En el Auditorio del Ayuntamiento de Logroño, ha habido el fin de semana del 26 y 27 de Enero un Foro de Espiritualidad organizado por la Universidad Popular con la colaboración de las Comunidades de Base, cuya propaganda indicaba claramente que no era un foro católico, sino relativista, pues decía: «Claro que (la espiritualidad) ya no basta abordarla solo desde la religión. Las nuevas formas culturales y económicas de nuestra sociedad exigen otra forma de entender la espiritualidad, más abierta, menos dogmática. Las antiguas creencias se nos han quedado obsoletas como guías y ahora cada uno busca trazar su propio camino interior hacia una vida llena de sentido».
Entre los ponentes el más brillante, y el que se llevó las mayores ovaciones del muy numeroso público, fue el ex-sacerdote don Enrique Martínez Lozano, pero también el más alejado de las posiciones católicas. Se declaró no creyente, pero tuvo una cita sobre Jesucristo y el problema del mal que es la que me ha impulsado a escribir este artículo.
Nos dijo que la única causa del mal es la ignorancia, y citó en apoyo de su tesis la frase de Jesús en la cruz: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34). Ante esta afirmación a uno no le queda más remedio que preguntarse: ¿es ésa la concepción de Jesús sobre el mal, o es muy diversa?
Indudablemente la frase de Jesús sobre el mal que mejor conocemos los cristianos, porque además la decimos con una gran frecuencia, es la que se encuentra en el Padre nuestro «y líbranos del Mal» (Mt 6,13). Esta petición concierne a cada uno de nosotros personal e individualmente, pero en comunión con toda la Iglesia y para la salvación de toda la familia humana. Cuando en esta petición nos referimos al mal, el YouCat (El Catecismo Joven de la Iglesia Católica) nos dice: «Con el mal no se habla en el Padrenuestro de una fuerza espiritual o de una energía negativa, sino del mal en persona que la Sagrada Escritura conoce bajo el nombre de tentador, padre de la mentira, Satanás o diablo» (nº 526). En la Sagrada Escritura leemos: «Porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas» (Ef 6,12), es decir contra los espíritus demoníacos. Nunca olvidaré la impresión que me causó mi primera visita a Matthausen, un día de frío y lluvia, bajando allí la escalera de la muerte, tuve la impresión que aquello había sido el reino del Espíritu del Mal.
Jesús nos recuerda que también nosotros podemos ser hijos del diablo, cuando en su polémica con los judíos les dice: «¿Porqué no reconocéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Él era homicida desde el principio y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando dice la mentira, habla de lo suyo porque es mentiroso y no hay verdad en él» (Jn 8,43-44). Es indudable que el mal moral, que es el que aquí nos interesa, supone nuestra libertad y responsabilidad. Pero ello no significa que hacer el mal nos haga ser más libres y los que hacen el bien lo sean menos. Recuerdo que un conocido filósofo francés, Gabriel Marcel, hablaba de dos estadios de libertad: el primero, el más bajo, era el de la libertad de escoger o decidir, por ejemplo decido cometer adulterio o no. Es evidente que se trata de una libertad muy imperfecta y que si me dejo llevar por el mal, terminaré siendo esclavo de mis pasiones y hasta puedo llegar a perder mi libertad. El segundo era el de la libertad de amar: estoy tan enamorado de mi mujer, que ni se me ocurre engañarla. Es indudable que este segundo grado es mucho más perfecto y mi libertad mucho más valiosa que si me quedo en el primero.
Hay dos frases de Jesús que van en esta línea: «El hombre bueno, de la bondad que atesora su corazón, saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal»( Lc 7,45) y «Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno» (Mt 25, 41).
Reducir el pensamiento de Jesús sobre el mal, a su frase de perdón en la cruz, me parece que es tremendamente reduccionista y falsifica su pensamiento sobre él. Y eso que no hemos hablado de pecado ni de gracia, que son fundamentales para entender el mensaje liberador de Jesús, porque el más alto grado de libertad y realización personal es el amor total hacia Dios, amor que nos permite dejarnos guiar por el Espíritu. Es este Espíritu quien nos hace libres, porque «donde está el Espíritu del Señor está la libertad»(2 Cor 3,17) y ello además nos llevará a oír un día estas palabras de Jesús: «Venid vosotros, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo» (Mt 25,34).
Pedro Trevijano, sacerdote