Recuerdo de pequeño, que al llegar el mes de octubre venían a clase de religión algunos misioneros que nos daban un testimonio de lo que eran y lo que hacían en los países más remotos y recónditos. Nosotros quedábamos encandilados por el ejemplo de entrega a Dios y a los demás que tan generosamente ellos nos testimoniaban. Era la preparación del Domund.
Más tarde he podido comprender, sin disminuir un ápice el precioso servicio cristiano que hacen los misioneros que dejan familia, tierra, lengua… para ir a donde la Iglesia los envía, que la misión tiene muchos rostros y no pocos domicilios. Hay que descubrir la dimensión misionera de toda vida cristiana. En cualquier lugar, en medio de cualquier gente, hemos de anunciar a Jesucristo unos y otros, a los hermanos más cerca que Dios pone a nuestro lado, y a los hermanos más lejos a los que podemos ser enviados. No obstante, en el domingo del Domund, la Iglesia nos pide que fijemos nuestra atención en los misioneros y misioneras que han partido a otras tierras, han aprendido otras lenguas, y han ayudado a formar comunidades como familia cristiana con los nuevos hijos de Dios.
En este año he podido comprobar in situ, en África y en América, esta impagable labor de los misioneros viendo todo el trabajo que se puede hacer en ambientes castigados por catástrofes naturales como los terremotos, o por otro tipo de catástrofes como es la extrema pobreza, la falta de educación, los frutos amargos de la violencia y las guerras. En todos los casos, anunciar la esperanza es comunicar la salvación de Jesucristo que a Buena Noticia sabe. Y así lo hacen los misioneros a la hora de anunciar al Señor y propiciar el encuentro con su gracia en la vida cristiana.
Acabamos de comenzar el Año de la Fe. Hay una estrecha relación entre la fe vivida, celebrada, testimoniada y el ardor misionero tan propio de toda vida cristiana en general, y de quienes se dejan enviar por Dios y la Iglesia para este anuncio en particular. El Papa lo ha recordado en su mensaje para el Domund 2012, al subrayar que
«muchos sacerdotes, religiosos y religiosas de todas partes del mundo, numerosos laicos y hasta familias enteras dejan sus países, sus comunidades locales y se van a otras iglesias para testimoniar y anunciar el Nombre de Cristo, en el cual la humanidad encuentra la salvación. Se trata de una expresión de profunda comunión, de un compartir y de una caridad entre las Iglesias, para que cada hombre pueda escuchar o volver a escuchar el anuncio que cura y, así, acercarse a los Sacramentos, fuente de la verdadera vida».
Lógicamente, no sólo es una cuestión «religiosa» en el sentido cultual, del culto, sino también en el sentido cultural, como mirada nueva de toda la realidad contemplada con los ojos misericordiosos de Cristo y de su Iglesia. Por eso, insiste Benedicto XVI, que a través de las actividades misioneras de la Iglesia que el Domund nos recuerda,
«el anuncio del Evangelio se convierte en una intervención de ayuda al prójimo, de justicia para los más pobres, de posibilidad de instrucción en los pueblos más recónditos, de asistencia médica en lugares remotos, de superación de la miseria, de rehabilitación de los marginados, de apoyo al desarrollo de los pueblos, de superación de las divisiones étnicas, de respeto por la vida en cada una de sus etapas».
Esta es la página más hermosa del compromiso cristiano, es el testimonio de cómo la fe se hace abrazo y bálsamo en la caridad concreta al hermano que tenemos delante.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm, Arzobispo de Oviedo