El 25 de Febrero son mis bodas de oro como sacerdote. Hace unos años, una persona me dijo: “Felicítame, que hoy es el aniversario de mi matrimonio”. “¿Volverías a casarte con tu marido?”, le pregunté. “Evidentemente”, me respondió. Pues con esa mentalidad, con esa alegría, aumentada por el hecho de lo especial de las Bodas de Oro, celebro este aniversario.
Cuando confieso a cualquier persona, sea sacerdote, religioso o laico suelo decirle que pida tres gracias a Nuestro Señor y a la Virgen María: el aumento de fe, la fidelidad en la oración y el don de la alegría, que me parecen absolutamente claves en cualquier vida cristiana y, en especial, en una vida sacerdotal. Me gusta mucho también, una frase que los sacerdotes decimos en la Misa, poco antes de la Comunión: “nunca permitas que me separe de Ti”. Y ante mi sacerdocio me siento un poco como Pedro, cuando tras el milagro de la pesca milagrosa, asustado ante la grandeza de Jesús y su propia pequeñez, le dijo a Jesús: “apártate de mí, que soy un hombre pecador” (Lc 5,8).
Pero si éstos pueden ser los puntos comunes de cualquier vida sacerdotal, sin embargo la realidad de cada día hace que haya muchas maneras distintas de vivir el sacerdocio. Durante la mayor parte de este tiempo me he dedicado a la enseñanza, como profesor de Teología Moral en el Seminario y de Religión y Moral Católica en varios Institutos de Logroño. Cualquier sacerdote, pero especialmente los que nos hemos dedicado a la enseñanza, debemos tener muy presente el nº 19 del decreto conciliar “Presbyterorum ordinis” en el que se nos dice que seamos maduros en la ciencia, pero no sólo en las ciencias sagradas, sino también en las humanas para que “así se preparen a entablar más oportunamente diálogo con sus contemporáneos”. Y es que si queremos realizar una tarea sacerdotal válida, hemos de estar bien formados, para realizar en nosotros esa magnífica frase que Pablo VI dijo en su discurso en la ONU: “Vengo aquí como experto en humanidad”. Es indudable que considero que los grandes deberes de un profesor son no descuidar su propia formación, no terminando nunca de estudiar y, por otra parte, querer profundamente a los alumnos, el único consejo que me atrevo a dar a cualquier enseñante.
En mi sacerdocio me he sentido por una parte profesor y, por otra, pastor. He procurado ser ambas cosas a la vez y que ninguna de las dos tuviese un claro predominio sobre la otra. Nunca se me olvidará cuando en el Seminario se nos decía que éramos canales de la gracia y que debíamos cuidar mucho nuestra predicación, porque si dormíamos a la gente, ¿cómo íbamos a lograr que se acercasen a Dios? A lo largo de estos años he tenido varios grupos y, desde hace unos años, soy en mi diócesis el consiliario del Movimiento Familiar Cristiano. La vida y la familia han sido, tal vez como consecuencia de mis clases de Moral, dos de las preocupaciones de mi vida. Por otra parte siempre he creído en la enorme importancia del sacramento de la confesión, no sólo en la teoría de la clase, sino sobre todo en la práctica del confesionario.
Con mi jubilación ha variado bastante mi actividad pastoral. Lógicamente he dejado de dar clases, lo que me ha dejado más tiempo libre para escribir y para sentarme en el confesionario. Se me aconsejó que aprovechase mi experiencia con adolescentes para escribir sobre ellos. Fruto de ello fue mi libro “Pensar a los quince”, pensado para ellos y del que estoy muy satisfecho, así como mi “Orientación cristiana de la sexualidad”, concebido fundamentalmente para mis alumnos como ayuda en su ministerio sacerdotal, especialmente en el Sacramento de la Penitencia. A quien se asusta de su tamaño le digo: “en realidad son cuarenta y dos libros distintos sobre los diversos temas que hacen referencia a la sexualidad, con la ventaja que se puede leer por temas y no es necesario hacerlo por su orden”. He colaborado, con otros autores de InfoCatólica, en el libro “El aborto: la vergüenza de nuestra época”, y tan recientemente como este viernes ha llegado a mis manos el que, por ahora, es mi último libro: “¿Puede tener esperanza el homosexual?”. Soy también, desde que me jubilé, capellán de una Residencia de enfermos de Alzheimer, y procuro darles lo que más necesitan: cariño. La misa que digo allí los jueves, es para mí la más importante de la semana. Y me siento muy próximo a las víctimas del terrorismo.
Desde hace cincuenta años soy sacerdote católico. ¿No les parece que es un gran motivo para dar gracias a Dios?
Pedro Trevijano, sacerdote