A los españoles, muchos de los debates que se producen en Iberoamérica les traerán una sensación de déjà vu. Muchas de esas ideas y propuestas ya se plantearon hace décadas en España.
Uruguay, cuyo presidente es un antiguo terrorista de la banda de los tupamaros, José Mujica, lleva más de una década gobernado por la izquierda. Este pequeño país es uno de los laboratorios de la izquierda americana para aplicar sus políticas de ingeniería social. A diferencia de Bolivia, Argentina y Venezuela, en Uruguay la izquierda, pese a sus antecedentes violentos, se comporta con la misma suavidad que en Brasil.
En estos días, el Parlamento uruguayo ha aprobado una ley que permite el aborto de manera irrestricta hasta las doce semanas de vida del feto y a petición de la madre. Mujica ha indicado cuál será el siguiente paso de su ingeniería social: la legalización del consumo de drogas. En ambos casos, el discurso de la izquierda agrupada en el Frente Amplio se ha centrado en la mujer embarazada y el drogadicto como víctimas de la sociedad y de la necesidad por parte del Estado de reconocer dos hechos cotidianos, el aborto y el consumo de droga.
Estos argumentos recordarán a los españoles la consigna de Adolfo Suárez de hacer legal lo que era habitual en la calle, al igual que las apelaciones del PSOE de entonces de acabar con la hipocresía del aborto y de tratar a los drogadictos como enfermos. En una reciente entrevista en un periódico mexicano, Mujica ha expresado la opinión de la izquierda ante la droga: «En lo que me es personal no me importa tanto la drogadicción; esto es, no es que no me importe: es una enfermedad y como tal hay que tratarla. Lo que es intolerable es el narcotráfico». Sólo le ha faltado añadir que lo malo de la droga es el elemento mercantil o capitalista.
Las consecuencias para Uruguay de semejantes políticas serán más abortos, más drogadictos y más delincuencia. Como ocurrió en la triste España socialista de los años 80.
GEES
Publicado originalmente en Libertad Digital