El caso de la niña inglesa Hannah Jones ha tenido muy poca difusión en la prensa española, pero a pesar de ello no ha faltado quien ha aprovechado la oportunidad para hablar de derecho a la muerte o, incluso, de eutanasia… ¡nada más lejos de la realidad! En términos bioéticos se trata, simplemente, del rechazo de un tratamiento. En el fondo se cumple el refrán que dice: “a río revuelto ganancia de pescadores”.
Muy sumariamente, y con los pocos detalles precisos que se pueden recabar en las notas de prensa, el caso es el siguiente:
Hannah Jones es una niña de 13 años, la mayor de cuatro hermanos. Cuando tenía 5 años le fue diagnosticada una leucemia de la que fue tratada. Las secuelas del tratamiento le supusieron una grave dolencia cardiaca que, a sus 13 años, recomendaba un trasplante de corazón que traería nuevas complicaciones a su vida pues, además de las dificultades propias de un trasplante, la medicación inmunodepresora, necesaria para evitar el rechazo, podría reactivar su leucemia.
Ante esta situación la niña y sus padres decidieron rechazar el tratamiento, decisión ante la cual el centro hospitalario inició un proceso legal que obligaría a la niña y su familia a aceptar el trasplante. Sin embargo las autoridades de protección infantil han decidido abandonar el proceso legal y respetar su decisión.
Este caso no es un caso de eutanasia, ni suicidio asistido, sino el clásico problema del rechazo de un tratamiento. No es lo mismo matar que dejar morir, y no es lo mismo dejar morir cuando hay posibilidades razonables de curación, que cuando no las hay. Evidentemente este caso se mueve dentro de las dos últimas posibilidades, y debemos ser prudentes pues no tenemos datos para conocer las posibilidades de curación.
Otro elemento que hay que tener en cuenta para juzgar este caso es la capacidad, o no, de un menor para decidir y el papel de sus padres o tutores legales. En este sentido, el caso de Hannah recuerda a aquellos casos clásicos de los niños de familias pertenecientes a los testigos de Jehova que necesitan una transfusión sanguínea. Hay que aclarar muy bien hasta que punto es decisión de la niña, o de los padres, o de alguna instancia externa que pueda presionar.
No se puede olvidar el papel de los médicos en todo este asunto. Ellos son responsables de la curación de los enfermos, pero no a toda costa. Hay que evitar lo que la Evangelium Vitae llama ensañamiento terapéutico: «ciertas intervenciones médicas ya no adecuadas a la situación real del enfermo, por ser desproporcionadas a los resultados que se podrían esperar, o bien por ser demasiado gravosas para él o su familia. En estas situaciones […] se puede en conciencia renunciar a unos tratamientos que procuarían únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia […]».
En definitiva, no tenemos datos para juzgar este caso, pero lo que si está claro es que no se trata de un caso de eutanasia. Ante la enfermedad y la muerte, que a todos nos llegará, debemos pensar como cristianos que el sufrimiento que provocan forma parte de lo humano (como consecuencia del primer pecado, eso sí): sufrir no es inhumano, Jesús lo hizo, y a través de él, fue resucitado.
El problema de la cultura de la muerte es que quiere definir la naturaleza humana a su antojo: en el inicio de la vida declarando quien es digno de vivir o quien no; en los problemas referentes al final, declarando que el sufrimiento es inhumano, y antes de llegar a este punto, prefiere la desaparición.
N.B.: Quiero aprovechar este post para agradecer a todos los amigos que durante estos días me han animado a seguir con estas colaboraciones en Religión en Libertad. El trabajo en otros proyectos personales me deja poco tiempo para ello, pero sus palabras de aliento y agradecimiento me obligan a sacar tiempo de donde no lo hay.
Rafael Amo Usanos, sacerdote