de la crisis económica, del descrédito de los políticos, de la dificultad de conseguir una vivienda, en años recientes incluso ha figurado el terrorismo, pero cuestiones como el derecho a la vida de los niños por nacer no están entre los temas que más le quitan el sueño a nuestros compatriotas. ¿Es culpa de esos partidos, de los propios católicos, de la Iglesia…? Yo no soy partidario de señalar culpables -como si esto se arreglase señalando a alguien con el dedo y montándole un juicio-; prefiero buscar causas. Por una parte, los medios de comunicación de masas -es decir, la televisión- transmiten de forma mayoritaria una mentalidad que obvia esas cuestiones. En las propias parroquias tampoco se insiste en esos temas: en la mía puedo contar con los dedos de una mano el número de veces que el oficiante ha hablado del aborto, y me sobran dedos. Ese olvido también se da mucho entre los feligreses. A fin de cuentas, la mayoría pasamos mucho más tiempo ante la tele que en el templo, y eso se nota en la forma de pensar de muchos católicos. Añadamos a eso la falta de formación e incluso lo fácil que es dejarse llevar por la mentalidad relativista dominante que nadar contracorriente.
Cimentando el cambio: la Iglesia y las plataformas de la sociedad civil
Por supuesto, en la Iglesia y en la sociedad civil hay personas e iniciativas que buscan hacer hincapié en esas cuestiones. Su labor es muy necesaria para concienciar no sólo a la sociedad en general, sino también a los propios católicos. Sin ese trabajo de concienciación, los partidos que abanderan los valores no negociables pueden despedirse de alcanzar ni un solo diputado incluso en el caso de que consigan los medios humanos y económicos, el apoyo mediático y los personajes famosos necesarios para llegar al grueso del electorado. Una opción muy comentada es que desde la Iglesia y desde plataformas cívicas se pida el voto expresamente para esos partidos. El problema es la propia naturaleza espiritual de la Iglesia y la razón de ser de esas plataformas. Aquélla tiene como fin orientar a los hombres hacia la salvación. El movimiento cívico tiene como fin defender libertades y derechos, influyendo en la vida pública y presionando al poder político para que los respete. Ni la Iglesia ni el movimiento cívico tienen como fin pedir el voto para ninguna candidatura. Si lo hiciesen se desvirtuarían y además perderían la independencia con la que deben actuar frente al poder político. Si los partidos que defienden los valores no negociables insisten en esperar de la Iglesia y del movimiento cívico un apoyo explícito, lo único que consiguen es entrar el conflicto con ellos.
La necesaria libertad de los católicos para optar por una u otra estrategia
Por supuesto, cada uno es libre de apostar por la estrategia que le parezca más adecuada. Los no negociables son los citados valores, y no las estrategias para defenderlos en la vida pública. La estrategia ha de basarse en medios legítimos y buscar un fin legítimo. La realidad será la que, al final, señale la estrategia más provechosa. De momento, los partidos que defienden los citados valores llevan años cosechando en España resultados muy inferiores al 1% de los votos, por las causas ya citadas, mientras que las organizaciones de la sociedad civil identificadas con esos valores no negociables son ahora más fuertes e influyentes que hace 10 años. Algunos consideran esto como algo sin importancia porque a fin de cuentas aún no se han erradicado los males que afectan a la vida, la familia, la libertad de educación y el bien común. Obvia decir que las propias organizaciones civiles no esperan que esos males desaparezcan de la noche a la mañana: estamos ante una batalla cultural y eso significa sostener un trabajo continuado en el tiempo, cuyos frutos se verán a medio o largo plazo.
(*) España: una larga decadencia que no se va a arreglar sólo con un cambio político
(**) Por una sociedad civil más fuerte