Getsemaní y el sufrimiento

Ante la perspectiva del sufrimiento, es una de las ocasiones en las que me doy cuenta de la enorme fortuna que es la fe. El sufrimiento también ayuda, porque puede acercarnos más a Dios y hacernos más comprensivos con respecto a los demás.

En mi reciente peregrinación a Tierra Santa, me correspondió dar la meditación en la hora santa que hicimos en la iglesia de Getsemaní, en el lugar donde Cristo sufrió gravísimas angustias ante la perspectiva de su ya inminente Pasión y Muerte y donde Judas le entregó a sus enemigos. Como sacerdote me ha tocado muchísimas veces, especialmente en el confesionario, encontrarme con personas que, por tantos motivos, lo estaban pasando muy mal.

¿Cuál es la postura del cristiano ante el sufrimiento? Es una situación ante la que todos nos hemos tenido, tenemos y tendremos que afrontar. Es evidente que nuestro enfoque del sufrimiento será muy diverso si tenemos o no tenemos fe. Para una persona que sufre, la contemplación de Jesús en el Huerto de los Olivos es un gran consuelo. El saber que Jesús sufrió terriblemente no sólo físicamente en la cruz, sino moralmente, hasta el punto de decir a sus discípulos «mi alma está triste hasta la muerte» (Mc 14,34) y llegar a tener «un sudor que caía hasta el suelo como si fuesen gotas espesas de sangre» (Lc 22,44), nos dice claramente que Él nos entiende perfectamente cuando la angustia y el sufrimiento nos atenazan porque Él lo pasó todavía peor. En este punto reflexiono sobre cuál fue la reacción de Jesús: «cayó en tierra y rogaba que, si era posible, se alejase de Él aquella hora; y decía ‘Abba, Padre: tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz’» (Mc 14,35-36). Me encanta esta reacción profundamente humana suya, que quiere evitarse el sufrimiento y nos dice con ello que también nosotros tenemos el derecho de pedirle a Dios que aleje de nosotros el mal, incluso en su forma de sufrimiento. En la vida de algunos grandes santos se lee que fueron capaces de pedirle a Jesús participar en su cruz. Personalmente nunca he pedido eso.

Pero el evangelio continúa: «Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres» (Mc 14,36). Aquí Jesús nos declara su obediencia a la voluntad del Padre y su aceptación de la Pasión. Ante esta frase de Jesús, nuestra postura debe ser muy clara: luchar contra el sufrimiento, pero si no logramos impedirlo, procurar que sea para nuestro bien y el de los demás. Recuerdo que cuando era pequeño, ante la última enfermedad de mi abuelo, mi padre me decía: «Reza por la salud del abuelo, si le conviene». Recuerdo que ese si le conviene me era difícil decirlo, pero aún hoy me maravillo de la profunda fe cristiana que encierran esas palabras. Lo que sí le pido a Dios que cuando me llegue la hora del sufrimiento y de la muerte, pueda encarar ese momento con una fe, esa fe cristiana que hacía decir a una de mis penitentes: «Tengo una enfermedad incurable y me queda poco tiempo de vida. Le pido a Dios me conceda una buena muerte». No tengo la menor duda de que Dios se lo concederá, como yo deseo y pido para mí que el día que me toque sufrir, ese sufrimiento no sea inútil, sino que sirva para mi bien y el de los demás.

Ante la perspectiva del sufrimiento, es una de las ocasiones en las que me doy cuenta de la enorme fortuna que es la fe. El sufrimiento también ayuda, porque puede acercarnos más a Dios y hacernos más comprensivos con respecto a los demás. Sufrir pensando que ese sufrimiento es inútil y no sirve para nada, creo que es de las cosas más tristes que le pueden pasar a uno. Recuerdo que el filósofo protestante francés Paul Ricoeur afirmaba que la esperanza es lo específico del cristiano. Pienso que los que tenemos la gracia de tener fe y esperanza no debemos guardarla para nosotros mismos, sino pedirle fervientemente a Dios que sepamos ser transmisores de esos dones tan importantes y se los conceda a aquéllos que, por el motivo que sea, están alejados de Él. Que así sea.

 

Pedro Trevijano, sacerdote

 

 

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