Hoy quiero presumir. Dos horas antes de la fumata bianca, le decía a un amigo que no creía que hubiese Papa antes de dos días, como por supuesto tampoco acerté el nombre del nuevo Papa. Es decir reúno todas las condiciones, o por lo menos la más importante, de no dar una, para ser un experto vaticanista.
Al llegar a casa el día de la elección ya me encontré con la primera llamada desde Argentina. Me comunicó su enorme alegría como católica y argentina por el nombramiento de Bergoglio. En ese momento recordé que en mi primera visita a Argentina tras el fallecimiento de mi hermano también sacerdote, Manuel, Manolo para todos, al ir allí en el 2001 los argentinos me habían entregado un libro con escritos cariñosos de sus amigos, y que el que inauguraba el libro era precisamente el cardenal Bergoglio.
El texto de puño y letra del entonces cardenal dice así:
“Buenos Aires, 7 Diciembre 2000.
El P. Manuel Trevijano murió en Logroño, su tierra natal. Él sabía que, en los últimos meses, se había agravado la enfermedad. Y así se fue preparando para el encuentro con Jesucristo. Desde joven ejerció su ministerio en esta Arquidiócesis. Era admirable la consagración y el entusiasmo con que se comprometió en las más diversas actividades eclesiales: profesor universitario, capellán de religiosas, director del Seminario Catequístico Juan XXIII, asesor de grupos universitarios, consejero espiritual de tantos y tantos fieles…
Nos duele su ausencia y damos gracias a Dios por los dones que derramó entre nosotros a través de este siervo bueno y fiel. Que el Señor nos dé a todos la gracia de continuar su obra y de seguir los ejemplos que nos dejó el Padre Manuel Trevijano.
Jorge Mario Cardenal Bergoglio
Arzobispo de Buenos Aires
Primado de la Argentina”
En su libro “Vivencias de un cura atípico” mi hermano cuenta que en la Peregrinación de Luján de 1999, la número veintitrés para él, cuando ya el cáncer le había dado un muy serio aviso, del que se había aparentemente recuperado: “Al revestirme para concelebrar la Misa, coincidí con mi arzobispo Jorge Bergoglio. Él, al verme, se vino hacia donde yo estaba, se interesó por mi estado de salud y luego me hizo esta curiosa pregunta, que no me hubiese dirigido ninguno de sus predecesores: “¿sigues haciendo maldades?” Todas, le respondí”.
Es indudable que con estos antecedentes, toda mi familia y yo mismo estamos encantados y satisfechísimos de la elección para Papa del cardenal de Buenos Aires. Que un señor, que hoy es el Papa, considere a un hermano tuyo como ejemplo de sacerdote, es un motivo de inmenso orgullo, en el buen sentido de esta palabra. Es indescriptible tener entre las manos, un escrito ni más ni menos que del actual Papa, hablando de la manera que lo hace de un ser muy querido tuyo. Como es lógico, he enviado esta carta a muchos de los que le conocieron y todos expresan su alegría por este reconocimiento, sobre todo por venir de quien viene. Pero ello evidentemente también trae deberes, como el de apoyarle especialísimamente con la oración y una vida cristiana, con la ayuda de la gracia de Dios, verdaderamente auténtica, lo que es válido para todos, sacerdotes y laicos.
Y para terminar, un incidente curioso. Me contó el maestro de ceremonias de la catedral de Buenos Aires, que un día, en una Misa muy solemne, con presencia del Presidente de la República, se le acercó el jefe de Seguridad de Menem, y le dijo: “Debajo de la silla del Presidente, hay un paquete sospechoso”. Me dirigí al Cardenal y le dije: “Si empiezo a hacer cosas raras, Usted no pregunte”. A continuación me dirigí al Presidente y, aunque estábamos al principio de la Misa, le llevé a darse la paz con el Cardenal, rato que se aprovechó para hacer desaparecer el paquete sospechoso. Todo fue bien hasta el final de la Misa cuando Menem preguntó qué dónde estaba el ramo de flores que había traído a la Virgen.
Pedro Trevijano, sacerdote